CXXXVI

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Ciudad a ciudad se pintó y quedó en la memoria de los novatos en el recorrido como un ensueño. Sus extensiones, ocupadas por gente simpática que no tardó en unirse a la caravana compartiendo historias con quienes parecieron ser sus familias a primera vista; buenos senderos, buen paisaje aquí y allá. Lejos de los asentamientos se extendieron llanos y prados que preservaban la renacida juventud de la naturaleza, salvaje y bella. Ganado más cercano a las granjas, más allá, liebres corriendo al percatarse de la cercanía humana, algunos caballos salvajes retozando a metros de su paso que ni siquiera se inmutaron, mariposas, aves, polillas y otros cuantos insectos que se dejaron ver de vez en vez. Se internaron más allá, donde ya sólo podrían habitar animales salvajes; allí ya no había caminos firmes, y a lo lejos ya se imponía la imagen de la montaña, oscureciéndose por los árboles abombados de hojas aún gruesas y verdes. Ya el viento era más perceptible. Se le notaba moviendo los follajes, batiendo ropas y melenas como si de una caricia se tratase. Hasta ese momento, el día había estado lleno de buen ánimo, cálido y alegre; ¿acaso ese arco de ramas gruesas, pesadas, filosas y sonidos profundizados por el eco de la propia colina... lo volverían frío? Lucía lúgubre.

Se detuvieron un momento, apenas un instante para dejar que una carreta avanzara al frente. Bajaron personas vestidas con ropas más anticuadas, abombadas, sandalias delgadas, algunos con pantalones cortos, descalzos, aros de cuentas en los tobillos, llevaban mascadas en la cabeza los hombres, las mujeres una trenza con listón rojo atándola, pero lo más llamativo eran los adornos de perlas y cuarzos con los que representaban la riqueza de su espíritu y mente. Los hombres mayores llevaban también grandes tambores de madera y cuero colgando de sus hombros. Las mujeres flautas de distintos estilos que producirían sonidos espectaculares. Otros más llevaban platillos metálicos o panderetas. Todos se reunieron al frente y una vez que se asintieron unos a otros anunciando su disposición, inició su primer homenaje.

Comenzó la música con una octava en disminución. El sonido de las flautas bambú era relajante e incitaba a la paz siguiendo un suspiro entonado en amor y esperanza. Entonces se rompió con un retumbar. El golpe sobre los tambores de cuero fue uno y guardaba un breve espacio que no llega más allá de un segundo entre el primero y el siguiente y el siguiente. Después de dos grupos de cuatro ritmados toques de tambor se unieron las voces masculinas, fuertes y poderosas, clamando:

«Uno. Dos. Mil. Diez mil. Vuelve. Empieza. Vuelve. Cae. Levanta. Vuelve. Crece. Más allá de la eternidad

«Presten oído a esta historia sin igual.
De la sangre en tus venas, su viaje ancestral.
Mil batallas reflejan sus ojos llorosos,
deseosos de volver a mil sueños de verdes campos luminosos.
¿Qué queda ahora en el páramo que ves?
Llantos perdidos en un tiempo que ya no es.
Un viejo encorvado, frágil y cansado
tiene sólo para heredarte un mundo triste y desolado.
Míralo. Está suplicando.
Míralo. Está llorando.
Cansado de luchar.
Sin fuerza para más.
Se acurrucará en el lodo para soñar.
Dormirá en su eterna paz.
Ante su muerte, el destino cruel se cierne.
A su hijo herirá el oro mientras gobierne.
Pisoteado, asesinado, por la corona de opulencia,
pero de su corazón roto ha de brotar una nueva resistencia

Y de nuevo dejaron de sonar los tambores para dejar fluir suavemente el sonido de las flautas al que se unieron voces cuidadosas; el susurro de una madre naciendo en las voces angustiadas de las cantantes:

«Surja de mi pecho el valor renacido
y te llene de un amor que se niega a ser vencido.»

Las mujeres llevaban ropas opacas y pequeñas campanas en sus manos que tocaron al tiempo haciendo también pausas entre un tintineo y el siguiente.

«En mi seno deseo hacer tu vida florecer,
oh, hijo, nada más te puedo ofrecer,
sobre la sombra de la opresión y la muerte,
te sembraré un nuevo amanecer, mi pequeño valiente.
Crece y vive

Sostuvieron sus voces en el aire con afinidad increíble; al mismo tiempo, las voces masculinas se unieron junto al golpe de los tambores.

«¡Ayúdanos!
Morirá por el hijo, por un futuro incipiente,
por salvar al más joven, con el corazón latente.»

«Mi amor es escudo contra el miedo y la sombra,
cada latido mío te envuelve, te acuna.
Con el sudor en mi frente, ahogo mi temblor aquí,
en el silencio de la noche, susurro mi deseo para ti.
Crece, mi niño, fuerte y noble en tu andar,
alimentando el futuro que anhelo para ti, sin cesar.
Desde mi corazón, te brindo la esencia,
de un amor eterno, lleno de esperanza y presencia.
Vive, oh hijo, con dicha y valor.
Escucha mi deseo y no me dejes atrás:
cuando seas hombre, lleva en ti este fervor.
Protege a los demás con el coraje que llevas,
así, en cada paso tuyo, mi amor renacerá

Su acento era distinto del cotidiano, sus palabras aún comprensibles, aunque usaron algunas que jamás antes, An, escuchó. Aun así, el mensaje se entendió, o quizá sólo sería ella conmovida por la música, las voces y el mar de emociones vivas y presentes que se convenció: incluso si no hubiese escuchado cada detalle de la historia, que se resumía en la canción, de los labios de Namoo, las lágrimas hubiesen surgido. Se secó los lagrimales con un pañuelito que llevaba en el bolsillo y permaneció atenta al espectáculo de los artistas guías.

A medida que el sol comenzaba a posicionarse a sus espaldas, el sendero se transformaba en un mágico desfile de destellos entremezclados de sus vagos rayos y las linternas de papel que comenzaban a encenderse para que nadie se perdiera. El sendero que habían estado siguiendo también comenzó a desvanecerse dejando nada más que pasto largo subiendo la pronunciada pendiente. Un amplio claro que se despejó de todo lo tétrico de la espesura vegetal. Sopló sutil y susurrante el viento y los árboles se mecieron. Resonó el murmullo de un río de corriente constante; no brava, no quieta. Pudieron verlo tras entrar en el claro y mirar a su lado izquierdo. Agua cristalina fluyendo con fuerza montaña abajo. Casi en la cima se sobreponía de a poco la empinada y dejaba un terreno más firme y estable dividido por el mismo río. Al otro lado de la corriente se alzó el santuario. Enorme y majestuoso, con sus tejados negros y dorados, sus muros de tabiques rojos, grandes pilares sosteniendo los techados de senderos de suelo cristalizado que subían tres escalones, igual de detallados, antes de extenderse hasta los arcos de entrada al corazón del santuario. Su forma de atravesar: puentes de medialuna en perfecto estado.

El crepúsculo ya se había acomodado cuando se detuvieron ante uno de los puentes. El más cercano. Las canciones habían terminado, al igual que el homenaje artístico. Esta vez, comenzaron a descargar sus carretas. Repartieron las ofrendas, inciensos, cajas de madera con contenidos desconocidos, juguetes y otros objetos ceremoniales de su tradición. Mientras, llegaron nuevas melodías, cánticos y resplandores desde otro de los rincones. Se encontraron más habitantes del estado con aquellos con quienes había llegado ella. Se saludaron como si se conocieran de toda la vida, aunque era evidente que algunos recién se presentaban. Se integraban con entusiasmo prestándose a ayudar a aquellos que llevasen más carga añadiendo una capa de vibrante actividad y calor. Luego vinieron más de otro lugar. Y más. Y más. Y se multiplicaron en número y brillo, en armonía, en una ilusión inexplicable. Y fue claro que la montaña brillaría esa noche como si las mismas estrellas se asentaran en esta ahuyentando a esa espantosa negrura.

━━━━━━━━━ 𝐿𝑎𝑟𝑔𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎 𝑎𝑙 𝑟𝑒𝑦 ━━━━━━━━━

Maratón 7/?

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora