Poesía.

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James se llenaba de orgullo cada vez que miraba a sus hijos. Eran los mejores chicos del mundo, no porque fueran sus hijos, sino porque realmente son increíbles. Sentía una tranquilidad expandirse en su pecho al saber que no fallo en la última petición de Steven.

El príncipe Vincent, con veintiún años, se había convertido en un filántropo absoluto. Había retomado las causas de su padre y fundado un par más, la nobleza de su carácter le facilitaba congeniar con el público y su enorme empatía lo volvía el favorito del mundo. 

Y el príncipe Jamie, con sus diecisiete años alcanzados, finalmente había demostrado pasión por las ciencias, como su tío Anthony y la mayoría de sus primos. Viajaba constantemente a la universidad francesa de ciencias y tecnología, James estaba seguro que sería cuestión de días para que le informará que aceptaría la beca que se había ganado.

Jamie era más impulsivo, apasionado defensor de causas pérdidas y muchas veces había llamado la atención de la prensa por la fiereza de carácter y por una pelea que armó en un pub de Francia mientras bebía a escondidas con Jules y Félix. James disfrutó más la resaca del menor que el castigo que se le impuso para remediar ese carácter. 

Pero era imposible, James sabía que Jamie no solo heredó lo ojos de Peter, sino también esa fogosidad apasionada y desenfrenada de carácter que parecía acompañarles hasta el final. 

—Has hecho un buen trabajo, hijo. —asegura el rey Stefan mientras juegan el partido de ajedrez de la tarde. —Steven estaría auténticamente orgulloso de tu labor como padre.   

—No lo hice solo, señor. —le asegura mientras sonríe. —Sin usted, sin Peter y Anthony... 

El rey se ríe suavemente. —No entiendo como ellos siguen siendo incapaces de moldear a ese par de gemelos revoltosos. 

Los días se habían ido convirtiendo en semanas, en meses, en años. El tiempo finalmente había avanzado y contra su voluntad, también lo hizo. Pero su latente recuerdo sigue vivo, como si hubiera sido ayer que se besaron en la acera de la catedral de San Pablo. 

— ¿Realmente no piensas volver? —pregunta un extraño Zemo. 

—No.

—Pero James...

— ¿Tu visita es para preguntarme eso? 

Zemo, con canas a los costados de su cabeza y con la mirada un poco más cansada, sonríe. —No. Vine para enseñarte como se juega póker, príncipe. —del duque era fácil escapar, pero no de Sam.

—Solamente te engañas tú. —le declaraba cuando el sol rompía la noche y los acalorados tragos de ron hacían estragos en su viejo estómago. —Todos sabemos que no regresas porque lo encontrarás a él. 

—Hago lo que sea para sobrevivir, Sam.

—Lo sé, no te estoy diciendo que este mal. —le asegura sonriendo. —Solo te pido que no te engañes y que te prepares, el pasado siempre vuelve a por nosotros. 

Por eso no le sorprende la súplica de su padre. Estaba advertido que eso pasaría. 

—James. —declara con la voz cansada. —Sabía que-

—No lo hago por ti. —le interrumpe con la voz firme. Se mantiene tranquilo, con la serenidad que todos esos años le han dado. —Lo hice por mí padre.

La reina María, con el claro paso del tiempo en su casi blanco cabello, con el lento caminar y el hablar pausado. Luce como si un millar de años la hubieran golpeado, como si la poca vida que tenía hubiera sido extraída y solo quedara un cascarón vacío de una mala mujer. Una mala mujer que es su madre. 

Palacio [STUCKY] [STARKER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora