Un padre

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"Tú no contribuyes en nada a tu salvación excepto el pecado que la hizo necesaria"
Jonathan Edwards

"Tú no contribuyes en nada a tu salvación excepto el pecado que la hizo necesaria"Jonathan Edwards

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Suspiro, mientras intentando levantarme. Llevaba ya varios días sin comer, y por primera vez en días, le pego un puñetazo de vuelta al guardia de mi 'celda'.

- Cómo vuelvas a tocarme, yo misma te arrancaré los ojos - le escupo.

- No creo que llegues muy lejos encadenada, preciosa - me dice, sonriéndome burlonamente.

Yo le lanzo dagas con los ojos, observando con ira las cadenas que desde hacía una semana me mantenían atada a un poste de madera. Estaba en una especie de caja de madera, situada a la intemperie y compartía con un hombre mayor, que había estado desmayado casi todo el tiempo. La piel expuesta de su cuerpo mostraba los signos del maltrato físico que todos los prisioneros de los Elali sufrían.

Después de llegar al campamento, el jefe de los bandidos había pagado su deuda con el Águila, el jefe del campamento, con mi vida. Tras eso, se había dado la vuelta y marchado, sin mirar atrás un solo momento.

Los Elali no eran precisamente unos anfitriones ejemplares, y ni siquiera yo, una Sultana, miembro de la familia real, podía librarme de las ansias de violencia de los rebeldes.

Aunque más que rebeldes, solo son alborotadores.

Desde el rabillo del ojo, veo cómo el hombre con el que comparto celda abre levemente los ojos. Intenta moverse, pero yo lo empujo con cuidado, para que no vean que se ha movido.

- No se mueva señor - le digo, lo más bajito que puedo - si ven que está despierto volverán a pegarle.

El señor gira con suavidad la cabeza, abriendo con cuidado el único ojo que no parece una pelota de béisbol morada. Sonríe y veo como la sangre seca le cubre la cara y le cae en los dientes, aparentemente blancos.

- No me importa morir - la respuesta apenas me llega a los oídos, y yo me giro a mirar al hombre extrañada.

- Debería hacerlo - le contesto, apoyando mi espalda en los palos de la celda, impiendo que los guardias vieran al hombre.

- No me queda nada por lo que luchar - responde, mientras lentamente, saca algo de su bolsillo.

Yo lo miro, y al final, el hombre me enseña un collar redondo. Frunzo el ceño mientras veo el collar brillar.

- ¿Qué es? - pregunto.

- ¿Eres una Sultana, cierto? Lo oí cuando te trajeron aquí- pregunta.

- Así es - respondo, y entonces, el hombre tira el collar con la poca fuerza que tiene, parando cerca de mí.

Con cuidado lo recojo. Es un collar plateado, en forma circular, adornado con un bonito diseño de rombos. En el centro hay un soporte, en que parece que debería ir una piedra con forma circular.

AnastasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora