El chico y las plumas

607 50 18
                                    

"Lo que se ve con frecuencia no maravilla... Lo que nunca se vio, cuando ocurre, se tiene por prodigio."
Blaise Pascal

"Blaise Pascal

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Au. Ay. Au.

Alguien está intentando quitarme la manta de encima. Pateo con toda la fuerza que logro reunir a quién quería arrebatarme la suave tela.

- Gevşek* - dice una voz profunda, en tono de orden.

- Déjame en paz Lia, ¿no ves que estoy durmiendo? - remugo escondiendo la cara bajo la manta.

La manta es finalmente arrancada de mis brazos, cosa que me obliga a acurrucarme en mi misma. Abro los ojos lentamente para ver a un señor moreno , barbudo y vestido de soldado, que se frota la pierna dónde le he pegado.

- Lo siento - le digo mientras me incorporo y me siento en la cama.

El hombre me mira confundido. Miro a mi alrededor, me encuentro en una especie de tienda de campaña hecha con tela roja. Entonces recuerdo todo lo sucedido en el último día.

- Hadi gidelim* - dice el hombre mirándome.

Lo miro con el ceño fruncido. El soldado señala la salida de la tienda.

- Hadi gidelim* - repite.

- Ah, quieres que te acompañe, ¿no? - pregunto mirándolo. El me mira sin entender.

Vale, habrá que hacerlo de otro modo Nasia.

Lo único que se me ocurre son los signos. Lo señalo a él, luego a mi, y por último a la obertura que hay en la tela. El soldado asiente. Me tambaleo un poco al levantarme, ya que mis rodillas siguen doliendo, a pesar de haber sido vendadas. Miro mi cuerpo, sigo llevando el vestido, las heridas más grandes tienen vendas y tengo una especie de tela húmeda en el chichón de la cabeza. Bueno, al menos me han curado.

Cuando salimos de la tienda, me quedo unos segundos parada mirando el panorama. Estamos en un claro en el bosque. Varias docenas de soldados están practicando con unas espadas, mientras otros hablan sentados alrededor de distintos fuegos. Hay guardias en las entradas de otras cuatro tiendas, y otros observando a los caballos, que están atados a árboles a cierta distancia de lo que supongo que es el campamento.

Apenas pasan unos segundos y todas las cabezas se giran hacia nosotros, o más bien hacia mí. Juraría que hasta los caballos me miraban. Las miradas eran de todo tipo: curiosas, sorprendidas y, para mi horror, lascivas. Las últimas iban dirigidas a la piel expuesta de mis piernas. Mi incomodidad aumentaba por momentos, así como mis ganas de pegarles un buen puñetazo.

- Bakmayı bırak *- les grita mi soldado acompañante, al que vamos a apodar como Rick.

Los soldados vuelven a sus tareas, a pesar de que algunos siguen girando la cabeza para mirarme mientras Rick me conduce a una de las tiendas, a la más grande, hecha con la misma tela que en la que yo estaba.

AnastasiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora