Profundamente.

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El sueño fue reparador, como si hubiera dormido después de cien años de insomnio. Su espalda cruje al estirarse y verifica en su reloj las nueve de la mañana con cuarenta minutos. Gira un poco y, obviamente, no está Steven. En su lugar hay ropa doblada y esperando a por él. 

Ahora con energía y sin cuidar del príncipe, observa mejor el baño. Grande, espacioso y blanco. La ducha esta rodeada de paneles de cristal. La bañera en el centro con plantas alrededor. Hay una puerta al costado e investiga después de su larga ducha. La puerta oculta el completo armario del príncipe. 

Todos los colores que existen y los que no, están ahí. Camisas, camisetas, abrigos, bufandas, pantalones, pijamas, pantalones de chándal, batas, botines, zapatillas de colores, corbatas, corbatines. Todo por color. El orden del blanco armario es minucioso. Incluso las gavetas que guardan los calcetines y la ropa interior están en impoluto orden.

El aroma del lugar le invita a quedarse ahí. Es como lavanda, o tal vez es un suave whiskey que lleva siglos en reposo y que el coco y la vainilla le han dominado al resto de los componentes. Es fuerte, pero está lejos de ser ofensivo, todo lo contrario, es completamente adictivo.

Le lleva toda su fuerza de voluntad salir de ahí. Va por su conjunto y se da cuenta que grita Steven por todos lados. Es un pantalón negro al igual que un suéter con cuello de tortuga, se le suma una camisa negra con rayas amarrillas y blancas en vertical, es una talla más grande, así que no la abotona. El abrigo es, por supuesto, amarrillo. Su madre gritaría al verlo vestido así y posiblemente moriría si supiera que al futuro rey le gusta el reflejo que le devuelve el espejo.

Le toma más de veinte minutos encontrar la cocina, ahí el personal de servicio es escaso, no sobran tantos como en Londres. Viola, la única que reconoce y que sabe su nombre, le saluda a medio pasillo y le termina de guiar a la cocina. Le indica que los duques de Sussex siguen durmiendo en las habitaciones asignada y que el príncipe Steve y su cuñado salieron al pueblo cercano.

Su alma viaja a los pies cuando en la mesa redonda, en una esquina de al inmensa cocina real, esta su majestad Rey Stefan, su canoso, imponente y bastante serio suegro. La espalda recta, una pierna sobre la otra y un abrigo azul. Unta jalea sobre una tostada mientras lee el periódico que reposa en la mesa. 

–Su majestad, buenos días. –el rey lo ve sobre el hombro y le sonríe con gentileza. –Un placer verle, su majestad.

–James, muchacho. –le extiende la cálida mano. –El gusto es mío. Toma asiento, por favor. ¡Clarissa, tráele el mejor desayuno de la casa de inmediato!

–Sí, señor. –la mujer se da vuelta y James toma asiento.

–Discúlpame por no haberte recibido ayer, han sido días complicados.

–Oh, señor. –descubre que la tetera contenía café. –Yo le ofrezco una disculpa por haber llegado sin avisar y con compañía. Lamento si fu-

–Oh no, no. Nada de "lamentos" –el rey agita la mano en el aire. –No digas tonterías, este castillo es tuyo. Puedes ir y venir con quien desees. 

–Gracias, señor. –el caliente café no tiene el mismo efecto que las cálidas palabras del rey. – ¿Interrumpo su mañana?

Entonces el rey le cuenta que no, que le agrada tener compañía en su segundo desayuno. Se queja de que habiendo tantas visitas en el castillo ninguno se dignó a  desayunar con él. Dice que todos los "muchachos" que estuvieron anoche se han marchado muy temprano y que Peter seguramente no despertará hasta pasado medio día después de la jerga que se puso con los "muchachos".

Palacio [STUCKY] [STARKER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora