Hora del té.

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La única manera que habían encontrado para mantener la cabeza de Steven serena, había sido después de los exámenes médicos al que ambos se habían sometido. Recuerda que su madre ingreso a la cocina una tarde de miércoles y les dijo que necesitaba respuestas para dar a la corona.

Steven, cansado de la misma situación y con la misma incógnita, accedió sin mayor ánimo a las peticiones de la monarca. 

Fue una extensa semana donde docenas de médicos pincharon los delgados brazos del doncel. Incluso James se vio en el estudio y tuvo la vergonzosa experiencia de entregar muestras de su propia semilla. Recuerda la extraña mirada del enfermero que recibió aquel recipiente. James se sacude ante el recuerdo de la singular sensación. 

Entonces anunciaron que ambos estaban en perfecto estado de salud. Lo más saludable que dos jóvenes personas pueden estar. Excelente cantidad de todo. Que el útero de Steven se encontraba intachable y que, una vez más, solo era cuestión de tiempo para que la fecundación fuera exitosa.

La reina, nada contenta con los resultados, sugiere la fecundación in vitro. Como era de esperar, Steven se negó al agresivo tratamiento. Fue una salvaje discusión de horas y James recibió, de ambas partes, las quejas y los reproches por las conductas egoístas del contrario.

– ¡¿Por qué no entiende lo importante que es esto?! –rugió la reina. 

– ¡No voy a dejar que- que me metan sabrá Dios qué, sabrá Dios por dónde! –alego el príncipe.

Entre la Marina, las fundaciones y mil presentaciones más, el tiempo comienza a deslizarse con mayor rapidez y James no se detiene a pensar en aquello. Cansado, más que derrotado, deja que las ambas partes obstinadas de aquella relación siga en su juego. 

Apartando aquel debate interminable, no son muchas las cosas que han sucedido en aquellos meses. Con un delgada pierna desnuda, pálida y perfecta, sobre su estómago y Steven durmiendo profundamente en el calor de la tarde, James trata de colocar en un orden cronológico los otros eventos. 

Pero es confuso, no sabe en qué espacio de tiempo besó a Steven con intensidad y este murmuró sin aliento que lo amaba, que lo necesitaba. Fue intenso, profundo y devastador.

Luego estaba la visita del general John. Esa sí la recuerda con perfección. Y no es para mal interpretarse, es solo que no puede olvidar que fue desterrado de la cocina para que  el generalísimo John Walker pueda disfrutar del té de la tarde con Steven, Steven a secas. 

A esos eventos le seguía Anthony. No era ni secreto, ni novedad, que a su querido hermano se le colocara un guardia real. Lo que James no pudo descubrir fue el origen del motivo. Su hermano le daba una cantidad de respuestas evasivas que le molestaban un poco. No tanto como cuando Steven multiplicaba la cantidad de evasivas respuestas, pero sabía que ahí había ocurrido algo que los envolvía a ambos.

Steven suspira entre sueños y James desvía la vista de la ventana para fijarse mejor en el hombre  que duerme plácidamente a su costado. Lleva un cortísimo short rojo que únicamente usa para las noches de calor  o, en este caso, en las tardes que se escapa de la agenda y le busca silenciosamente.

A las incógnitas con las que James vivía, se le sumaba la incomodidad con la que Steven trataba a Maree. Y las acaloradas discusiones que Peter y Steven tenían últimamente. Las había escuchado accidentalmente y realmente no fue mucho lo que alcanzó a oír, pero definitivamente eso había hecho una brecha entre el príncipe y el rey.

Steven se estira y la pierna, que descansaba en su estómago, es movida. Abre los ojos lentamente y se inclina para verle más de cerca.

–Hola tú. –le murmura.

Antes de contestar, el príncipe sonríe, parpadea despacio. –Hola, su alteza.

Como si de magia se tratara, Loki se anuncia en la puerta e indica que el té de la tarde está listo. Steven le dice que adelante mientras ingresa al baño y James se queda observando como el secretario va colocando la torre de pastelitos, las tazas, la tetera. En el momento que el secretario se retira, Steven regresa del baño.

Se sienta, la espalda recta y una pierna encima de la otra. Sirve el té, le agrega leche y una sola cucharada de azúcar. – ¿No vas a comer? –le pregunta sin dejar de mover la cuchara.

Se arrastra en la cama y toma lugar en la mesa redonda acomodada cerca de la ventana. Observa a Steven tomar un scone, lo parte a la mitad y le coloca queso crema. A la otra mitad le coloca mermelada de fresas. Los junta y lo come en total silencio. 

James tiene un par de preguntas que hacerle. La rutina del scone se repite y está vez el sándwich de mantequilla y mermelada va directo a su boca. Es una intimidad abrumante. En qué momento del tiempo dejaron de verse con recelo y ahora comía, de manera literal y figurada, de la mano de Steven.

– ¿Estás bien? –pregunta mientras prepara la segunda ronde de scone. 

James asiente y se remoja los labios. Entiende que todas aquellas historias fantásticas que contaban acerca de las mágicas criaturas que eran los donceles, era ciertas. Él podría testificar.

– ¿Dormiste? –vuelve a preguntar y James vuelve a asentir. –Bien. En un par de semanas es el segundo cumpleaños de Peter y después el de papá.

– ¿Has pensando cómo lo van a celebrar? 

–Sí. –contesta después de un largo sorbo de té. –Lo tenemos resuelto, ¿crees que tus padres querrán asistir?

James asiente y los grises ojos se entrecierran. – ¿Qué te ocurre?

Steven se arrastra en la silla y James pierde la respiración al ver el contraste entre el rojo de la tela y las pálidas piernas. Lo recupera cuando siente los cálidos besos que le han mantenido ocupado todo este tiempo. Sus manos cobran vida y con facilidad, y bastante práctica, el príncipe es colocado en su regazo.

Le encanta que los besos sepan a mermelada. Que el aroma de lavanda y vainilla invada la habitación. La delgadez y la flexibilidad del príncipe podrían ser las razones por las que pierda la cabeza, pero le fascina como se abre para él y James no es más que un simple mortal que tiene que ceder ante todo lo que el precioso doncel pida. ¿Quién es para negarse?

Cuando los besos cobran fuerza y los suspiros de Steven son más audibles, se ve en la obligación de empujar las tazas que siguen esperando y empotrarlo en aquella mesa. – ¡James! –chilla Steven. –Aquí no. Suéltame.

Y sigue ahí, su príncipe recatado que lo besa endemoniadamente y que se mece contra él. Sigue sonrojándose con violencia cuando sus manos mundanas recorren cada extensión de tersa piel. Le murmura que, por favor, no se detenga con la voz entrecortada y viéndole con la mayor de las inocencias, aunque ya no haya ninguna.

Y como siempre, es fantástico. La humedad, los jadeos, cada suspiro. Cada caliente contracción del cuerpo del rubio se transfiere al suyo y James se hunde en el abrumante calor, el sopor de la tarde que huele a sexo descoordinado y a medio vestir. Y entre medio de aquel desorden, James graba pequeño detalle que vuelve único cada maravilloso encuentro.

Como las clavículas que resaltan. Como los vellos que se erizan cuando besa detrás de su oreja. O los nudillos que se enrojecen al sujetarse del borde de la mesa y evitar que Steven pase directo al suelo por la fuerza de los embisten. O la gota de sudor que se pierde detrás de la nuca del príncipe. 

Cuando los últimos besos llegan, Steven murmura contra sus labios un te amo espléndido y luego le amonesta por haber empujada las tazas.  –Eres un tonto. –le asegura mientras baja de la mesa con el rostro hirviendo.

Tarda un par de minutos en recuperar el aliento desparramado en la silla. Minutos en los que Steven desaparece en el baño y regresa con un jeans y una nueva remera. Trae consigo papel absorbente y toallas secas. Limpia las pocas evidencias de su travesura y recoge con sumo cuidado los trocitos de las tazas sacrificadas. 

Se da cuenta que las preguntas no son importantes.

Que podría vivir en aquella burbuja de felicidad eternamente. 



Palacio [STUCKY] [STARKER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora