LIV

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Hyun Sik había viajado desde su hogar en la provincia Gyeongsang hacia Hanyang para participar en un elaborado mueble que sería obsequio de cumpleaños para la susodicha princesa Gyo Ri, pero al llegar a la ciudad se encontró con gente aterrada, escondida entre esquinas, sucias de polvo negro que fácilmente reconoció como cenizas. El penetrante olor del humo aún no se había ido y la bruma del fuego se mezclaba con la neblina asentada.

Dejó su carreta y corrió a revisarlos.

Sólo a sus lados pudo descubrir que se trataba de empleados del palacio y algunos curiosos que intentaban asistir con agua las heridas. Algunos tenían el rostro desfigurado por golpes o quemaduras severas, algunos más estaban mutilados, gritando desesperados por el dolor. Otros ya habían muerto.

— ¿Qué les sucedió? ¿Cuántos están heridos? —Se inclinó para verificar el estado de varios que estaban cubiertos de sangre hasta el cabello.

Una mujer arrinconada, con los dedos aferrados a una pulsera que debió ser de alguna emperatriz por el acabado lujoso y de oro, ensangrentada hasta los codos y en la cara, fue quien respondió entre gritos y lamentos.

— ¡Él lo hizo! ¡Asesinó a mi señora!

— ¿Qué? ¿Quién lo hizo? —Se apresuró a quitarse el abrigo y lo proporcionó a la mujer que, incluso estaba temblando.

— ¡Wonja! ¡Los ha asesinado!

El rostro se le desencajó de confusión.

— ¿El primer príncipe hizo algo así?

— ¡Que los dioses protejan al primer príncipe! ¡Estoy hablando del príncipe serpiente! ¡El wonja Hwan ha provocado todo esto!

Hyun Sik detuvo sus movimientos. Casi se fue de espaldas. Su cabeza dio vueltas alrededor de esas palabras. ¿Había escuchado mal?

— "¿Hwan?" —Sostuvo a la chica de los brazos con desesperación. — ¿Has dicho Hwan?

— ¡Por supuesto que sí! ¡Llegó en la noche e incendió todo!

— No. —La soltó. — Eso no es posible. El príncipe Hwan está muerto. —La voz le tembló.

— ¿Acaso no lo sabe? —Inquirió otro entre la multitud. — El wonja no estaba muerto. El emperador lo encerró en el foso acusado de traición y quiso matarlo, pero se escapó y en años no se ha sabido nada de él.

— ¡Fue él! —Recriminó la mujer.

— ¡Que no pudo ser él! —Insistió el anciano. — Wonja no lastimaría a su gente.

— ¡Yo lo vi, viejo estúpido! ¡Permitió que saquearan los palacios, colgaran a todos y prendieran fuego hasta a la residencias de los nobles! ¡No quedó nada!

— ¡Estás loca, mujer!

Hyun Sik ya no los escuchaba. Su rostro se había vuelto pálido al alzar la vista y descubrir, de hecho, la nube de humo proviniendo del lugar de los nobles. Disipándose hasta dejar ver nada más que restos quemados de lo que fueron las mansiones alrededor del palacio, y de este sólo los muros pintados de negro por encima de los parapetos. Las torres de vigilancia ya no estaban allí. Las figuras de los guardias ya no se asomaban desde arriba, sino que colgaban contra los muros. Había grandes agujeros en algunas partes desde donde se podía ver el patio regado con cuerpos por todos lados y sin esos edificios. Sin nada más que ruinas. Incluso la estatua del emperador que le habían obsequiado los nobles en sus primeros años de soberanía ya no estaba. O quizá sería ese enorme bulto de material también salpicado por el fuego y derrumbado contra el suelo.

El olor se volvió más penetrante conforme su mente se centró en un lugar recóndito, buscando y rebuscando una imagen de aquel niño, el último de su hermana; una que pudiera recordarle aquella mirada llena de inocencia y ese corazón bravío y amoroso con el que los visitaba una o dos veces por semana.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora