Por última primera vez.

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Al abrir los ojos, descubre que no es el castillo de Hochosterwitz, es más como su habitación en el palacio de Buckingham. Aunque es extraño, no es oscuro y no huele a triste historia manchada de sangre. Es solo su habitación, con libros apilados en las esquinas y el aroma a frío. 

No le duelen las rodillas, ni la espalda. No siente náuseas cuando despierta y definitivamente no necesita sus lentes para ver con claridad esa habitación. Los rayos solares, de naranja color, iluminan con fuerza y ve las partículas de polvo danzar en aquel silencioso lugar. 

Cuando está por abrir la puerta nota que sus manos no son sus manos. Al menos no las arrugadas y pecosas, son lisas y lucen fuertes, como cuando fue joven. Se detiene un segundo, con temblores en el estómago y con una extraña presión en el pecho que le hace buscar con rapidez cualquier superficie reflectante. 

Y cuando se ve, da un paso atrás. Es él, cuando recién cumplió veinticinco y estaba dispuesto a conquistar el mundo. Se desploma un rato en el sofá, viéndose las manos y negándose a creer que su cuerpo dejó el marcado paso del tiempo, como si arrugas y canas se hubieran desvanecido y su alma volvió a florecer en un nuevo cuerpo. 

Entonces James comprende que la vida perdió la carrera y finalmente la muerte le alcanzó. 

Se queda quieto, respirando profundo y aceptando que después de ochenta largos años de vida había llegado al momento final. Trata de recordar qué hacía, cómo fue. ¿Qué pasó? Pero solo recuerdo cepillarse los dientes y subir a la cama, no hay más. Registra en su memoria, busca cualquier cosa que no sean espacios blancos. 

¿Eso era todo? ¿Regresar a un lugar y ya?

Se levanta del sofá después de lo que parece una eternidad y tal vez lo fue, ahora no tiene forma de medir el tiempo. Camina y nota que sus pasos no tienen eco, que no siente ni frío, ni hambre, ni sueño. Al empujar la puerta, sale directamente a un jardín rodeado de más habitaciones. 

Dentro de cada habitación están todos sus recuerdos, congelados. Ahí está Vincent, envuelto en sábanas blancas, descansando después de su titánica lucha de llegar al mundo. Y a su costado está Jamie, con las mejillas enrojecidas y el castaño cabello aplastado contra la almohada.

Son mil habitaciones, todas con las puertas y ventanas abiertas, con memorias congeladas de Anthony sonriendo mientras carga a su primer nieto o Peter recostado contra la encimera, sosteniendo una taza de café y leyendo el diario a primera hora de la mañana, con Jules viéndole atentamente y Félix descansando la cabeza en la mesa de la cocina.

Y conforme avanza en ese recorrido desordenado de toda su vida, empieza a recordarle, a buscarle. Avanza con prisa, asomándose en cada habitación y viendo a sus hijos convertirse en padres. Observando a su hermano envejecer al lado del hombre que le quitó la paz  y le lleno de tanto amor que Tony nunca pudo recuperarse. 

Encuentra a su madre también, justo como vivía en su cabeza. Sentada en una silla de oro, con la mirada airada fija hacia el frente, con el rostro carente de alguna expresión y su inmaculado vestido blanco manchado de sangre, desde el hombro izquierdo hasta su tobillo derecho. Y a un lado, con la mirada perdida en el horizonte, su padre. Pálido y sin vida, con salpicaduras de sangre en el ruedo del pantalón.

Encuentra también a sus amigos, cada memoria de su vida está ahí. Pero no él. 

Entonces ya no camina, corre. Le exige a su propio cuerpo esforzarse, atravesar aquel infinito jardín y encontrarle. En su cabeza no hay un recuerdo sólido, todo lo que tiene es el desesperado ritmo de su corazón y el dolor al fondo del estómago que le evoca el sentimiento de amor, de amar y perder. 

Y cuando cree que no da más y se asegura que está corriendo en círculos, cuando está por desplomarse en la grama de aquel inmenso jardín, es justo ahí cuando lo ve. 

Palacio [STUCKY] [STARKER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora