XCIII

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Los registros recabados sobre las víctimas no habían cambiado en nada desde que los pusieron en las manos de Sin Woo-Ri. Salvo que se había agregado al último grupo de comerciantes encontrados muertos al pie de la montaña. De nuevo, sólo había cientos de agujeros y esa horrible coloración purpura o negra en la piel. Las ciudades, pueblos y villas alrededor de la montaña habían caído en un completo estado de pánico al punto en que, al llegar el crepúsculo, las calles casi se vaciaban, pues nadie quería salir solo, las puertas de casas, establecimientos y posadas se cerraban y bloqueaban y crecían los rumores sobre fantasmas.

La llegada del grupo de cazarrecompensas exorcistas debía suponer un alivio para todos, pero a poco más de una semana de que se hubieran internado en la montaña, ese alivio se disipaba ante la presencia de los guardias, las reuniones de algunos nobles con el recién llegado lord Sin y el caballo que se dirigió a la enorme formación cerca de las diez u once de la mañana.

— "Agh. Siempre es lo mismo. ¿Cómo pudo alguien hacer todo esto y no dejar ni un rastro? Llevamos ya casi tres meses tratando de dar con él y no hay ni una señal en toda esta condenada tierra."

— Estamos listos, lord Sin. —Anunció uno de los guardias del grupo de dieciocho que lo seguiría.

— "Esta montaña hace que uno sucumba a la locura. Debería enviarlos sólo a ellos, pero quiero saberlo por mí mismo. ¿Sería posible que los bastardos que acompañaban a ese demonio sean los responsables? No tengo ningún fundamento, pero sólo ese desgraciado usaba veneno de serpientes como si fuera carbón en invierno. Quiero verlo. Quiero que ese bastardo me mire a los ojos antes de verse envuelto en fuego como su maldito padre."

— ¿Lord Sin?

— Bien. Vamos.

La guardia al pie de la montaña le abrió paso.

Para ese momento el cielo ya estaba un poco claro, pero horas antes no había ni un rayo de luz que se filtrara entre las ramas casi completamente enrojecidas de los arces. Las nubes eran tan oscuras que aún parecía medianoche a las seis de la mañana y al avanzar sobre la hierba amarillenta no se distinguían más que algunos estragos de las tormentas de los días pasados y el espeso lodazal.

A esa hora y en la penumbra, Yul había susurrado su gratitud a que la lluvia de la noche anterior no hubiese sido feroz y persistente, o estarían deslizándose por un río de lodo. De nuevo. Pero no recibió más que un corto "mm" en respuesta.

Su viaje había iniciado con un incómodo silencio. Y sería un tramo de largas horas antes de llegar al pie de la montaña. Acompañarlo solamente con el relinchido de los caballos y el susurro del helado viento lo volvería más pesado, como si cruzaran un terreno maldito en lugar de un camino que bien conocían desde niños.

Abrumado por la falta de sueño y con la garganta irritada por el llanto de la noche, Jeong avanzaba con pasos distraídos y un poco torpes detrás del moreno, que lo miraba sobre un hombro de vez en cuando sin entender por qué seguía cabizbajo y tan callado. Sin saber que se sentía desmoronar de tristeza.

Jeong inhaló una vez. Tan profundo que sus cuerdas vocales cantaron una tranquila "ah". Su mirada en el suelo y su atención perdida impidieron que se percatara de que Yul se había girado media vuelta y estaba detenido antes de que se chocara con él.

— Ouh. —Elevó la cara.

— ¿Qué tienes?

— Nada. —Apenas consiguió que saliera su voz.

— No tengo intenciones de hacerme ver como un amo despiadado que hace llorar a su sirviente.

— Lo siento.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora