Nune aut nunquam

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''Si no esperas lo inesperado, no lo reconocerás cuando llegue"
Heráclito

La verdad es que la presencia de las hermanas de Ahmed había sido más soportable de lo creía

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La verdad es que la presencia de las hermanas de Ahmed había sido más soportable de lo creía. Durante los últimos meses se habían consagrado como esos insectos molestos que siempre zumban cerca, pero que no suponen ningún daño.

Todo parecía ir bien en el palacio, sin embargo, una sensación rara me recorría la mente desde hacía meses, dejándome exhausta, aunque Ahmed y los médicos lo achacaban al embarazo.

¡Sorpresa!

Aunque ahora, después de haber dado a luz a Demir, mi decimocuarto hijo, la sensación seguía sin abandonarme en ningún momento. Tan era la sensación que había ido incluso a consultar al Hudayi, por si esto podía relacionarse con algo de mi tiempo.

Sin embargo, el Hudayi no me había podido aportar ninguna respuesta, puesto que ninguna de las personas que habían retrocedido habían logrado avanzar, entre ellas dos de mis hermanas: Amelia y Anneliese.

Aunque Adelaide y Audrey aún tienen alguna oportunidad de volver a casa.

Cierro los ojos, sintiendo el traqueteo del carruaje de vuelta al palacio, y después, la cálida mano de Mihrimah sobre ella, que había insistido en acompañarme hasta el Hudayi, junto a Leyla y Beyhan.

- ¿Estáis bien madre? - pregunta Mihrimah, mirándome intensamente.

- Sí, cielo, es solo que me siento algo extraña - contesto, intentando no alarmarla.

Ella asiente, aunque no parece muy convencida con mis palabras y se centra en observar como Leyla, con mucha atención, toda la actividad que se revuelve a nuestro alrededor en la calle.

- ¿Queréis bajar? - pregunto, viendo como ambas miran con adoración un puesto de joyas.

- ¿Podemos Sultana? - pregunta Leyla, con ilusión y yo asiento, antes de ordenarle a Beyhan que avise a los guardias de nuestra parada.

Pronto, Beyhan ayuda a las niñas a bajar del carruaje y después a mí, y mientras las chicas miran entre los puestos del mercado, yo observo a la multitud a nuestro alrededor. Caras sucias, pero rostros felices me observan, a mi y a mi vestimenta, al tiempo que me desean buena fortuna y me dan sus bendiciones.

Mihrimah y Leyla se giran, enseñándome las joyas que habían elegido, que eran dos collares iguales: dorados y con un pequeño zafiro en el medio.

- ¿Cuánto son? - pregunto, mirando al vendedor, que es un hombre anciano.

- Para vos nada, mi Sultana - responde, con una sonrisa melancólica.

Yo sonrío, pues comúnmente la gente solía querer eximirme de pagar el precio de las cosas, aunque yo insistía en pagar por los objetos. Con un gesto, Beyhan deposita unas monedas en la mano del anciano, aunque este me las devuelve.

AnastasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora