Inglaterra y Austria deciden unirse en un ventajoso matrimonio. Es simplemente perfecto.
Aunque sea una interminable cascada de muchos desastres bastante afortunados.
James, príncipe de Inglaterra, descubrirá que el amor es pequeño, rubio y bastant...
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En la habitación sigue reinando el blanco pero con los primeros reflejos de sol, se notan los destellos dorados que adornan aquel lugar. Ha cambiado el abrigo por un suéter de punto y sigue dando vueltas. Anthony fue llevado hace más de una hora y le ordenaron solamente esperar.
Podría estar en la sala de espera con el dorado matrimonio fragmentado, pero ya se siente lo suficientemente culpable y nervioso para estar ahí. Así que prefiere seguir ahí, dando vueltas esperando finalmente conocer el fruto de aquel amor.
En el momento en que se hunde en el sofá, la misma puerta por donde el príncipe desapareció se vuelve abrir. Esta vez ingresa un pequeñísimo carrito y una morena enfermera que le sonríe cómplice.
Respira silencioso y recorre la habitación con pasos amortiguados por la alfombra. –Su majestad. –se inclina la enfermera. –Todo ha salido de maravilla. –ella habla en voz baja y se gira, dejándole ver la blanca cuna. –No existe mayor privilegio que este, su majestad, permítame presentarle a su hijo.
En la cuna está, pálidas manos, dedos pequeñísimos, dorados ojos que se mueven con lentitud. Tiene dos rubios cabellos saliendo del gorrito que usa y mueve los labios. Siente su pulso debilitarse, traga con pesadez y se inclina un poco.
Cada movimiento es seguido por los dorados ojos. Tiene la nariz respingona de Anthony, al igual que el arco de sus labios y la viva curiosidad en sus pequeños ojos. Pareciera hecho de mármol, o de diamantes. Es de piernas largas y agita los brazos.
–Es un varón, su majestad. –dice la enferma y rodea la cuna. – ¿Desea cargarlo?
Levanta las cejas, sorprendido. Anthony le aseguró que sería un varón y Peter negaba, estaba convencido que sería una pequeña de largo cabello la que heredaría su trono. Niega por temor, la sola idea que se rompa en sus brazos le paraliza.
–No le pasará nada, su majestad. –no recuerda el nombre, pero la morena toma al pequeño en brazos y se lo extiende. –Son mucho más fuertes de lo que aparentan. Solo sujete fuerte su cuello, es lo más importante.
El bebé hace un pequeño mugido, como si protestara. Es acomodado entre sus brazos y su pulso se multiplica. Es sumamente más pequeño que lo que calculó, pero tiene un peso considerable y calienta su pecho a cada parpadeo que hace.
Huele como la lluvia de primavera, como a sol, como a vida. Huele a Anthony. –Hola, bebé.
Le ve atento, luego parpadea y bosteza. –Supongo que es un gran saludo. –dice la enfermera, siempre con las manos debajo de las suyas.
La puerta vuelve abrirse y la camilla de Anthony ingresa. El príncipe trae los ojos cerrados y su respiración es apenas perceptible. No hay color en su rostro y sus cabellos están un poco aplastados contra su frente.
Cuando le terminan de acomodar, Anthony abre un solo ojo para espiar y luego abre ambos abruptamente. –Peter... –musita y el rey le sonríe automáticamente. – ¿Es él?