Ahmed (Maratón 2/3)

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''La muerte es el comienzo de la inmortalidad."
Maximilian Robespierre

No me doy cuenta de que me había quedado dormida, hasta que siento una pequeña sacudida y abro los ojos asustada, poniendo una mano delante de mis ojos, tapando la luz del sol

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No me doy cuenta de que me había quedado dormida, hasta que siento una pequeña sacudida y abro los ojos asustada, poniendo una mano delante de mis ojos, tapando la luz del sol.

- Su, sultana - veo que el que me ha despertado es Hadgi, y yo lo miro confusa.

- Hadgi, ¿qué haces aquí? - pregunto, incorporándome lentamente.

- Sultana, debe apartarse - las palabras de Hadgi hacen que frunza el ceño.

Durante unos segundos, mi mente no logra encontrar sentido a las palabras de Hadgi, hasta que, al apoyar las manos en el colchón, siento una mano fría.

No

Con miedo me giro poco a poco, con las lágrimas bajando por las mejillas. Allí, tendido, Ahmed reposa como si estuviera dormido, sin embargo; la piel pálida de su pecho no mueve.

- Ahmed - murmuro, moviéndolo.

No hay respuesta.

- Ahmed, levántate- digo, volviéndolo a sacudir con fuerza. Sin embargo, lo único que consigo es que su cabeza gire, y entonces me fijo en sus manos, que están completamente abiertas.

Solo muerto o inconsciente podrías mantenerte mucho rato así

Entonces, siento como los brazos de Hadgi intentan apartar mis manos de Ahmed, aunque parece que mis extremidades se han vuelto de piedra, negándose a moverse un solo milímetro.

- No, no, no - murmuro, llorando con desconsuelo - ¡Despierta!

Mi grito atre la atención, y oigo como la puerta se abre, para segundos después ver por el rabillo del ojo las figuras de Cihangir y Oscar.

- Sultana, debe separarse - me susurra Cihangir, pasando una mano por mi espalda - Por favor.

Oscar también intenta susurrarme palabras de consuelo, aunque nada parece funcionar, mientras las lágrimas bajan por mis mejillas.

Ahmed está muerto.

- Sultana, os lo rogamos - pide Oscar, con voz desesperada.

Es en ese entonces cuando mi cerebro por fin comprende que por mucho que me aferrara, Ahmed no iba a volver. No iba a volver a ver sus ojos de color miel, ni a escucharlo reírse, ni a burlarme de él.

AnastasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora