XLVI

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Geu Roo y la anciana Han se habían dividido los pendientes en la aldea. La mayor se dedicaría a recolectar lo necesario para la cena, mientras que la curandera se dirigió a una pequeña casita no lejos del mercado. Allí vivía un comerciante bien querido por la aldea con su familia. El hombre había caído en cama víctima de una horrible indigestión. Para tratarla, Geu Roo pasó poco más de una hora administrándole remedios a base de hierbas para calmar los malestares y la fiebre.

— Ya está. Dentro de unos días se sentirá mejor.

Anunció a la mujer a su lado y a los dos jovencitos al otro lado del comerciante.

— La fiebre irá bajando poco a poco con un buen té de estás hojas. —Entregó un paño a la señora de la casa. — Y este otro debe beberlo como infusión, siempre por la mañana por tres días, de preferencia con una buena sopa de arroz.

— Entiendo. Gracias, Geu Roo. —Ella asintió y sonrió. La mujer le tendió una cesta pequeña con varias bayas.
— Están bien frescas. Las acabamos de coger en la mañana bien tempranito. Son rete buenas para los niños. Crecerán sanos y juertes.

— Gracias. Si no ve mejorar a su esposo hábleme otra vez y lo vendré a ver. —Se acomodó la canasta en el brazo, apoyándola suavemente contra su cintura. — Voy a ir agarrando camino, que si no se nos hará más noche y no quiero que nos agarre la oscuridad. Luego no se ve nada.

— ¿Las acompaño, señora?

— No hace falta, jovencito. Quédate y ayúdale a tu mamá a cuidar de tu padre, ¿vale?

— Sí, señora.

Se despidieron con una sonrisa y una venia.

En las calles ya sólo quedaban algunos comerciantes que recogían sus cosas, el resto se había marchado o estaban cerrando los pequeños locales.

Distinguió la carreta acercándose con la anciana guiándola y alzó la mano para saludarla.

— ¿Cómo está el señor? —Fue su saludo mientras Geu Roo se subía a su lado.

— Estará bien. 'ámonos ya que se va a hacer noche y me falta pasar a ver a la señora Beom.

La carreta continuó andando.

Mientras, a las afueras de la aldea, llegaba un grupo conformado por veinte hombres montando a caballo y presumiendo sus ropas caras y de colores vivos.

— Es esa, príncipe.

Sae young miró del cielo al suelo la aldea, hizo un gesto de desinterés y movió la cabeza.

— ¿Hemos viajado por días enteros para esto? Parece una aldea común y corriente.

— Le juro que lo que digo es verdad, su alteza. Los recolectores que hemos mandado aquí nunca vuelven.

— Y son víctimas de alguien a quien apodan "príncipe serpiente". —Repitió seriamente. Arrió de nuevo su caballo.

— Alto allí. —Advirtió una voz fuerte, un poco ronca, cuando estuvieron a pocos pasos del arco de entrada.
— ¿Quiénes son y qué buscan?

— Soy el séptimo príncipe Sae young, general del imperio de Yi. Abran paso. Es una orden imperial.

— Esta aldea no tiene qué ver con el imperio de Yi. Den vuelta y márchense.

— ¿Acaso no están escuchando? Háganse a un lado y déjennos pasar. Hemos venido por un criminal peligroso que huyó de prisión.

— No hay nada que deban buscar ustedes aquí. Puede decirle eso a su emperador.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora