Un palacio

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''Indudablemente nadie se ocupa de quien no se ocupa de nadie.''
Thomas Jefferson

Observo la sonrisa del hombre, mientras los soldados luchan por levantarlo y hacerlo hacer una reverencia

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Observo la sonrisa del hombre, mientras los soldados luchan por levantarlo y hacerlo hacer una reverencia. Sin embargo, parace que los pies no lo sostienen sobre la tierra.

Si las miradas matasen, te habría enviado ya a Marte, estúpido engendro.

- Su Majestad, Sultana - dice entonces Dervish Pasha, que nos había acompañado - El hombre del qué estabais hablando.

Ahmed asiente, con una extraña calma en la cara, totalmente opuesta a mi expresión, que refleja el más puro odio hacia el hombre.

- Su, su Maje, je, jestad - balbucea el hombre como puede.

En ese instante, Sulfikar y otros tres guardias aparecen en la entrada del santuario. Sulfikar sostiene entre sus brazos a un bebé y a una niña de unos dos años. Los otros soldados sostienen a: dos niñas de cuatro o cinco años, un niño de unos tres y una niña de unos seis; y todos abrazan al soldado que los sostiene como si la vida les fuera en ello.

- Sultana - me dice Sulfikar, mientras se acerca con los niños.

El hombre, mira con sorpresa a los niños, e intenta zafarse de los guardias para acercarse a ellos. Los niños miran asustados a los guardias, que no permiten que su padre se les acerque. Pronto llegan hasta a mí y yo me agacho hasta la niña mayor, que me mira con miedo y desconfianza.

- No te preocupes pequeña - le digo, con toda la calidez que mi voz puede alcanzar - Tu hermano está dentro.

- ¿Emano? - pregunta la niña que Sulfikar lleva en brazos. Yo asiento en respuesta.

- ¿Murad está dentro? - pregunta la niña más mayor.

- Así es, un médico le está curando las heridas - le contesto. Aún tras mi afirmación, en sus ojos brilla la desconfianza por ella y sus hermanos.

En ese momento, varias figuras salen del monasterio. Veo como Murad sale corriendo al encuentro de sus hermanos y como Hadgi sale despedido detrás del él. Los dos niños mayores se abrazan y los otros, hacen esfuerzos por que los guardias los bajen y puedan abrazar a su hermano.

- No te preocupes hermanita - le dice Murad a la niña mayor - Ya estoy aquí.

- Murad, ¿son tus hermanas? - le pregunto, acercándome a ellos. Él se retira y me hace una reverencia.

- Así es Sultana, esta es mi hermana pequeña, Huricihan - presenta a la mayor, que hace una reverencia.

- ¡VEN AQUÍ! - el grito que sale de las cuerdas vocales del padre de los niños es tan alto, que parecía hacer temblar el suelo.

AnastasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora