Anastasia

Helena

''Visto un león, están vistos todos, pero visto un hombre, sólo está visto uno, y además mal conocido.''
Baltasar Gracián

Era quince de diciembre de 1603, y Helena estaba sentada junto a su hermana en el telar, sentada en el porche de su casa, junto al frío invernal. La muchacha solo pensaba en aquel chico de negros cabellos que había salvado unos meses antes. Estaba tan concentrada recreando el perfil de su nariz y su boca, que no se había dado cuenta de dónde colocaba su dedo.

- ¡Au! - exclama la chica, apartando el dedo del telar, observando cómo la sangre brotaba del pequeño corte.

- Helena, ¿estás bien? - dice su hermana, mientras le tiende un pañuelo, que Helena envuelve en su dedo.

- Sí, es sólo- responde la chica.

- Es sólo que estabas pensando en él - se burla su hermana - El apuesto desconocido que vinieron a buscar unos guardias, ¿verdad?

- No me lo he inventado - responde Helena, frunciendo el ceño.

Nadie en su familia creía una sola palabra de la aventura que había vivido. Ella había rescatado a un chico y a un niño en un día de mucha lluvia, y unos días después, unos hombres vestidos de soldado se los habían llevado, dejando sólo una bolsa con dinero cómo recordatorio de su existencia. Aunque Helena había escondido aquella bolsa de su familia.

- Ya, seguro que sí- replica su hermana, cuando alguien aparece por la puerta exterior de su pequeña casa.

Es uno de sus hermanos pequeños, que la llama.

- Helena, padre quiere que entres - le dice el niño - Evusud Efendi ya está aquí.

Helena suspira, y su hermana la mira con algo de pena. La familia de Helena había acumulado muchas deudas cuando emigraron de su país natal, y llegó un momento en el que no pudieron pagarlas. Entonces, de la nada, Evusud Efendi les ofreció un trato a sus padres: él les pagaría la deuda si Helena se convertía en su esposa.

La joven entra en la casa, seguida de sus hermanos pequeños. En la sala se encuentran sus dos padres, que la miran con algo de preocupación, y el hombre que en pocos días debía conventirse en su marido.

- Helena cariño, ven - le indica su madre, haciéndole un hueco entre ella y su padre - Y tú, Alexandra, llévate a tus hermanos a jugar fuera.

Alexandra mira a Helena con tristeza, pasándole una mano por el brazo en forma de apoyo moral, para salir de la casa con sus otros cuatro hermanos pequeños, que observaban la escena sin tener idea de que ocurre. Helena, con pesar, se siente entre sus dos padres, intentando aparentar una seguridad que no siente.

- Cómo veo que ya estamos todos aquí, podemos iniciar la reunión- menciona el padre de Helena.

La pobre chica, de 16 años, se dedica a observar al hombre sentado delante de ella. De baja estatura, rechoncho, con una barba que intenta ocultar la fealdad de su rostro y unos dientes amarillentos, una cabeza sin apenas pelo y unos ojos pequeños, cómo de ratón, es cómo Helena describiría al que se supone que debía ser su marido.

Aunque no lo sería, bajo ningún concepto.

Helena había estado rezando todos los días para que Dios le enviara un milagro que lograra sacarla de este entuerto en el que estaba metida. En ese momento, miró la tabla suelta que había al lado de la improvisada cocina, bajo la cual estaba el dinero que los soldados habían dejado casi tres meses atrás.

Mientras sus padres discutían con el hombre, acerca de su unión, las plegarias de Helena se hicieron realidad. Alexandra entró por la puerta, con la cara sonrojada.

- Padre, Madre - llama la adolescente de catorce años - Venid enseguida.

Los adultos de la sala se giran hacia la muchacha.

- ¿Qué ocurre hija? - pregunta su padre, algo molesto por la interrupción.

- Alguien se acerca, padre - anuncia la chica con emoción- y también hay un carruaje.

- ¿Un carruaje? - pregunta su madre con sorpresa.

Inmediatamente todos se levantan y salen al exterior, mientras Helena mira con incredulidad a su hermana pequeña.

Sin embargo, lo que decía la joven Alexandra era cierto. Por el camino, había un grupo que se acercaba a caballo a la cabaña, seguido de un carruaje elegante. Todos los presentes miraban las riquezas que se acercaban a ellos con los ojos sorprendidos. Cuando por fin estuvieron cerca, Helena, asombrada como sus hermanos, pudo distinguir los uniformes de soldado que se habían llevado al muchacho y al niño hacia meses.

El primero en desmontar de su caballo es un hombre de piel algo morena, con cara de adulto. Otros tres hombres lo siguen y se apresuran a sujetar las riendas de su caballo. El hombre se acerca a la familia y al hombre bajo.

- ¿Quién sois? - pregunta el padre de Helena, mientras ordena a sus hijos que se coloquen detrás de él y su mujer.

- Soy Sulfikar Âga, capitán del sexto escuadrón de jenízaros- explica el hombre.

- ¿Y qué hacéis aquí? - vuelve a preguntar el padre de Helena.

- Vengo a buscar a la señorita Helena - dice el hombre, apoyándose en la valla de madera.

La familia entera se gira a ver a la muchacha, a la cual casi le caen las lágrimas de felicidad por las mejillas. Aunque su felicidad desaparece, opacada tras ver la mirada enfurecida de Evusud Efendi.

- ¿Cómo os atrevéis? - brama el hombre.

El jenízaro apenas le presta atención, y vuelve a centrar la atención en los padres de Helena.

- ¿Cuál de vosotras dos es Helena? - pregunta el jenízaro, señalando a ambas hermanas mayores.

Cuando Helena iba a contestar, la voz de Evusud Efendi vuelve a interponerse en su camino.

- Helena es mi prometida - dice Evusud con cara enfada.

- Ya no lo es - dice ahora una voz desconocida y todos los presentes se giran.

Los soldados se inclinan con una mano en el pecho, al mismo tiempo que Helena ve, con extrema sorpresa, el rostro que había llenado su cabeza los últimos tres meses. El muchacho de negros cabellos se dispone a bajar de su caballo, al mismo tiempo que un hombre negro, colocado a su lado, exclama:

- ¡Atención, su Majestad el Sultán Ahmed Khan!

Uy, un nuevo personaje aparece. Démosle la bienvenida a Helena✌🏼

Con amor,
L