Y para mí.

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– ¿Qué pasa contigo? –apenas puede controlar las terribles pulsaciones que golpean su pecho. – ¿Por qué no me dijiste que se había ido? ¡¿Qué te ha hecho?!

– ¡James! ¡Escucha bien cómo me estás hablando!

– ¡Escucha tú lo que dices! ¡Lo que pides! –la cabeza de Steven se deja de ver y el pellizco de su madre en el brazo le hace volver ardiendo en furia, en impotencia. – ¿Qué te hizo? ¡Dime!

Su madre, de rubios cabellos, tiene las mejillas encendidas. – ¿Te das cuenta en qué te has convertido? –entonces ve la humedad llenar sus bonitos ojos. – ¡Tú nunca me has hablado así antes!

James pasa una mano contra su frente, en un claro signo de estrés. –No podemos seguir así, mamá.

–Lo sé, es mejor que se vaya. –sus manos se enfrían. –Déjale que pase el susto allá en Austria, mientras más lejos mejor.

Junta las cejas, capaz de aceptar la frialdad de su madre. – ¿Tú-

–Se ahoga en un vaso de agua, los donceles están acostumbrados a ataques como estos. –la monarca se sienta en el sofá, sobando sus cienes. –Eso-

– ¿No te das cuenta la inseguridad dentro de tu palacio? ¡Esta no es la primera vez que se da un "ataque como estos"!

–James... estás revolviendo cosas-

– ¿Qué sigo haciendo aquí? –se aparta de su madre, aturdido. –Contigo nunca se ha podido razonar, ¿por qué te sigo escuchando?

– ¡James!

Tarde, muy tarde. Fueron menos de veinte minutos, suficiente para que Steven saliera del palacio. Los treinta minutos que tardó en llegar al aeropuerto, fueron diligentemente ocupados para que el avión saliera. 

Luego son cuarenta y cinco minutos más para esperar que su jet se prepare y salga con destino a Carintia. No importa cuánto gritó su madre por teléfono, que se plantara a media fiesta la celebración de los duques. Nada se compara con la mirada de tristeza que Steven llevaba. No, James no iba a volverlo hacer.

Mucho menos en medio de ese momento, siente tanta cólera. Recuerda el miedo cuando escucho como su nombre era gritado con tanta desesperación, sus oídos pitaban y su corazón se encogía cada vez más cuando abría una puerta de una habitación vacía y seguía sin encontrar al príncipe en medio de ese laberinto.

James salió a buscarlo por celoso, nunca imagino lo que encontraría. En cuánto lo perdió de vista en la fiesta, un sabor amargo invadió su boca y aunque luchó contra la verdad, se vio envenenado por la idea de Steven con el maldito general, que tampoco estaba en la fiesta. 

Se avergonzaba de sus celos desmedidos e injustificados, pero eran incontrolables, le ponían ciego, loco, fúrico, enfermo. Entonces salió y rondó un par de pasillos, regresó al salón y le preguntó a su madre. Ella se encogió de hombros y negó haberlo visto.

Vuelve a salir y un par de pasillos al sur, se encuentra al general fumando en una de las ventanas. Está a punto de rendirse, al menos sabe que no está con él. A lo mejor le pedirá un cigarrillo y calmará el feo presentimiento que aumenta con cada segundo gastado. 

Pero ni siquiera alcanza a saludar, su estómago se voltea y escucha el "¡James! ¡James!" más terrorífico de su vida. Intercambian miradas de alarma con el general y comienzan a correr. Abrió puerta tras puerta, lo buscó perdiendo la cordura a cada segundo.

Fue todo tan rápido, la tranquilidad al encontrarlo y la furia rugiendo en sus oídos al verlo tan afligido debajo del maldito soldado de mierda. Fue una ráfaga de rabia que terminó en una violenta confrontación dónde deseaba acabar con el hombre con tanto ímpetu que no le importaría ir a prisión por un asesinato a sangre fría.

–Su alteza, es un gusto verlo. –Viola se inclina ante él apenas cruza la puerta del castillo. –El príncipe Steven acaba de ingresar.

– ¿Dónde está? –pregunta quitándose la bufanda.

–En su habitación. 

Asiente y aunque quiera caminar, sus piernas no obedecen. Cruza corriendo los pasillos y sube de tres en tres las escaleras que le llevan a la habitación de su esposo. A pesar de estar a unos metros de distancia, está totalmente desesperado por verle, tocarlo y asegurarse que está sano.

Cuando abre la puerta, no es el dulce aroma de la habitación el que le detiene. Es ver a su esposo sentado en el sofá con la vista clavada en la ventana, hay delgadas líneas húmedas dibujadas en sus mejillas y sus pestañas se ven aún más espesas al estar mojadas.

James va a matar al soldado, nadie que haga llorar a alguien como Steven, es digno de vivir. –Dios... ¿Qué te hizo?

La cabeza de Steven se gira y su boca se abre en sorpresa. – ¡James! ¡Estás aquí!

James junta las cejas, el príncipe cambio el traje por un suéter lila y un pantalón de chándal. A pesar que hay rastro de llanto en su rostro, se ve animado. – ¿Qué pasó? ¿Qué te hizo? ¿Por qué llorabas?

–Ah- –las mejillas se enrojecen y James recorre la distancia en grandes zancadas. Se coloca de cuclillas ante el príncipe. –Yo- es una tontería.

– ¿Tontería? Steven... ¿él? –mierda, ni siquiera puede pronunciarlo. Sí le hizo algo, con Dios de testigo, va a matarlo.

Steven niega de inmediato. –No, no. Forcejeamos un rato y le mordí una oreja, pero estoy bien. Te lo juro.

– ¿Y llorabas por qué...?

El príncipe le quita la mirada, observa sus manos y niega. –No es nada. Estoy bien.

–Steven, estás mintiendo. –sabe que es el susto, la impresión. Maldito, se va a asegurar que nunca jamás vuelve a ver la luz del sol.–Por favor, dime por qué llorabas. Yo-

–Por ti... –musita el príncipe y James contiene la respiración. –Porque tú te quedaste y bueno... 

Esta vez su corazón no se encoge, se rompe. Es él quien hizo llorar a Steven. – ¿Tú pensaste que me quedaría con mamá?

–Otra vez. –agrega el príncipe.

–Mierda... –musita. –No, yo ¡estoy aquí! Yo hablé con ella y pensé que te alcanzaría. No imagine que saldrías tan rápido.

–Necesitaba irme.  –Steven suspira y resultan encantadoramente tiernos sus ojos húmedos. 

–Lo sé... –pero también culpable, le hizo llorar porque seguramente pensó, todo el trayecto, que le había vuelto a dejar, por su madre. –Steven, te prometí que estaría contigo...

–Hasta el final de la línea. –concluye el príncipe. 

–Y así va a ser, siempre. –sus piernas tiemblan y se coloca mejor sobre sus rodillas. Toma el rostro de Steven entre sus manos, limpia el fantasma de las lágrimas con sus pulgares. Al inclinarse encuentra en su camino los dulces labios del príncipe, ambos sellando y reafirmando su promesa. – ¿Estás bien?

Steven se mantiene con los ojos cerrados, descansando la frente en la suya, respirando con calma. –Estoy bien, ¿y tú? –los parpados se desplazan y revelan los dos bonitas gotas de plomo en el mirar del príncipe.

No lo está, hay rabia aún en su cuerpo. Culpa que le recuerda no haber protegido a Steven. Enojo por haberle hecho pensar que le dejaría, otra vez. –Voy a estarlo.

Pero hay consuelo, fe y esperanza en la encantadora sonrisa que Steven le regala. –Claro que vas a estarlo, yo estoy para ti.

Aunque fue Steven el que sufrió un ataque desafortunado, es él quien se siente asustado, aturdido, vulnerable. – ¿Quieres dormir un rato? –sugiere el príncipe.

Apenas se quitan los zapatos para acomodarse en la cama. Steven entre sus brazos se siente como alcanzar la gloria, le reconforta la serenidad que le transmite el simple acto de tener al príncipe recostado en su pecho. El golpe de realidad es brutal, le corta el aire y aturde su mente. James está completamente enamorado de Steven. 


Palacio [STUCKY] [STARKER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora