¿Enserio?

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''Comienza uno siendo un pobre incauto, y acaba convirtiéndose en un pícaro."
Madame Deshoulières

Habían pasado ya bastantes días desde que Iskender y yo habíamos parado en el río

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Habían pasado ya bastantes días desde que Iskender y yo habíamos parado en el río. No falta decir que ambos nos habíamos resfriado y con muy altas probabilidades, llevábamos vagando los bosques con fiebre, sin apenas saber por dónde pisábamos.

Sobrevivíamos de lo poco que Iskender lograba cazar y de las plantas que, gracias a mi abuela conocía, sabía que no nos perjudicarían más de lo que ya estábamos.

Gracias a que era la única que se dedicaba a escuchar a mi abuela.

En todo este tiempo, no nos habíamos cruzado con un alma humana, a parte de nosotros claro. El paisaje era el mismo: árboles, troncos, hierba, hojas, arbustos, flores, pajaritos, algún roedor, y un eterno miedo a ser devorados. Porque aunque Iskender procuraba encender un fuego por la noche, nuestra mente febril apenas podía concentrarse en mantenerlo encendido y que ningún depredador nos considerara una presa óptima.

Ahora mismo, estabamos caminando entre unos árboles, paisaje que se había repetido frente a mis ojos durante tanto tiempo. Ambos andábamos cansados, teníamos heridas, estábamos sucios, sedientos y hambrientos. Los pequeños animalitos que habíamos acogido, luchaban por sobrevivir tanto como nosotros, e intentaban seguirnos lo más rápido que sus torpes patitas les permitían.

- Iskender - digo, y el chico se gira - Ya no puedo más.

A continuación, me dejo caer en el suelo y me saco los calcetines de Iskender, con los que llevaba caminando toda la mañana. Mis pies, como sospechaba, estaban sangrando y otra llaga se había formado en ellos. Dash y Ivette se acercan a mí y se sientan a un lado, al tiempo que Iskender se acerca.

- No podemos parar Nasia - responde el chico, poniéndose de cuclillas a mi lado - yo también estoy cansado, pero debemos llegar a algún lugar seguro antes de que se haga de noche.

Yo hago un puchero, mientras masajeo mis pobres pies, intentando detener el sangrado. Iskender se sienta a mi lado y se quita las botas.

- Es tu turno - dice, entregándome los zapatos, que llevábamos compartiendo a ratos desde el primer día.

Yo esbozo una pequeña sonrisa mientras agarro las botas y me las coloco en los pies. Observo como Iskender se pone los calcetines, pero sus pies estaban igual de maltrechos que los míos. A continuación, el chico se levanta y me ofrece una mano, que acepto.

Ambos nos levantamos y nos disponemos a caminar unas cuantas horas más, hasta que el hambre y la sed nos hicieran detenernos.

AnastasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora