CXXXV

11 2 21
                                    

Escribiendo ahora, me cuesta creer que haya llegado a este día. Faltan unos pocos para que se complete un año desde que llegué aquí y ¿quién diría que cambiaría tanto? La ansiedad y la angustia que me habían cubierto como la marea que sube a la costa, se retrajo de la misma manera desde esa noche. Una calidez extraña se impuso en mi corazón barriendo los rastros de tristeza y lavaron mis ojos con mis lágrimas hasta hacer mi vista clara. Desde entonces entiendo mejor muchas cosas. Nunca fui feliz. No era un ave enjaulada, sino una libélula sin alas, tirada, olvidada medio muerta que sólo serviría para que algún curioso jugara con ella un rato. Jamás volaría. Jamás vería nada más que el rechazo de todo. Aquel lamentable sentimiento se había anidado en mí desde mi niñez y fue sentir lo que llaman empatía, una amabilidad que para mí era irreal lo que me volcó. Me mareó hasta que no pude ocultarlo más. Después de ese día, aún me preguntaba si había hecho lo correcto. Me pregunté si algún día lo haría de nuevo y después pensé en lo mucho que me gustaba volar. Surcar el mundo. Creí que me estaba lamentando aún por no haberme ido cuando esa misma pregunta iba y venía en mi cabeza todos los días. A veces aún lloraba y me asustaba. A veces aún me pregunto qué hubiese pasado si me hubiese ido, pero la angustia y la tristeza se fueron. La verdad, no sé en qué momento desaparecieron. De pronto, un día me descubrí pensando en esto de nuevo, y me enteré de que ya no se apretaba mi corazón, ni me volcaba en desaliento. Ya no me preocupaba en lo mínimo. Ya sólo quedaba la cuestión como palabras sencillas, unidas por una voz. Quedaba con la misma tranquilidad con la que se pregunta si alguien durmió bien o qué hay para comer. Y se iba. Luego se volvió casi imperceptible. Como si nunca hubiera pasado. Perdí el interés en el exterior desde que lo conocí más. Creí que la única verdad era lo que me habían enseñado desde niña. No supe cuán equivocada estuve. Dejé mi andar errante. Extendí mis alas, como dijo él, y pude ver la inmensidad del mar como si pudiera cruzarlo en un paso. Pasé mis días cumpliendo mis labores desde entonces. Guardo aún el permiso de salida. Al finalizar el invierno, pensé que sería bueno usarlo cuando el clima fuera más cálido. Pensé en ahorrar un poco de lo que se me paga, bajar a conocer el mercado y buscar algunas buenas telas para hacer ropa bonita, ya que he aprendido a coser, quizá comprar cuentas y armar pendientes y pines para el cabello, pero al final no lo hice. Pasé la primavera sobreviviendo a la calurosa humedad que subió cuando el cielo se deshizo de las lluvias. Para entonces, la matrona ya nos había entregado nuevas ropas, holgadas y cómodas para sobreponernos al calor, junto a dos pares de sandalias. Uno para el interior de la mansión y uno para el exterior. Salir, entonces, no era una opción viable para mí. El señor también dijo que era mejor que me quedara en la mansión, ya que aún estaba muy delgada y decaída, así que el clima de afuera podría enfermarme y podría llegar a desmayarme. Creo que él es muy dulce al preocuparse por algo así. Me enteré de que le gustan los postres dulces, así que a menudo le preparo algunos y creo que unos le han gustado. Ya no tiene problema con que yo le prepare las comidas, pero aún me mantiene a su lado como su asistente personal. Me ha enseñado a contar y a pintar también. Y el tiempo libre que he tenido lo he aprovechado para mejorar mi escritura y mi lectura. Ahora puedo leer páginas completas. Descubrí también que, diferente de lo que creí, soy muy asustadiza por naturaleza. Eso lo descubrí aún en invierno. Con las últimas tormentas que se llevaron los vagos rastros de nieve y el frío dejándome en su lugar largas noches de insomnio por los recurrentes truenos y los relámpagos que hacían aparecer sombras por doquier, incluso si dejábamos linternas encendidas toda la noche. Una gran diferencia con el verano en el que el clima se ponía tan húmedo y caluroso que todos en la ciudad dejaban de salir en las horas tempranas del día hasta el crepúsculo. Los ocupantes de la mansión dormían hasta que la sombra en el patio de entrenamientos era muy visible, entonces empezaban sus lecciones en los salones y sus entrenamientos al anochecer y hasta el amanecer. Mientras que nosotros teníamos permiso de bajar a la playa para refrescarnos mientras los cadetes estudiaban. Los postres, en todo este tiempo, han sido de hielo picado con crema y frutas. Creo que me gusta mucho trabajar así, porque tenemos mucho que hacer afuera y puedo ver la salida de las estrellas que me encantan. Las veo todas las noches. Cuando le platiqué al señor sobre mi fascinación, él comenzó a prestarme libros, de los que siempre ahorro detalles interesantes para contarle, aunque es muy posible que él ya los conozca siendo esos sus libros. Aprendí de estos la existencia de un sitio de infinidad de estrellas. También que existen otros que no son estrellas, sino planetas. Y que se les conjunta llamándolos cuerpos "celestes". El otro día el señor me preguntó si estaba feliz ahora. No pude evitar sonreír cuando la brisa sopló en mi cara. Le dije que estoy contenta. Que me gusta cada instante que voy descubriendo aquí. Me gusta el cielo. Nunca había vivido un verano tan caluroso, pero lo estoy disfrutando mucho. Hacía mucho que no me sentía sonreír sin premeditarlo. Él dijo que aún hay mucho por aprender. Tanto más por vivir.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora