LXXXVIII

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Tras su charla con los peregrinos, lord Gong miraba el cielo vuelto gris oscuro. El viento soplaba ya con fuerza con una tormenta a punto de llegar. Se dio vuelta y volvió hacia la mesa revisando los papeles y sobres encima.

— ¿Cuándo fue la última vez que me entregaste mensajes de Lord Hun?

— Apenas hace veinte días, mi señor.

— Veinte días. Aún no se había presentado por allá ningún comerciante del sur, así que su llegada debe haber sido en días recientes. Comenzaba a creer que su escasez había llegado a un punto realmente crítico y por eso los comerciantes dejaron de venir, pero una plaga tiene mucha más lógica. —Cerró el sobre blanco con una carta recién escrita y lo entregó al sirviente vestido de azul, con la mitad inferior de la cara cubierta por una mascada negra.
— Lleva mi mensaje a lord Hun y trae su respuesta antes del anochecer de mañana. No ingieras nada más que los alimentos que lleves contigo de estas cocinas y procura no tener contacto con nadie en el camino.

— Sí, señor. —Bajó la cabeza en señal de obediencia.

— Ho Lin. —Se dirigió a otro encabezando un grupo de cinco hombres vestidos igual que el anterior y variando en edades.
— Tú y tu equipo tomen camino hacia el sur. Busquen a esos comerciantes. Deberían estar aún de camino a Hanyang por el paso delgado. Si los ven aún allí, verifiquen su estado y tráiganme las noticias de inmediato.

— Sí, señor.

Se despidieron con una venia y partieron inmediatamente llevando todos un saco con comida suficiente para dos días, un caballo y bastante agua.

Y pasó la tarde. El viento había continuado soplando y una fina llovizna había precedido a una tormenta que se quedaría toda la noche, vaga y flotando entre truenos y relámpagos, mojando la árida tierra y elevando el vapor que esta hubiera acumulado hasta dispersarlo como si de aire contra humo se tratase.

Al amanecer, con el cielo aún oscuro por las nubes y el viento soplando desde alguna parte en el noroeste, levantando una nube invisible de tierra húmeda que esparcía su aroma, los caballos del quinteto en camino al "paso delgado" trotaron con fuerza arrojando pequeños puños de lodo tras sus patas.

Una silueta escalonada, a medio enterrar, fue avistada entre la neblina fantasmal. La brisa reveló el olor a cadáver de varios días y, tras intercambiar miradas, detuvieron a los animales y desmontaron.

— Podría tratarse de un animal.

— ¿Arrojado hasta aquí? Imposible.

— Si hubiese más carretas pasando por aquí sería más creíble.

— Por el señor del cielo... —Exhaló horrorizado—. Es un hombre.

Y los otros también se adelantaron para verlo.

El cadáver, antes comerciante, tenía una horrible expresión de dolor y angustia en la cara, sus manos estaban rígidas cerca de su cuello, como si fuese a sujetar su cabeza, pero no la hubiese alcanzado. Sus ojos vueltos blancos... o, mejor dicho, rojos, por las venas hinchadas y la sangre que no había coagulado. Y su boca en una mueca con la que gritaría su agonía. Estaba rodeado de moscas también, y la pestilencia era casi tan insoportable como la imagen misma.

— ¿Cómo llegó un cadáver hasta aquí?

— No debería llevar tantos días. ¿Cómo es que puede oler tan mal?

— Está hinchado. ¿Será por la tierra caliente?

— No es de esta región. Sus ropas se parecen más a las del sur. Cordón delgado alrededor de las prendas superiores. Pantaloncillos blancos, calcetines y zapatos abiertos. —Se miraron las botas unos a otros, al igual que sus prendas: dos tipos de jeogori. Uno de mangas largas y color liso y sobrio. El segundo de mangas cortas pero extensión a la mitad de la pierna, cuatro perforaciones a la altura del torso por dónde cruzaban un cordón, amarillo naturalmente, con el que cerraban las prendas. Una a la vez. No usaban medias ni calcetines, y sus pantalones llegaban a la pantorrilla para evitar el bochorno por los zapatos en esas temporadas.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora