LXXXVI

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El grupo avanzó impasible. La ciudad no estaba ni lejos ni cerca de la montaña. No la rodeaba como suponían muchos que no habían pasado por su desolado sendero, así que no conocían la ansiedad de ver el pie de esta extendiéndose a su vista. Ellos sí lo hacían, aunque sería esa la primera vez que lo sentirían con tanta claridad: el deseo de verla alta, poderosa y dominante, alejando a los viajeros y curiosos, a cualquiera que se acercara lo suficiente para presenciar su tenebrosa bruma, efecto de la vegetación bajo la advertencia de la próxima llegada del otoño. Caminaban sin apresurarse ni detenerse. Deseaban verla solitaria como cada vez... pero ya no fue así.

Maldijeron.

Si hubiesen salido de la ciudad un poco antes...

Si hubiesen bajado más rápido se habrían marchado antes...

Si hubiesen llegado un poco antes...

Ahora, al pie de la montaña, a menos de dos metros de este, aún fuera de la vegetación, remisos, se distinguía una formación de doce a quince hombres vestidos de hanbok rojo de estilo práctico. De haber llegado unos veinte minutos antes habrían visto a su comandante desplegarlos dejando la orden de dejar su posición sólo cuando se les indicara.

— No puede ser.

— ¿Son esos los guardias? —Murmuró uno a Ari.

— Son ellos. —Confirmó.

¡Oigan! —Resonó desde la formación con fuerza y agresividad. — ¡Ustedes, vuelvan por su camino! ¡Estos límites están prohibidos para cualquiera hasta nuevas órdenes!

— No podemos irnos. —Volvieron a susurrar entre ellos. — Tenemos que llevar las noticias. Incluida esta ahora.

— Pero ¿cómo subiremos sin llamar su atención? Míralos. Apuesto lo que sea a que estos sólo cubren esta zona.

— ¿Creen que toda la montaña esté rodeada?

¡No se les advertirá de nuevo! ¡Vuélvanse o serán arrestados!

Había, como mínimo, tres metros de distancia entre ambos grupos. Aún así, fue distinguible la distancia entre la guardia y la montaña, así como pudieron notar las espadas atadas a sus cinturas. Sobre la guarda ya reposaban sus manos listos para desenvainar si decidían acercarse.

— Esto es una tontería.

— Debemos volver. —Inquirió Ari esta vez.

— ¿Qué?

— Pero, Ari, debemos avisarles.

— Yul entenderá. Sabrá que si no hemos vuelto al anochecer, la situación se ha agravado y no debe exponer a la aldea. —Se dio la vuelta volviendo apenas un par de pasos.
— Buscaremos la manera de subir, pero debemos ser discretos. De nada servirá abrir más la curiosidad de estas personas. Vamos. —Continuó su andanza.

Tras dar una última mirada a la formación, sus acompañantes la siguieron resonando sobre la tierra suelta de aquel paisaje, casi desértico por temores citadinos, sus pasos descoordinados.

— ¿Qué haremos?

— Tendrán que moverse de allí en algún momento.

— Este lugar no tiene ningún sitio donde ocultarnos y esperar a que eso suceda. Por eso era tan fácil ver a los que decidieran acercarse.

— Necesitamos refugio. Volveremos a la ciudad. —Volvió a hablar Ari. — Una tormenta se avecina. Incluso si los ahuyenta a ellos, será casi imposible subir la montaña. Saben cómo es la tierra con las lluvias previas al otoño.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora