Inglaterra y Austria deciden unirse en un ventajoso matrimonio. Es simplemente perfecto.
Aunque sea una interminable cascada de muchos desastres bastante afortunados.
James, príncipe de Inglaterra, descubrirá que el amor es pequeño, rubio y bastant...
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El rey consorte Anthony no se ganó al pueblo francés por dominar su idioma. Tampoco por involucrarse en proyectos de caridad. Los conmovió solo un poquito cuando lo vieron ser padre, un padre cariñoso, demostrativo y sobre todo juguetón. Hizo temblar un poco el fuerte pensamiento de los franceses hacia los estirados ingleses.
El rey consorte Anthony se ganó a los franceses por ser como ellos, un devoto al rey Peter.
Las cámaras los capturaron en un paseo a la playa, la primera vez que Thomás conocería el océano. La naturaleza de Anthony se reflejaba en los cuidados que siempre derramaba en el pequeño príncipe, la suavidad que tenía para arrullarlo y las carcajadas del principito cuando le soplaba la barriga.
Pero el primer acto que sacudió a Francia fue sencillo.
– ¡Thomás! –chilla Peter después que el niño tomará un puñado de blanca arena y la lanzará al desagradarle la textura. Lastimosamente en dirección al rostro del rey.
Anthony se ríe por lo bajo y toma un blanco pañuelo para limpiar con cuidado los granitos de arena que están a una décima de entrar en los ojos del rey. –Cierra los ojos, voy a limpiarte.
El segundo acto, fue más lujurioso.
Estaban presentando las nuevas reformas de energía más limpia y más económica. Peter daba la presentación y Anthony le veía con ojos de entero amor. El rey se sonrojaba cuando su vista caía en él y el príncipe no dudaba en regalarle un coqueto guiño que no hacía más que empeorar el sonrojo del monarca.
–Basta. –murmura pero la prensa tiene las ojeras listas para escuchar.
– ¿Basta qué? –pregunta Anthony con la mayor de las inocencias mientras le extiende una copa.
–Basta de verme así.
– ¿Así cómo?
–Así, cómo si quisieras comerme.
–Quiero comerte, su majestad.
La prensa hizo públicas las murmuraciones y toda se Francia se agitó con el lujurioso romanticismo de los reyes.
El tercero fue el más romántico y sencillo de todos y los franceses, románticos empedernidos, no encontraron ningún motivo más para cuestionar la presencia del inglés en la corona.
Estaban presenciado los fuegos artificiales que se quemaban en honor al cumpleaños real de su majestad, Anthony le apuntaba con los dedos a Thomás para que se fijará en las grandes luces que iluminaban el cielo.
Peter está detrás, sonriendo y disfrutando el momento.
De repente el príncipe se gira y el pequeño bebé, que ya supera los ocho meses, extiende la pequeña caja. – ¡Papa!