Jaque

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Steven se ve en el espejo y se genera náuseas. Con ambas manos se apoya en el lavabo y respira profundamente. Necesita dormir, necesita correr, huir y desaparecer. Pero no puede, y aunque pudiera, no lo haría. Sus padres no educaron a un cobarde.

Cruza al armario arrastrando los pies y agradece que James siga en su cabalgata mañanera. En uno de los sofás está el atuendo para el día y en una bonita caja celeste de adornos dorados, descansa el atuendo para la noche. Se coloca un cardigán demasiado largo, un sencillo suéter blanco y sale al balcón.

Ahí el desayuno le espera servido. Se obliga a comer algo de frutas y un poco de yogurt. Toma dos cálidas tazas de té y trata de mantenerse sereno, sin caer en la ansiedad, en la demencia. Se dice a sí mismo que todo estará bien, que no es para tanto, que no todos son iguales, que solo es cuestión de esperar.

El reloj anuncia las ocho de la mañana con un minuto y el servicio entra a recoger las sobras del desayuno. Steven se arrastra de nuevo a la cama y se hunde en los cálidos edredones. No falta mucho para que James regrese y se exige dormirse antes que su esposo vuelva con sus preguntas.

Y como ha sucedido las últimas semanas, Steven se duerme con facilidad para escapar de su propia mente.

Resulta que la presión psicológica trae como resultado: catástrofes. El príncipe austriaco las está sufriendo y es incapaz de pedir ayuda porque no puede reconocer que su majestad, la reina, finalmente se ha infiltrado lo suficiente en su cabeza y en su matrimonio para poder desestabilizarles.

Empezó una tarde calurosa de Agosto. Almorzaban un domingo, después de misa. Anthony contaba los últimos avances en una nueva tecnología y presumía que estaba a unas escasas semanas de culminar su doble titulación. James también compartía sus excelentes resultados en las carreras de Ascot.

Steven escuchaba en silencio, feliz de poder ver a Tony recuperado. Le encantaba escucharlo hablar de cosas que no entendía, pero era feliz de verlo sonreír de nuevo. Y James, suspira profundamente, a James podría escucharlo eternamente y nunca sería suficiente.

Cuando fue el turno de la reina de hablar, Steven detuve su comer y empujo el plato de postres.

- ¿Y bien? ¿Cuándo cumplirán con su compromiso? –ella lleva un traje celeste que se refleja en sus ojos. –Seguimos esperando ansiosos dar las noticias.

James se tensa. Anthony deja los cubiertos y rueda los ojos. Steven le sonríe. –Señora, en cuanto tengamos resultados, usted será la primera en enterarse. –le asegura.

Así empezó. Una simple pregunta derivó una cascada de cuestionamientos en pareja, en su interior.

Esa misma semana, James y él tuvieron la conversación que se arrastraba desde lunas atrás. Steven estaba tan confundido respecto al tema como el propio James, pero ambos sabían que era una obligación que sí o sí tenían que cumplir.

¿Pero ya? Es decir, sí bien están próximos a cumplir dos años de matrimonio, aún se siguen conociendo. Steven apenas descubrió que James fuma siempre que llueve a las seis de la tarde, como un extraño ritual entre el príncipe y la lluvia.

¿Y así ya debían tener  hijos? No es que no quiera, bueno es que la verdad no sabe sí los quiere tan pronto. Acaba de cumplir los veinte años, hay muchas cosas que quiere hacer. Que James y él quieren hacer.

Pero no es tonto, él sabe muy bien que no es lo que ellos quieren, es lo que las coronas sobre sus cabezas requieran, exijan.

-Referente a esto… ¿tú ya quieres hijos? –pregunta James mientras acomodan las fichas de dominó en la mesa del café.

Palacio [STUCKY] [STARKER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora