Fábrica de amor.

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A Steven le gusta mucho James. Le gusta en un modo extraño que le hace sonrojarse cuando lo ve desde alguna esquina de cualquier habitación, o los terribles temblores que se producen en su estómago cuando el aroma de James le anuncia que está próximo a llegar.

Le gusta demasiado cuando le acomoda sobre su pecho y se duerme inmediatamente. Le gusta porque Steven puede observarle en silencio, cuidar su sueño y asegurarse que nada le perturbe. Además, así puede ver el majestuoso paso del tiempo.

Las líneas de expresión alrededor de sus ojos, las marcas de las millones de sonrisas que le ha regalado al mundo. O la silenciosa cana oculta entre los cabellos detrás de la oreja, la que peina muy bien para disimularla. A Steven le gusta demasiado James.

Se muere de amor cuando lo ve con los lentes de lectura puestos peligrosamente en el puente de la nariz y que los esconde con velocidad para que nadie le vea con ellos. Es un derroche de amor absoluto cuando le ve quitarle los bordes del pan al sándwich de Jamie y se los come para evitar el regaño de Steven.

A Steven le gusta mucho James. Le gusta cuando desliza una mano en el interior de su pijama y le toca con lentitud, casi podría decir que con temor. También le gusta mucho cuando respira pesado contra su cabello mientras Steven reparte besitos en la extensión de su cuello.

Steven adora esas mañanas, cuando James le toma prisionero contra los edredones y le besa como si estuviera dispuesto a arrancarle el alma. Cuando siente las grandes manos aplastar su cintura y Steven tiene que aferrarse a la cuadrada espalda para no desfallecer.

Le fascina convertirse en líquido, en ser dócil y maleable, es casi profesional en complacer a James. Sobre todo cuando este murmura ahogado contra su oído una suplicante orden de "Sube".

Steven sube a su regazo, se balancea al ritmo que James exija. Ha aprendido en tantos años, sabe el momento exacto en el que debe aumentar la velocidad porque James cierra los ojos y entierra la cabeza en la almohada. O sabe ralentizar el movimiento cuando James se sienta casi de golpe y marca sus dedos en sus caderas.

Steven adora ese momento, no se cansa. Las mejillas enrojecidas, los labios en carmesí entre abiertos para que el aire alcance y el celeste de los ojos oscurecidos, como un profundo océano que le invita a hundirse en él. Le encanta sentirlo así, profundo y húmedo, llenándole.

Podría, por Dios que sí, vivir así. James se queda un rato quieto, besa su mandíbula y le sonríe perverso, saciado. –Creo que nunca me voy a curar. –murmura contra sus labios.

– ¿De qué? –pregunta mientras trata de mantener a sus piernas firmes en esa posición.

–De ti. –confiesa.

A Steven no solo le gusta James, le fascina. Lo adora, lo ama, lo idolatra. Steven es todo de James.

Afortunadamente, James está loco por Steven. De manera metafórica y literal. Es una extraña clase de amor sin límites, sin restricciones, sin cansancio. No hay nada que no le guste de él, ni su estirado comportamiento o su incansable manía de preocuparse por todos.

Incluso le gusta la extraña caminata que hace cuando una exquisita sesión de sexo mañanero concluye. El ligero renqueo que le queda o el pudor que tiene de cubrirse con una bata, como si James no le conociera milímetro por milímetro.

Le gusta hasta cuando le da indicaciones del día cuando ni siquiera han desayunado. Y aunque todos creen que Steven es quien dirige la orquesta, son ambos los que sientan frente a la chimenea a organizar los horarios y ahorrar la mayor cantidad de tiempo para compartir con sus hijos.

Y una de las cosas que le capturo desde un principio, fue su exótica forma de ser. Cualquiera diría que es un loco maniático de la moda por la marca que tiene en la misma, pero no, Steven es más simple que eso, sale del armario donde Versace y Vivienne Westwood, quien solo diseñaba para un único hombre y era Steven, dominaban casi en su totalidad usando nada más que un jeans lavado, una remera blanca y sus clásicas zapatillas blancas.

– ¿No vas a bañarte? –le pregunta mientras termina de peinar los cabellos que aun escurren agua.

– ¿Es necesario? –no deja de verlo, han sido años bajo el encantamiento.

Steven rueda los ojos y le lanza una remera limpia. –Vístete, no tardan en venir los niños.

Y como el ser mágico que es, tocan la puerta y un mini segundo después, su descendencia entra. Vincent ya está duchado, con los rubios cabellos muy bien peinados y unas zapatillas rosas. Jamie todavía lleva su pijama de ositos celestes, corre a toda velocidad y Steven se inclina en automático.

–Buenos días, solecito. –juntan las frentes y se da un suave toque con la nariz. Entonces Vincent va de segundo, repitiendo el saludo. –Buenos días, mi vida.

– ¡Papi! –chilla Jamie cuando repara en él, se sube a la cama a una velocidad impresionante y choca la frente contra la suya. – ¡Hay mucha nieve afuera!

–Hola, Jamie. –contesta James mientras le apretuja en brazos.

Vincent se acerca, repite el gesto y James le sonríe animado. –Hola papi, nevó toda la noche y hay nieve por todas partes.

Steven les ordena irse a lavar las manos justo cuando el carrito de desayuno ingresa. –Te dije que te cambiaras. –repite cuando James termina de colocarse la parte baja de la pijama. –Recuerda que te quedas con ellos, tengo que irme al evento.

James asiente y los niños regresan, toman su lugar con prisa en la redonda mesa de la habitación. Steven es cuidadoso en servir una porción decente de frutas y yogurt en el plato de Jamie y coloca dos cuadrados waffles en el plato de Vincent.

A él le sirve té, le agrega leche y dos de azúcar. Le sonríe por sobre la taza que toma. – ¿Qué?

James niega. –Creo que es mejor dar un paseo por la nieve recién caída, ¿no creen? –los niños asienten con la boca llena y miran suplicante al rubio que sigue de pie. –Aún tienes tiempo.

Steven no puede contra tres pares de ojos. Así que apurando el desayuno, bajan al jardín. El príncipe coloca gorros y guantes en los principitos. Y James enrolla muy bien la bufanda alrededor de Steven.

–No estás nervioso, ¿verdad? –pregunta James mientras observa como los niños se apresuran en amontonar la mayor cantidad de nieve posible.

–Un poco, la reina no ha hecho más que comentarios bastantes... complicados. –asegura sin dejar de verle.

James suspira y se convierte en vaho. –Estoy seguro que lo harás bien. –declara mientras cruza un brazo por los delgados hombros y lo pega más a su pecho, protegiéndole.

Steven se deja, se refugia en él. James besa su cabello, deseando mantenerlo así eternamente. 

 

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Palacio [STUCKY] [STARKER]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora