LXX

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Sin fue golpeado como una pelota de golf. Arrojado contra una segunda trampa bien calculada, una gruesa azada de madera de un metro de alto, con dientes afilados hechos de piedra, cayó a la mitad de su cuerpo penetrando hasta el estómago y se clavó contra el suelo.

Un terrible grito lleno de dolor resonó en metros a la distancia. Al mirar hacia atrás sólo pudo notar su cuerpo atrapado y los bordes de madera de la pesada arma. Su brazo derecho estaba bajo la punta de la hoz y no sentía que pudiera mover sus piernas. No podía ver su espalda. Sólo haber girado un poco su cuello había significado un horrible esfuerzo. Se volvió hacia el frente y movió la mano zurda intentando arrastrarse fuera de la curva dentada.

Escuchó crujidos leves. Un joven castaño se deslizó entre la niebla hasta ser visible. Era joven, un poco bajito, con la piel blanca, más similar al color de un melocotón. Los ojos y el cabello castaños, brillantes. Llevaba el cabello en una trenza a medio hacer y sin la banda que debía apartar sus cabellos de su frente. Estaba vestido de un color claro que no era blanco, pero tampoco era fácil de identificar en la oscuridad. Lo que sí pudo notar fue una cinta gruesa atada en su brazo izquierdo, con una leve mancha roja adornándola. El joven se le acercó con una mirada curiosa. Quizá preocupada.

— Ayúdame. —Suplicó en un hilo de voz.
— Ayúdame, quién seas. Ayúdame. —El joven lo miró desde las pupilas hasta la punta de los pies al otro lado de la azada.
— A-ayúdame, jovencito.

— Su nombre es Jeong. —Pronunció a un metro de la espalda del castaño aquel joven alto. El miedo volvió a los ojos de Sin, que se aferró al tobillo del castaño y volvió a suplicar lleno de desesperación:

— Po-por los dioses… ayúdame. —Jeong lo miró inmóvil. Los dientecillos cruzaban su cuerpo de lado a lado, pero seguía con vida.
— Ah… a-ayuda…

— Suplicas por tu vida ahora ante el hombre que pretendías matar. —Se burló ahora ella. Yul y Ari llegaron a paso tranquilo. Ella arrastraba un hacha, que hubiera pertenecido a algún miembro del grupo antes de ser asesinado. Él tenía los ojos centrados en Sin Woo-Ri.
— Patético.

— Ayúdame. —Volvió a sollozar el herido.

— No te mereces la piedad de nadie aquí. —Habló ella de nuevo. — ¿Ahora estás satisfecho? ¿Qué dices si carbonizamos tu cuerpo y lo enviamos a la mansión Sin para que tu padre sepa que su juicio está por llegar?

— Por favor…

— Debieron pensar mejor qué era lo que se echarían encima antes de obligarnos a convertirnos en esto.

Yul la miró. No desaprobaba su rabia ni sus comentarios previos, pero tampoco podría decir que culpaba a esas personas de que ellos tomaran sus decisiones. Sí, era cierto: habían asesinado a sus padres. Los habían hecho enfrentar un mundo desconocido y que los odiaba sin esa protección, más ellos mismos habían optado por esa opción. Ellos se habían hecho la promesa de no bajar la cabeza y seguir adelante. Ellos mismos.

Matar en lugar de morir.

Durante sus vidas habían estado muy conscientes de la situación a su alrededor. Sabían ahora lo que había sucedido entre su padre y los miembros de la casa de Yi. Sabían por qué se había desquitado con tanta ira y por qué, al final, sólo eran ellos seis una familia que parecía recién emerger. Supieron de su abuela, de su abuelo que fue un emperador, de la herencia que debió tomar Hwan. Todo. Y por todo ello, habían crecido sabiendo que algún día, cuando todo el mundo descubriera que seguían con vida los perseguirían también. Sabían que llegarían y que, cuando lo hicieran, sería para buscar derramar su preciosa sangre como lo hicieron con Hwan antes.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora