Cuando la tarde cayó, ya la ciudad se había enfiestado de extremo a extremo. Las flautas y panderetas, instrumentos nunca faltantes en la música de la región según había descifrado Iseul, sonaron desde el mediodía hasta el crepúsculo llamando a todos a vivir la alegría del inicio del festival ofreciendo la experiencia de la equitación, la sazón de los alimentos frescos, la adquisición de joyas, ropas de seda o ser el protagonista de una pintura, todo por sólo unas cuantas monedas. Se denotaba que sería una noche aún más bulliciosa de lo que habría sido el día. En los muelles, los barcos galardonados con decorativos de metros de tela desfilaban de costa a costa reuniendo a sus pasajeros con los familiares que esperasen por ellos.
Mientras seguía al amo con la canasta ya repleta de cajitas bien envueltas, tomaba unos instantes para anotar en su memoria el esplendor de tal escenario. Leves gotitas saladas que alcanzaron a salpicar su cara al pasar por el muelle la refrescaron de la calidez de la puesta de sol, asomada entre las siluetas de los transeúntes. Se sentía impulsada por una sensación de que sus pies dejarían el suelo, o quizá sería la alta escalera demasiado inclinada que subieron hacia un jardín de lo más espectacular que hubiesen visto los ojos humanos antes.
Distanciado de la costa por una caminata de unos once kilómetros un cerro de poco más de doscientos metros de alto era lo que resguardaba tal belleza semi urbanizada. Allí, los grandes árboles, espesos y grotescos desaparecieron dejando paso al llano formado antes de la cima desde el acceso por los escalones hasta el muro de tierra escarpada al otro extremo. El sonido de las corrientes era más fuerte, profunda. Fluía como si danzara con la música de los artistas que ya se encontraban paseando de un lado a otro sin dejar de ritmar. Se formaban estrechos riachuelos zigzagueantes que habían sido meticulosamente recubiertos con bajos puentes cristalizados que no impedían su cruce en una corriente más amplia y fuerte cursando hacia alguna parte en alguna ciudad. Y, desde allí, ¡sorprendente! Relucían los brillos del santuario entre bosquejos de la vegetación de aquella amenazante montaña. El resplandor de las estrellas se fusionaría perfecto con aquel efecto de sus linternas blancas y amarillas. Allí, el atardecer brillaba con claridad y, como llegaba el otoño, las hojas que empezaban a carecer de su verdor caían dejando susurros bajo los pies que sobre ellas pasaban.
El pórtico del jardín estuvo formado por estandartes que se sacudían con suavidad, medio húmedos por el vapor que viajaba en ese viento. En cada bandera, un símbolo tejido en dorado. Exactamente el mismo: un cuarto de luna, cuya abertura se colocaba hacia arriba, acunando a la forma del sol; custodiando a astro y satélite, un par de serpientes, una serena y la otra amenazante. Se deslizaban desde bordados blancos de lo que serían hojas o pétalos, o quizá ambos. Y debajo de esto "Hwang" era lo que se leía en los caracteres.
En el momento en que los abundantes comedores bajo ese cielo salpicado de estrellas se llenaron, con el suave crujido de la hierba del páramo al rascarse contra sus vecinos, la música llamativa y agitada ya había parado, junto con las escenas dramáticas, en su lugar, habían quedado nuevos músicos tocando sus instrumentos con cautela para endulzar por completo el ambiente de aquella cena por la que hombres, mujeres, niños, jóvenes y viejos se encorvaban alrededor de las mesas compartiendo platillos y bebidas.
Estallaron con destellos de colores los fuegos artificiales celebrando con formalidad el aniversario del valor de su gente. La primera noche libres hacía décadas.
Fluyeron de nuevo historias. Los viejos contaban anécdotas de su juventud a los niños. Otros bailaban, cantaban, bebían brindando por la historia que sus nuevas generaciones apenas conocían maravillados. Luego comenzaron a repartir regalos de mesa en mesa haciendo sonreír a sus conocidos. Niños inocentes que se entusiasmaban de entregar esos envoltorios vibrantes y ver la sonrisa y gratitud de cuantos los recibían.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Historical FictionHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...