«Uno de los comerciantes estuvo tosiendo esta mañana… Dijo que era un leve catarro…»
Estas palabras dieron vueltas en la cabeza de Hyun durante todo el trayecto del mercado a la posada, haciendo una parada en la que fue amablemente invitado a la cocina y, después de recibir una olla de caldo de pollo, tres platos y té suficiente que transportó en un brazo, pues la otra mano cargaba con su material, fue guiado hasta la única puerta que se hallaba cerrada con un candado en los pequeños aros, vecinos uno de otro en la intersección de la madera.
La mujer que lo había llevado hasta allí removió el candado temerosa.
— Avíseme cuando vaya a salir. —Fue todo lo que le dijo antes de cederle el paso abriendo apenas lo suficiente para que él entrara y volviendo a cerrar con el candado justo después.
Hyun inspeccionó la habitación en una mirada. No es que hubiera mucho. Tres colchas enroscadas en una esquina, que supuso contenían almohada y colchoneta en el interior. Al centro de la habitación había una mesa baja y, a su alrededor, tres hombres sentados jugando con barillas de madera grabadas de un sólo lado y fichas blancas y negras sobre una tela pintada con líneas y círculos.
Este juego, llamado yut nori, es tradicional en Corea, principalmente jugado en festividades como chuseok y año nuevo.
Las puertas opuestas de la pieza, que daban al jardín a juzgar por la simple filtración de la luz, también estaban cerradas.
Aunque el pesado olor del caldo inundó la pieza en cuanto entró el hombre, lo primero que obtuvo la atención de aquellos fue, de hecho, él.
— Otro a quien consiguen engañar para encerrarlo aquí. —Se decepcionó uno.
— ¿Qué le pasa a esa gente para hacernos prisioneros?
— ¿Cómo lo han engañado a usted para que entre aquí, señor?
Hyun se quedó analizando sus palabras. Mejor dicho, su acento. Cuando conocieron a Seung Ju tenía uno parecido, pero no tan marcado. Hablaba ciertas sílabas con suavidad y marcaba apenas las consonantes fuertes como la c y la d. A diferencia de ellos, que por su acento nativo de Hamgyong, cantaban disimulantes algunas líneas y usaban términos menos formales, aunque aún respetuosos. El acento de los habitantes naturales de ese pueblo era más como eso: campestre, un poco salpicado de alegría y con variaciones entre las pronunciaciones de letras como c, s y n. Un poco nasal, un poco silbado en la vocal i. Mientras que, el que habían desarrollado en la aldea, había terminado siendo una variación del acento del norte con el del sur, mezclando los términos que a menudo usaba Hwan y que se habían vuelto costumbre entre los mayores, pasando así a los menores y a los que les seguían. Las formalidades se habían reservado para los adultos mayores, como padres y abuelos, mientras que habían desplazado algunos más, quizá porque la aldea era lo suficientemente pequeña como para que hubiera un desconocido al que referirse más lejanamente. Cualquiera que no estuviera casado o que fuera menor a los treinta años no era tratado con todas estas referencias, pero esos hombres, sin siquiera haberle dirigido un saludo, hablaron con tal frialdad en sus palabras y acento. Uno era ya un hombre mayor. En la aldea de Hwang cualquier mayor solía referirse a los demás como "hijo", "joven", "niño"; este hombre también le había hablado como "señor". Los otros dos también eran mayores, o quizá era la barba despeinada lo que los hacía lucir de cuarenta y tantos y él tenía apenas veintinueve, pero también lo habían llamado con formalidades de un mayor.
Tal fue el shock que, por un momento que pareció eterno, se quedó en silencio pensando en estas infinitas distinciones.
Miró la olla volviendo en sí y saludó con una venia y presentándose:
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Historical FictionHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...