Mil seiscientos kilómetros

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"Utiliza tu mano sino alcanza todo en tu boca".

Steven cierra el libro de inmediato, un avergonzado rojo llenando su rostro. El reflejo del espejo de su tocador se está burlando de él.  Respira profundo, cuenta hasta tres y vuelve a abrir el libro.

"Las arcadas son un reflejo natural del cuerpo. Puedes respirar por la nariz para evitar devolver el contenido de tu estómago." El libro sigue recitando pero ya no puede seguir leyendo, hay una corriente caliente paseando por su cuerpo.

Es el tres de Enero de 1983, esta a dos días de regresar con su esposo, al frío Londres y por fin se ha animado a terminar el pervertido libro que su cuñado le regalo meses atrás. Su habitación es el lugar perfecto, nadie le descubriría ahí.

"Aconsejamos acariciar todo lo que este al alcance de tus manos, para aumentar el placer en tu pareja." Steven muerde su labio inferior en auto reflejo de nervios, anticipación y sobre todo, excitación.

No puede imaginarse haciendo eso o James haciéndole eso a él. El libro dice que el placer proporcionado por una decente felación es comparado con el de la penetración, cuando llegó a esa parte tuvo que tomar un poco de agua y no pudo volver a leerla dos veces.

Pero Steven es demasiado curioso, demasiado para su propio bien. Siguió leyendo no sin antes meter un delgado dedo en su boca y succionarlo un poco, como según indica el libro, la respuesta fue un remolino de sangre caliente bajando de inmediato a su entrepierna.

Si así fue con su dedo, ¿cómo será ahí... abajo? Cristo, imaginarlo se vuelve casi doloroso.

"Muchos disfrutan la sensación leve de raspar, con mucho cuidado, la sensible piel del pene con los dientes. Debes consultarlo con tu pareja antes de, porque no es del agrado de todos." ¿Cómo se supone que hará la pregunta?

¿Y sí a James ya le han hecho una felación antes? ¿Y sí lo lastima? ¿Y sí duele? ¿Sí es demasiado incómodo? ¿O feo? ¿Sí se ahoga? Oh Dios, ya puede ver las noticias hablando de cómo el joven príncipe austriaco murió con un pene en la boca.

-Santo cielo... –musita para él mismo.

No se cuestiona hacerlo, se cuestiona lo que puede pasar. La idea de meterlo a su boca está lejos de parecerle asquerosa y siendo bastante honesto, se encuentra ansioso.

Es todo culpa de Anthony por darle el libro y culpa de Peter por lanzarle mil comentarios sobre todo lo que se está perdiendo por miedoso.

– ¿Entonces aún nada? –era la madrugada del primero de Enero y habían tomado un trago para celebrar el año nuevo. Luego un trago se convirtió en dos y luego en tres. – ¿Absolutamente nada?

Steve niega. –Manos... –musita tan avergonzado que su garganta apenas ha dejado pasar las palabras.

–Oh por Dios, Steven. ¿Manos? ¿Para qué tienen la boca?

Esa madrugada no tenía una respuesta, pero ahora sí. Ya sabe para que más se puede utilizar esa húmeda y caliente parte del cuerpo. Vuelve a tomar agua.

–Entiendo que vayas lento, pero están perdiendo valioso tiempo. –repite el rey y Steven hace un gesto con los labios. –Pero es mejor así, creo, se evitan accidentes.

Según el libro los accidentes pueden ser terriblemente dolorosos e incluir mucha sangre. En su mente se grabo la parte donde decía que mientras mayor humedad, mayor placer.

–No dudes en preguntarme si tienes dudas. –ofrece Peter amablemente, como si de cualquier cosa se tratara.

Steven nunca en su vida le preguntara a su hermano sobre ese tema. No es que sea un santo, no señor, ha curioseado su cuerpo lo suficiente para tener una idea bastante clara de lo que quiere hacer. Además ha tenido sueños donde las manos de James tocan lugares que nunca nadie ha tocado y se convence que quiere hacer esos sueños realidad.

El problema es la vergüenza. El temor de expresarle a James sus deseos. El no saber si su esposo quiere lo mismo que él, si está dispuesto a llegar al fondo de todo eso. Y no tiene el valor suficiente de preguntarle.

Se suma el hecho que James tiene experiencia en eso, con mujeres, pero la tiene. Steven no tiene nada más que las caricias ardientes que le ha dado a su esposo. ¿Qué tal si James no está interesado en lo absoluto?

O a lo mejor no le va a gustar lo que va a encontrar. Steven sabe que es bonito, tiene la curva casi femenina de su cintura y su rostro es agraciado. Pero no tiene pechos que ofrecer, no tiene torneadas piernas. Muerde el nudillo de su dedo para evitar morder sus uñas.

¿En qué momento pasó de besar a James a quererlo todo? ¿Cómo las cosas cambiaron tan rápido?

Los besos fueron un descubrimiento abrumador. Las manos dentro de los pantalones le dejaron aturdido por días. Y ahora su cuerpo arde en una necesidad aplastante, ardiente y demandante. Lo más seguro es que perdió la cordura.

–Es estar enamorado. –le dijo Peter en el desayuno del dos de enero. –El deseo y la necesidad de estar con tu amor se vuelve carnal.

–No estoy enamorado.

–Por supuesto. –Peter mete un enorme bocado de salsa florentina a su boca  y rueda los ojos. –Estás jodidamente desesperado por verle, no es secreto para nadie.

Era demasiado obvio. Amaba el tiempo con su padre, eso nadie lo cuestionaba. Pero los días se le hacían eternos y los agobiantes suspiros eran cada vez más repetitivos y las llamadas con James eran cada vez más largas, necesitando escuchar su voz todo el tiempo que pudiera conseguir.

Steven cierra el libro y lo mete en el cajón de mesa de noche. Arregla el suéter de roja lana y cuenta hasta el veinte, el oleaje en su pantalón es evidente y no quiere que su padre o Peter, en el peor de los casos, lo vean asi.

Cuando logra enfriar su cuerpo, que le costó más que viente segundos, sale de la habitación. Buscará a su padre y le propondrá una amistoso partida de dominó para terminar de matar la tarde.

Dejará de recordar tanto a James y obligará a su cuerpo dejar de extrañarle tanto, mejorará su autocontrol y se quedara con el pensamiento de que tal vez James está demasiado ocupado con su familia y que lo más es seguro que Steven es el último de sus pensamientos.

El problema es que a mil seiscientos kilómetros del cálido palacio, su alteza real el príncipe James, heredero al trono, está soñando con un par de delgadas piernas, con labios esponjosos y con un brilloso cabello de un rubio imposible.

Y no solo sueña. El príncipe James se ilusiona con una boca pequeña, húmeda y cálida. También se hunde en fantasías donde sumerge sus dedos en el mejor culo del mundo y que se abre para él.

La ventaja es que el príncipe James sí hecha mano a sus deseos. Se toca, de abajo hacia arriba imaginando que es una mano más pequeña, que unos profundos ojos camaleónicos le observen y parecieran atravesar su cuerpo.

Cuando su cuerpo se deshace en deliciosos espasmos eléctricos y observa el líquido blanco manchar sus dedos se permite imaginar que esa humedad se vería tan perversamente caliente en los delgados labios de Steven y que tal vez, solo tal vez, le permitiría meter sus dedos manchados dentro de su boca.

Mil seiscientos kilómetros de distancia no son suficientes cuando dos cuerpos se necesitan, cuando dos mentes están conectadas, llamándose la una a la otra.  Mil seiscientos kilómetros son una tontería.

Palacio [STUCKY] [STARKER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora