LXVII

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El papel doblado al estilo de folleto fue entregado en las manos de un hombre de mediana edad. Tenía el cabello bien teñido, atado en un moño debajo de su sombrero negro, barba y bigote limpios y bien cuidados, vestía de seda y la cinta en su cabeza le delataba una buena posición. Lo abrió dando apenas una mirada a los garabatos ahí escritos.

— Parte hoy mismo. No querrás que la noche te sorprenda internado en el bosque.

— No hay nada que temer en la noche. —Guardó el papel en su ropa y se despidió con una venia:
— Me retiraré entonces, su majestad.

Espectros.

Esa había sido la primera conclusión del pueblo. En un primer momento, nadie quiso creerlo, pero pronto sucumbieron. No sabían de ningún bandido que, antes ni hasta ese momento, hubiese tapado todas sus huellas y silenciado a todos los testigos de esas maneras. Funcionarios y eruditos hacían y deshacían teorías sobre las escasas evidencias que seguían avivando las habladurías de la gente sobre el que estuvo allí.

En los alrededores de la montaña limitante se habían descubierto ya más de una docena de grupos inertes. Cada uno relacionado por la hora y el lugar donde se encontraban al momento de sus asesinatos, que resultaban verdaderas cuestiones brutales. Algunos de ellos decapitados, otros muertos por envenenamiento, pero sin heridas o señales de hemorragias. Algunos más con cientos de orificios de colmillos por todo el cuerpo y, otros más despiadados: desollados.

— «Las víctimas varían en edad y sexo. —Leía mientras su sedán se movía en los hombros de sus esclavos. — En cada caso se trataba de familiares o miembros de un grupo de mercaderes o campesinos transportistas provenientes de distintas ciudades, todos dirigidos hacia la montaña de Hanyang y encontrados muertos en las faldas de estas, sin equipaje ni transporte; en ocasiones roídos por animales carroñeros que hacían su aspecto aún más grotesco. Los cuerpos, hasta ahora, suman un total de 192.»

Los investigadores previos se habían referido al asesino como "el devorador de sangre fría" en alusión a una persona cruel y sanguinaria, dejando de lado las supersticiones y rumores sobre fantasmas vengativos, aunque no importaba cuánta información o nombres le dieran, o cuántas veces releyeran y rearmaran sus teorías. No podían llegar a ver el final. La mayoría de los cuerpos habían sido descubiertos por plebeyos que pasaban por el lugar o que los habían visto flotar en los canales, arrastrados hasta allí en las noches lluviosas. Estaban aterrados y nadie sabía qué hacer. Sin otro remedio, los funcionarios habían sugerido contratar a alguien que fuera capaz de dar con el asesino y devolver tranquilidad a la población, y así fue que dieron con el líder de una formación de cazarrecompensas de renombre, hijo de una familia acomodada con fama de exorcistas y buenos espadachines. Su nombre era Sin Woo-Ri.

Nadie podía negar que el equipo, conformado por doce miembros, merecía la fama y el respeto que muchos les daban, para tratarse de cazarrecompensas en plena dinastía Joseon. Habían dado ya con distintos criminales a cambio de una buena fortuna, habían rescatado a más de diez víctimas de secuestros y ahuyentado a saqueadores, sometido a asesinos y también a algunos bufones que se hacían pasar por criminales peligrosos para intimidar a otros.

— ¿Un devorador de sangre fría? ¿Acaso hablamos de un reptil o de un muerto viviente? —Bromeó uno de los miembros tras recibir la información de las manos de su líder.

— ¿Hay diferencia? Igualmente nos pagarán por traerles su cabeza.

— Por supuesto que habrá diferencia. Alguno de los dos será más escurridizo.

— Con tantas víctimas en tan solo dos meses, lo único seguro es que se trata de una criatura peligrosa y desbocada. Quizá fuerte.

— Será divertido.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora