Rescate

333 27 8
                                    

''La serenidad no es estar a salvo de la tormenta, sino encontrar la paz en medio de ella.''
Thomas de Kempis

Tras el grito, veo como todos los guardias del campamento se ponen a la defensiva, y como los que dormían plácidamente en sus tiendas salen, apenas vestidos y con los rostros cansados

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Tras el grito, veo como todos los guardias del campamento se ponen a la defensiva, y como los que dormían plácidamente en sus tiendas salen, apenas vestidos y con los rostros cansados.

No llevaban armas, así que se encuentran totalmente indefensos mientras con sorpresa veo como soldados del palacio van apareciendo. Los cuerpos de los Elali van cayendo al suelo, muchos sin vida, al tiempo que los guardias y los jenízaros del palacio se abrían paso entre ellos.

- ¡Sultana! - grita una voz, mientras un grupo se acerca a la caja donde yo y el padre de Kösem estamos atados.

Varios soldados se apresuran a romper el candado y abren la puerta al exterior. El primer rostro que veo es el Sulfikar, que me mira con susto, dispuesto a romper el candado. Sin embargo, yo lo detengo.

- Asegúrate de llevarte a ese hombre sin que nadie se entere - susurro.

Sulfikar me mira con sorpresa, pero asiente, y ordena a sus soldados que se lleven al padre de Kösem. Este ha vuelto a caer en la inconsciencia, y sus miebros caen como si estuviera muerto mientras los jenízaros lo levantan.

- ¿Sultana? - pregunta Sulfikar.

- Cuando lleguemos a la capital lo explicaré Sulfikar - le respondo - Hadgi te lo explicó ¿cierto?

- Así es, Sultana - responde el hombre, por fin dándole golpes a la cadena - Estoy dispuesto a aceptar mi Sultana.

- Bien - respondo - Nadie debe enterarse de que ese hombre ha sido traído a la capital. Llévalo al santuario del Hudayi y dilo que yo lo he enviado.

- Como usted ordene mi Sultana - dice Sulfikar, y yo no puedo evitar sonreír, aunque me hace daño en los labios - Sus deseos son órdenes cumplidas.

Yo vuelvo a sonreír, cuando por fin quitan las cadenas de mis muñecas, que estan cubiertas de sangre y en carne viva. A pesar de eso, la alegría me invade en sobremanera; durante meses, Hadgi y yo habíamos estado hablando con Pashas, Beys, Âgas y jenízaros.

Había estado tanteando el terreno, porque a pesar de que mis hijos apenas tuvieran unos meses, debía preparar su futuro. Sentía pena por pensar en la muerte Ahmed, o por el destino que Osman tendría, pero no puedo permitir que les pase algo a mis pequeños.

Prometí que jamás les harían daño.

En ese instante, siento una manta me cubre la espalda y Sulfikar me mira con pena, mientras mira las heridas que hay en mi cara y muñecas.

AnastasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora