Saber.

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 -Su alteza real se ha dirigido al estanque. –habla una mujer del personal. –Con todo gusto iré a avisarle.

-No. –sube un poco más el abrigo. –Dígame donde es y yo iré a por él. Es una sorpresa.

-Sí, su alteza. –la dama le indica el camino y emprende el descenso.

La idea fue de su madre, obviamente. Su padre también estuvo de acuerdo, cuando la prensa se enterará, semanas después, quedaría totalmente convencida que todo es políticamente correcto, que están enamorados y que ya se les es difícil estar el uno lejos del otro. Tony le dijo que el viaje les caería muy bien y que sería maravilloso finalmente conocer lo que pronto será también su reino.

En lo que a él respecta, eso es una tontería. Sus padres asumen que la relación marcha muy bien porque desayunan juntos y se toman con facilidad de las manos, pero es solamente la cubierta de un cascaron vacío. No hay nada en común y cada vez parece verle más lejano.

El frío de Austria hace parecer a Balmoral como una playa paradisiaca, el doble abrigo apenas puede mantenerle a salvo del invasivo frío, aunque la caminata ayuda que su cuerpo genere un poco más de calor. Siente entumecidas sus mejillas al igual que sus piernas, aunque esta vez es por el espectáculo que el azulado estanque le regala.

La bufanda es larga, pero no se arrastra. El abrigo es de un tono amarillo huevo, o sol, o todos los amarillos del mundo. Los patines son azules, al igual que la bufanda y el color del estanque. El viento que provoca desplazarse sobre la superficie congelada hace que sus cabellos vayan a todos lados y le inviten a hundir sus dedos ahí, en el montón de hebras de oro.

El ejercicio ha llenado de color sus mejillas y sus labios. El frío no le afecta, parece que se abre para que él se deslice y gire y cierre los ojos disfrutando de la silenciosa diversión que los patines le dan.

-Hola. –musita. Porque está seguro que interrumpirle será uno de sus pecados más grandes.

Escucha como los patines cortan el hielo. Lo ve girar y le ve sonreírle amable, como si de verdad estuviera feliz de verle ahí, como si fuera la primera vez que le ve y sorpresivamente le cae bien.

-Hola, su alteza. –el viento sigue jugando con su cabello. –Nunca imagine verte aquí.

El nunca imagino muchas cosas también. Como el hecho de ver una sonrisa tan dulce, rosada, sincera, alegre en una sola persona. Tampoco imagino que alguien podría considerarse arte con solamente deslizarse cortando hielo.

-Quería darte una sorpresa. –mete las manos en el abrigo, porque no sabe qué hacer con ellas. –Aunque la sorpresa me la he llevado yo, no sabía que patinabas.

-No sabes muchas cosas de mí. –y no es un tono de ofensa, o de sarcasmo. –Aunque no le diría patinar a eso, solo evito llegar al suelo.

Hay algo en su estómago. Es como un líquido caliente pero no es lo suficiente para lastimarle, solo para generar cosquillas inquietas y despertar nervios que nunca estuvieron ahí cuando hablaba con alguien.

-¿Has venido solo? –Steven sobre los patines le alcanza en altura.

-Tony me ha acompañado. –se da cuenta que el príncipe realmente quiere hablar. –El vuelo le ha caído mal y prefirió recostarse un rato.

-¿Cómo has conseguido venir sin armar un alboroto?

-La oficina de Londres se comunicado con la de Austria. El viaje fue calificado como extremadamente confidencial, por mandato de la reina. –repite todo lo que se le explico en el vuelo. –De igual manera lo pidió tu padre, es una sorpresa para ti.

-Tú eres una sorpresa para mí. –lo dice lento, ve como la sonrisa no se marcha aun cuando forma las palabras. –De verdad que lo eres.

Ahora no se siente como una sorpresa precisamente. Se siente como un tonto parado frente a otro, evitando morir de frío. Su mente trabaja a mil por hora, pero no le da instrucciones a su cerebro de qué hacer, de qué hablar.

-Deberíamos volver al castillo. –a diferencia de Steven. –Quiero darles la bienvenida que se merecen y preparar todo para la cena.

-¿Quieres que te ayude a bajarte de esos?

-Por favor.

Dos segundos después la mano de Steven toca su hombro, buscando apoyo para poder quitarse el primer patín y colocarse la bota de invierno. Su mano viaja naturalmente a la cintura del príncipe, es pura inercia, buscando donde sujetarle y mantenerle firme mientras hace el cambio.

Aunque Steven termina todo en menos de veinte segundos, se queda ahí. Sosteniéndole. No sabe por qué lo hace, pero se siente bien, se siente correcto y hace que el frío solo sea un recuerdo.

-¿Vamos? –se forma vaho cuando la pregunta se hace.

-Sí. Vamos. –se forman oleadas de no saber en su cabeza. 

Palacio [STUCKY] [STARKER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora