Inglaterra y Austria deciden unirse en un ventajoso matrimonio. Es simplemente perfecto.
Aunque sea una interminable cascada de muchos desastres bastante afortunados.
James, príncipe de Inglaterra, descubrirá que el amor es pequeño, rubio y bastant...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
A Peter nunca le gusto aquel salón. Era grande y la mesa larguísima estaba en el centro. La chimenea está apagado, el verano aún hace de las suyas y el frío sigue sin visitarles. Los hombres están sentados, pasando de hoja en hoja.
Esas reuniones le aburren. Es un conteo de los avances aplicados en el año y en su mayoría son buenas noticias, como el incremento de ingresos y el avance del país en la industrialización. Evitaron la recesión económica que afecta a los vecinos gracias a los planes y proyectos en protección al empleo y la inversión interna que la corona hace para evitar aquellas calamidades.
–Su majestad. –le llama el hombre canoso. –Ha llegado.
Peter sigue de pie en la ventana, las manos dentro de los bolsillos. Está fumando a pesar de saber que a ninguno de los dieciséis hombre sentados ahí les agrada el olor a tabaco. Pero Peter es el jodido rey y fumar donde le de la gana es último que puede hacer después de aceptar los indicaciones de aquellos arrugados hombres.
Se fija en la mesa auxiliar, al lado del cenicero. Dentro de una caja de gris color está el anillo. Un hermoso zafiro rodeado de doce diamantes. Descansa ahí, esperando ser entregado a su futura dueña, a la futura reina. Peter usa el dedo índice para cerrar la pequeña caja.
–Creemos que después del festejo de la conmemoración de su coronación es el mejor momento, majestad. –habla uno de los hombres y Peter vuelve a ver por la ventana.
–La señorita Maree está totalmente involucrada en la organización para dicha fiesta. –habla Bruno, delgado y casi sin cabello. –Está al tanto de todo y los rumores aciertan en que será una excelente reina consorte.
Jade ingresa a la habitación y todos los caballeros se ponen de pie. –Su majestad, el auto le espera. –anuncia un par de pasos antes de llegar a él.
La rubia suspira antes de tomar la caja aterciopelada y la guardarla dentro de su chaqueta. Desinteresado, se despide de los caballeros que se inclinan ante él y Peter abandona el salón mientras escucha a los hombres felicitarse entre ellos.
–Es una estupidez. –sentencia Jade mientras sube al vehículo. –No lo haga, ¿desde cuándo los escucha?
–Te agradecería mucho que no te metas en esto, Jade. –le murmura sin verla. –Estoy cansado de discutir con Steven y tampoco quiero hacerlo contigo.
–Solamente estamos preocupados, Peter. –le aclara la rubia regalándole una triste sonrisa. –Sabemos lo que pasa cuando la cabeza se te llena de cosas incorrectas.
–La quiero. –asegura. – ¿Qué tiene de malo qué quiera casarme con ella?
–La quieres, sí. Pero no para hacer eso, ¿sabes lo que significa ponerle el anillo? –y ante el silencio que Peter prefiere guardar, Jade continúa. –La condenas, Peter.