Constante.

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El duelo es un proceso lento, pero constante. Es el frío sentimiento dentro del corazón, aquel recuerdo congelado al fondo del alma que se reaviva las noches más imperturbables y que recuerda la pérdida irreparable de un ser humano fantástico.

Lastimosamente, esa misma pérdida da un leve golpe a la consciencia y recuerda lo que realmente importa. Lo que vale la pena.

– ¿Peter? –pregunta Anthony mientras se fija en la tensión que hay en los hombros del rey. –La leche está por hervir. 

El rey respira profundo y aparta la vista del punto insignificante que observaba con demasiada atención. Apaga la llama y retira el recipiente de la estufa. – ¿Quieres un té? 

Es Febrero del 2002. Han transcurridos seis difíciles meses desde su partida y el mundo parece renuente a continuar. 

 –Peter, ¿quieres hablar? –insiste Anthony mientras envuelve sus brazos alrededor de su majestad. –Sabes que no tienes que hacer esto solo. 

El rey se gira con lentitud, descansa parte de su peso en la encimera. Envuelve fuertemente al príncipe Anthony, besa su cabello y se quedan ahí, existiendo dentro de su rota burbuja de tristeza silenciosa que les rompe los huesos y les exprime el corazón. 

–Nunca voy a dejar de extrañarlo, Anthony. –declara con la voz apaciguada.

–No tenemos por qué hacerlo. –agrega el príncipe. –No hay una sola mañana donde no desee retroceder el tiempo, pero es lo que hay.

Entre todas las abrumantes y nocivas sensaciones, Peter y Anthony habían logrado mantenerse cuerdo el uno al otro y así evitar que James se pierda en el proceso. Las discusiones por Thomás se redujeron a nada, sin olvidar que el joven rebelde detuvo su atentado contra el mundo y se convirtió en un extraño consuelo para el príncipe Vincent. 

Tampoco había que olvidar al rey Stefan. Su salud tenía más bajas que altas y mantenerle sereno era también una prioridad. 

–No llores, muchacho. –murmuraba con serena calidez las noches que parecía vencerse ante la abrumante tristeza. –No te quedas solo y yo me iré con Helena. 

–Tío...

–Y le diré a Steven cuanto le extrañan.          

Existían días donde todo parecía proseguir. Desayunaban pasadas las doce del mediodía cerca de los jardines y se entretenía con la conversación apasionada de Mélissandre. O discutían la importancia del estudio de la física cuántica como ciencia elemental en la vida humana y adoraba hacer dudar a los gemelos de su propia existencia. 

Pero al caer la noche, mientras Anthony recogía los últimos libros esparcidos en la habitación e iniciaba a apagar las luces, durante ese breve momento de silencio, su mente se trasladaba a esa noche, a los días que le siguieron. Le llevaban más lejos, a la tarde que Steven le anunció que se casaría.

–Le he visto en fotos. –aseguraba mientras mantenía la vista en sus zapatos. –Me parece hermoso.

Peter lanza el humo del cigarrillo por la ventana y sonríe con amargura. –Entonces le has visto en fotos y decidiste que sería todo perfecto.

– ¿Por qué no? –insiste con los hombros caídos. –No existe nada que nos impida ser felices.

– ¿Nunca dejarás de ser tan fantasioso? –se irrita todavía más. –No puedes ver a una persona y decidir que serán felices por siempre, ¡eso solo pasa en los libros!

– ¡Peter!

–Además, ¡ni siquiera te gusta! –reclama. – ¡¿Desde cuándo siquiera te gustan los hombres?!

Las mejillas de Steven se manchan de color e inclina el rostro con la mayor de las dignidades. –Solo quería que estuvieras feliz por mí.

–Steven... – suspira con cansancio. –Deja que yo me encargue de las Indias, ¿de acuerdo?

–Ya lo decidí , Peter. –sentencia con seguridad. –Es la mejor solución.   

Afortunadamente Anthony regresa del baño con una pijama limpia, le sonríe despacio y le invita a subir a la cama. Entonces Peter deja atrás los dolorosos recuerdos, aunque extrae una sólida verdad.

Sí podía ver a una persona y decidir que sería con ella con quién desearía compartir el resto de su vida. 

El rey consorte Anthony sabe que la fragilidad en la que ahora todos viven está a un solo suspiro de romperse. Así que se propone mantenerse firme, sereno. Sabe que es lo que Steven haría para mantenerles a todo a salvo. 

Absorbió casi el cincuenta por ciento de las fundaciones del príncipe austriaco. Maniobraba entre las propias y las nuevas, pero adoraba mantener la cabeza tan ocupada durante el día que así podía ofrecerle el silencioso consuelo que el rey Peter necesitaba. 

Viajaba constantemente a Austria para verificar que su hermano prosiguiera sereno y enfocado en todo el trabajo que había por hacer. Se enteraba de todo lo que sus sobrinos hacían y llamaba cuanto podía a Jamie, que lucía cada vez más delgado y con poco color. 

–Vamos a dormir, ¿sí? –le murmura al silencioso rey. –Podríamos escaparnos mañana e ir con los chicos a la playa, tenemos tiempo de no hacerlo.

– ¿Ir a la playa en Febrero?

–Podemos hacer una fogata, quemar malvaviscos. 

–De acuerdo, pero que vengan los rubios.

–Técnicamente, solo Vincent es rubio.

Peter traga con pesadez y sonríe de melancolía. –Sabes a lo que me refiero. 

Dos días después, Anthony muerde el interior de su mejilla. Del negro vehículo se baja su hermano, luce con menos ojeras y más animado que el mes pasado. No ha recuperado el peso perdido y el brillo de sus celestes ojos se ha marchando de manera perenne. Detrás va Jamie, con las mejillas floreadas y el castaño cabello casi cubriéndole los ojos.

Pero lo que le hace contener la respiración, es él. De largas piernas delgadas, con un adorable suéter rosa y la nariz en rojo vivo. El resplandeciente cabello dorado se agita con el frío viento que se cuela en la privada playa, en delicados gestos acomoda el abrigo verde y nota en sus delgadas manos el anillo real que una vez fue de su padre. 

Podría jurar que es él, con sus casi dieciséis años y sus delicados gestos. Su lento caminar y la suave sonrisa contagiosa. Vincent podría ser él, pero no lleva el plomo de su mirar. Vincent robó los ojos de James y eso le da un triste consuelo a Anthony, ver en su sobrino a dos de las personas que más ama. 

–Hola, tío Anthony. –saluda despacio. – ¿Playa en invierno?

–Hay que salir de la rutina. –se defiende. 

Vincent sonríe, asiente y avanza. Tiene que saludar a su otro tío y a los primos que esperan ansiosos la improvisada reunión.

–Luces mejor. –declara cuando los brazos de su hermano lo toman prisionero.

–Lo estoy. –confiesa con sinceridad. –Jamie ha retomado las clases de ballet y estoy aprendiendo a cocinar. 

– ¿Y cómo está tu suegro?

James hace un mohín y suspirando declara. –Ha recuperado un poco de peso, pero pasa días enteros durmiendo.

Anthony desea preguntar sí ha hablado con su madre, sí finalmente va a perdonarle por negarle la ida a Austria muchísimo antes. –Lo entiendo. –pero sabe que es un tema demasiado sensible y no quiere echar a perder el día.

– ¿Y Peter como está? 

–Como todos, James, sobreviviendo. –declara abatido.

El día transcurre y se unifican como la auténtica familia que son. Se ofrecen consuelo y se refugian entre ellos, se protegen y se animan a continuar a pesar del irreparable corazón roto. 

Porque todos llevaban el duelo de manera diferentes. El proceso además de lento, era eterno.  

Palacio [STUCKY] [STARKER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora