XI

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Las hermosas y coloridas ropas, accesorios y pulcro maquillaje brillaron ante las tenues luces de las calles.

— Felicitaciones a la hermana Eun Geum. —Sonreían algunas de sus compañeras kisaeng que habían ido hasta el muelle para despedirla.

— Hojang Kang, directora Kang —Se dirigió a ellos—, me han instruido y mantenido viva en estos años. Me aseguraré de que sean recompensados por haber sido tan benévolos conmigo, más aún, por permitir que la hermanita Jang me acompañe.

— No hables demasiado, muchacha. —Pronunció paciente la directora. — Causaste muchos problemas por esa belleza que atraía a los hombres, así que teníamos que asegurarnos de que no causaras más al mantener una visualidad espectacular para nuestros clientes, negando sólo lo que causaba el gran disturbio. ¿Cuál sería la deuda entonces? En cuanto a la aprendiz Jang. —Tronó la lengua en su paladar. — Ella sólo te escucha a ti, y yo estoy vieja para discutirle o castigarla. Nuestra casa kisaeng es la mejor de toda la zona sur y quiero que se mantenga así, entonces esta chica rebelde estará mejor contigo. —Se refirió a una jovencita de quince años que se colocaría como la nueva doncella principal de Eunyeong. Ellas se sonrieron.

— Señorita Jo —Llamó uno de los sirvientes enviados desde el palacio Naejeong—, debemos partir ya o no llegaremos a tiempo.

— Sí. —Respondió ella. Sonrió una vez más a sus compañeras y patrones y se dio la vuelta.

— Ay, ¿quién como ella?

— ¿No se los dije? Eun Geum. Tan contradictoria su suerte como esas dos palabras.

Eunyeong había escogido ropa reluciente, elegante y de colores vivos, pues quería dar una buena imagen a sus padres luego de todo ese tiempo. Fue transportada hasta la ciudad de Hanyang, escoltada por guardias y monjes al amanecer, cuatro días antes de la fecha fijada. Young Hwa no había podido quedarse para llevarla él mismo, pero había ansiado ese día más que cualquier otro antes.

El sol resplandecía con un calor tenue debido a los fuertes vientos de otoño. La entrada a la ciudad de Hanyang resaltaba lo precioso de las callejuelas y edificaciones que encontrarían allí. Cuando el sedán atravesó el camino hacia la casa materna, la gente se aglomeró para ver el desfile y ella no había dudado en abrir un poco la cortinilla para recordar la vista de casas, negocios, escuelas, bibliotecas, incluso los muros le eran importantes. Entre la gente pudo reconocer a su familia, que la miró a través de la cortina y sonrió.

— Mamá. Papá. Hermanos. —Murmuró para sí misma antes de devolverles el gesto al llegar junto a ellos. Estaban de pie fuera de la casa y había también algunos guardias a sus lados. Sollozó una vez por la alegría de poder volver a verlos.

— Unnie, no llores. Arruinarás tu maquillaje y te tomó horas enteras. —Se alegró también la joven Jang Rin Su.

El sedán fue colocado en el suelo con cuidado frente a la casa donde ella había crecido y que, en ese tiempo, no había cambiado demasiado. Sus padres, hermanos, cuñadas y sobrinos se encontraban allí esperando para llevarla dentro, pero primero, Ga-eul la abrazó y recibió con cálidas palabras, hizo énfasis en su arreglo y en lo feliz que se sentía de volver a verla. Prosiguieron a entrar en la casa para ponerse al tanto de algunos detalles y celebrar en familia el compromiso, momento que Eunyeong aprovechó para presentar a la joven que la acompañaba.

En la antigüedad, la boda era el evento más importante de una persona. La celebración se extendía a tres días, a pesar de que la ceremonia, en sí, no era larga. Esta se llevaba a cabo el primer día en la casa de la novia, hasta donde el novio desfilaba acompañado por asistentes, sirvientes (dependiendo de su posición social, podrían ser uno o más) y músicos, manteniendo una apariencia formal. El desfile era guiado por un asistente personal del novio aludido como girukabi, quien debía también portar, prácticamente escoltar, un par de figuras llamadas kireogi, de las cuales, el novio entregaría una a su futura suegra en promesa de una vida llena de amor y cuidado para su hija. Se trataba de un par de gansos de madera que representaban a los prometidos, estos simbolizaban que la pareja se mantendría unida de por vida, que vivirían en armonía y que dejarían un buen legado a sus descendientes al morir, pues era bien sabido que los gansos sólo escogían una pareja para toda su vida. Después se desarrollaba la ceremonia nupcial en pasos que tenían su propio nombre: gyobairye para el primer encuentro de los novios. Geunbairye para la representación de la unión, en la cuál debían beber alcohol de una misma taza. Por último, el hapgoongrye para cerrar la ceremonia. El mismo día se consumaba el matrimonio. El segundo día era, dependiendo de la distancia de la casa de la novia a la del novio, para descansar o para comenzar el viaje, pues al tercer día debían celebrar en la casa del novio una última ceremonia conocida como pyebaek en la que los padres de él lanzaban un puñado de jujubas y castañas que la novia debía atrapar en su gran falda. La cantidad de frutos que se quedaran sobre la tela simbolizaba la cantidad de hijos que tendrían. Después bebían juntos vino de arroz coreano: cheongju. El pyebaek es una tradición que, aún ahora, muchas familias practican.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora