XLVIII

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Las cavernas eran oscuras. Completamente oscuras por dentro y el eco de un goteo en alguna parte resonaba como un martilleo.

El trío escondido contra el muro, no muy lejos de la entrada, agradecía al cielo que la luna fuera muy brillante esa noche, que el cielo estuviera despejado y que tuvieran la habilidad de encender un poco de fuego para alejar a los animales que pudieran acercarse.

De momento, sólo les preocupaban tres cosas:
La imagen de la aldea quemándose.
Que sus padres no volvieran pronto.
Que algún chacal o tigre hambriento los encontrara, solos y apetitosos, en medio de su cacería.

— Jeong, eres el mayor, ve a buscar a mi papá. —Insistía Yul mientras el mayor se asomaba hacia el oeste, donde aún podía ver el humo alzarse y desvanecerse contra el aire.

— Él dijo que nos quedáramos aquí. —Se apartó de la entrada y volvió hacia la pequeña fogata.
— Debemos confiar. Dijo que vendría al alba.

— Pero puede estar en problemas. La aldea se estaba quemando. ¿Por qué?

— Sé tanto como tú, Yul. Tenemos que esperarlo.

— ¡No quiero esperar! ¡Quiero a mis padres!

— Tengo hambre. —Ari se tocó el estómago, como si pudiera verlo vacío a través de su ropa y piel.

— Vendrán. —Aseguró Jeong buscando en una pequeña bolsa atada al caballo. — Nos buscará aquí. Él lo prometió. —Halló algunos bollos. Estaban fríos. Geu Roo y la anciana Han los habían preparado para ellos, para su camino más allá de las minas, pero ante la emoción se habían olvidado de comerlos. Fue un alivio en ese momento.

Volvió junto a los menores y ofreció uno a cada uno.

— ¿No vas a comer, Jeong?

— Estoy bien, Ari. —Le palmeó la cabeza. — Sólo tenemos cuatro bollos, si tienes más hambre, te puedo dar uno más y guardaremos el último. Comí algo antes de salir de casa, así que estaré bien. —Ella lo miró. Después al bollo. Lo partió y ofreció una parte al mayor. Él le sonrió.

— ¡Jeong! ¡Ve a buscar a mi papá!

— Yul, ya te dije que debes confiar en su palabra. Él siempre la cumple. Vendrá a buscarnos.

El menor frunció el seño y se puso rígido. Repitió su exigencia y recibió la misma respuesta en un orden diferente de las palabras.

Mientras, Ari se acercaba a la entrada. Se asomó esperando ver la figura de su padre y poder tranquilizar a los dos niños.

— Se acerca alguien. —Anunció atrayendo con éxito su atención. Jeong corrió hacia ella y la jaló suavemente.

— Ari, aléjate de la entrada. —La colocó detrás y desenvainó la espada.

Una pequeña luz de esperanza brilló en sus ojitos. Los tres esperaban buenas noticias, pero sólo las recibieron a medias cuando un pequeño grupo de aldeanos pasó cerca de la cueva y notó el fuego.

— ¡Los hijos del príncipe están aquí! —Había anunciado una mujer cercana al frente.

— ¿Están bien, niños?

Más gente comenzó a llegar. Se habían separado para esconderse en diferentes cavernas, pero al escuchar esas palabras de inmediato volvieron a reunirse junto a ellos.

— Deberían apagar el fuego. Atraerá la atención si es que alguien nos perseguía.

— ¿Perseguir?

— Señora Yang, ¿qué sucedió con la aldea?

— ¿Y mi papá? ¿Y mi mamá?

— Granujas. Eso pasó. Llegaron montados en caballos. —Comenzó alguien a responder a la primer pregunta. — Escuchamos el sonido de alerta y comenzaron a atacarnos. Incendiaron las casas, hicieron salir a todos y los sometieron o persiguieron hasta perdernos entre el humo y el fuego.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora