Contar, sí.

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 -Estoy seguro que te has perdido. –James está parado en el centro de unos de los interminables pasillos del castillo. Lleva un sudadero negro, una remera blanca y un deportivo del mismo color. Hay rastros de sueño en sus ojos y rastros de la almohada en su mejilla. –Buenos días, alteza.

Steven lleva un suéter de manga larga color celeste, o puede ser verde, tiene mala visión por la mañana. –Buenos días, querido.

-¿Por qué estás despierto tan temprano? –Steven está en una de las esquinas del pasillo. –No son ni las siete.

-Podría preguntarte lo mismo. –el príncipe vuelve a darle la tímida sonrisa que le dio anoche, antes de despedirse. –Hace demasiado frío, vine a buscar ayuda para prender la chimenea.

-¿Te gustaría tomar algo caliente?

Le gustarían tantas cosas. –Por favor.

El príncipe va hasta él. Sujeta su mano, cálida a pesar del frío invasivo, le guía unas cuantas puertas más a su derecha, descienden un pequeño tramo de escaleras e ingresan a una de las cocinas más hermosa que ha visto en su vida.

Es un rectángulo gigante con una enorme isla en el centro. Tiene seis juegos de ventanas en dos paredes y deja ver gran parte del paisaje que Austria regala. Hay luz solar aunque el astro rey no se vea. Pero también hay nieve acumulada el alféizar de las ventanas.

Hay una chimenea gigante cubriendo gran parte de una pared. Hay mil estantes y despensas. Todo tiene un tono rustico y huele como si acabaran de hacer todos los pasteles del mundo.

-¿Dónde está el servicio?

-Huyen cuando entro. –contesta. –Me gusta cocinar en solitario, así que se toman un descanso.

-No sabía que te gustaba cocinar o que podías hacerlo. –confiesa medio avergonzado.

-De niño pasaba mis días con mamá. –se sienta en una de las sillas que acompañan a la isla, Steven comienza a ir de aquí para allá. –Ella sentía pasión por cocinar y eventualmente la aprendí.

Tiene mil preguntas qué hacer. Pero prefiere callar y dejar que Steven le de lo que quiera. El rubio ha encendido la estufa, ha puesto una cacerola y le ha volcado lo que parece leche. Si no se hubiera memorizado su rostro y sus aristócratas gestos, juraría que no es Steven.

-Es bueno escuchar eso. –agrega cuando el silencio comienza a extenderse. –Apenas puedo preparar un sándwich.

-Descuida, no moriremos de hambre. –le está dando la espalda porque remueve la leche.

-Steven, am- yo... -se ha volteado y tiene su total atención. –Quisiera, bueno si tú quieres, saber algo de tu infancia o bueno, de tu mamá.

La melancolía destella en los ojos del príncipe, solo un segundo. Apaga la llama de la estufa, retira la cacerola y prepara dos tazas. No se ve molesto, pareciera que ordena todo lo que tiene por decir.

-Solo si quieres. –agrega, porque lo último que quiere es arruinar esa mañana. –Hay muchas cosas que no sé de ti y realmente me gustaría saberlo.

Inicia contando como era casi imposible su llegada. Había rumores de que les sería imposible a los reyes concebir. Pero sus padres eran la representación de la terquedad en la tierra y finalmente llego el primogénito.

-Mamá apenas había cumplido los siete meses cuando nací. –ha colocado panecillos espolvoreados de azúcar en una pequeña canasta y se ha sentado junto a él. –No habían muchas esperanzas de que sobreviviera.

-¿Estás bromeando?

-Para nada. –le vuelve a sonreír. Coloca la taza humeante frente a él y le invita a tomar. –Di si le falta azúcar.

Es leche con un poco de canela, un delicioso aroma a vainilla y le calienta el pecho y la punta de los pies. –Está perfecto.

Steven continúa el relato. Tiene un sistema inmunológico débil, cualquier cosa podría generarle un resfriado que fácilmente escalaba a neumonía o algo peor. Tiene mil alergias, al polen, al cambio de clima repentino, al polvo, a los ácaros, a los piquetes de insectos y etcétera y etcétera.

-Un médico le dijo a mis padres que mis esperanzas de vida no superaban los diez años de edad. –lo dice como si del clima conversará. –Mamá nunca lo creyó. Me educó en casa de lunes a jueves para ser un rey. De viernes a domingo era el niño más consentido de la tierra.

James puede imaginar cada anécdota que llega a sus oídos. Puede ver a un chiquillo rubio, pequeño, delgado y muy risueño siendo cargado por todos lados. Puede a ver su madre, rubia también, besando sus mejillas llenas de harina.

-Mi prima Margarita era preparada también para reinar, por si el medico acertaba. –James degusta los pastelitos y lucha con sus fuerzas para no jadear por el exquisito sabor. –Mamá dijo que era en vano, que yo sería rey. Que viviría.

-No se equivocó. –agrega en la pausa alargada que Steven se da. –Serás el rey del reino más grande.

-Era raro que ella se equivocara. –puede ver en sus ojos el amor de hijo por su madre. –Me dijo que me casaría joven y que llenaría este castillo de pequeños.

James siente la tensión en sus hombros nacer. El tema de los hijos le aterra tanto, solo mencionarlos es suficiente para que sienta un retorcijón en su estómago.

-Luego una tarde su corazón falló. –continua. –Una condición genética llamada síndrome de Wolff-Parkinson-White.

-¿Genética? ¿Cómo genética de una persona o la familia completa? –es imposible, pero puede jurar que la leche se corta dentro de su estómago.

-No la tengo. –aclara. –Papá hizo que se aseguraran para bueno, tomar el tratamiento antes, bueno, entiendes.

-¿Cuántos años tenías?

-Recién cumplía los trece. –deja la silla. Toma las tazas vacías y las lleva al fregadero. –Ella no se equivocó, sobreviviría para ser un rey.

-Tengo recuerdos de tu padre en mi infancia, pero no de ella. –suena como una disculpa. –Me hubiera encantado conocerla.

-Rara vez salíamos del castillo. Yo podía contagiarme de cualquier bacteria y ella no iba a permitirlo. –suena lógico, por eso tampoco le conocía a él. –Papá asistía solo en la mayoría de actividades.

-¿Imaginas si nos hubiéramos conocido antes?

-¿Tú de dieciocho y yo de doce? Hubiera sido raro.

-Si lo pones así.

Steven se ofrece acompañarle de regreso a su habitación. Enciende la chimenea con facilidad y le dice que pedirá que le preparen la bañera caliente para que pueda tomar un largo baño y esperar a Tony para desayunar.

Conversan sobre ir a dar un recorrido por el castillo. De visitar la villa vecina y disfrutar de la calma que el alejado castillo da. James le dice que sí, a todo lo que Steven le sugiera.

No podría negarle nada, aunque quisiera. La conversación fue tan íntima, tan cercana. El ambiente fue tan familiar. Todo fluyo con tanta naturaleza que puede sentir que es un nuevo comienzo, que puede ver más allá del estirado príncipe y descubrir que es alguien tan complejo, tan estructurado y hermoso.

Aun dentro de la bañera no deja de pensar él. Se siente como una polilla atraída hacia la luz. 

Palacio [STUCKY] [STARKER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora