Parte 14

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Me resultó poco normal que Laura supiera mantener la calma. El padre alemán había llamado a emergencias y se intentaba comunicar con la sudamericana de la otra banda de la línea.

-A ver - se metió Jesús - Estamos nueve personas en un puñetero ascensor, cinco de ellas extranjeras, las otras del país. Tenemos hambre, una lesionada y estamos más apretujados que en una lata de sardinas. ¿Falta mucho?

-Lo se dice finura... - me susurró Laura volteando un poco la cabeza.

Sus labios estaban a escasos centímetros de los míos. Depende del movimiento que hiciera, la podía besar pero no lo hice. Sólo asentí. Noté como Laura se despegaba unos milímetros de mí pero cuando un hijo de los alemanes se movió y le hizo una media zancadilla, cayó para atrás y la tuve que sujetar para que no se diera un golpe conmigo. Jesús seguía peleándose con la chica de la otra banda. Álvaro nos anunció que no había cobertura y la madre alemana intentaba captar la atención de Laura. Mi Laurita seguía quieta contra mí. Ni se molestó en apartar mi mano de su cintura.

-Alemán no - le decía a la mujer - Inglés sí.

Pero esa mujer no entendía el inglés. Que raro, muchos alemanes lo entienden pero nos fue a tocar una que no.

-¿Tú sabes alemán? - me susurró.

-Sé lo mismo que tú.

-Pues estamos arreglados.

Ni hacíamos caso a la sudamericana de la compañía de ascensores que anunciaba que nos vendrían a rescatar. Después de estar más de cinco minutos discutiendo con Jesús, la chica había cedido en mandarnos urgentemente ayuda. Fue el cuarto de hora más largo de mi vida. Si no fuera por Laura, creo que me habría vuelto loco. Tenerla tan y tan cerca me relajó, hecho que en muchas ocasiones me ponía nervioso. Álvaro y yo nos comunicábamos entre miradas y gestos que Lau no comprendía. El pequeño de los alemanes había dejado de llorar, la mediana se había sentado encima de una maleta y soplaba cada diez segundos, el mayor seguía mirándonos a Laura y a mí con atención y los padres pasaban el rato hablando en alemán. Jesús tenía los ojos cerrados y temíamos en que se durmiera y se desplomara ahí. El padre alemán quitó un par de trastos que nos barraban el paso. No sé como Laura consiguió moverse y apoyarse en la pared del fondo, donde estábamos. Ambos respiramos aliviados al vernos las caras y no tener que hablar sin mirarnos ya que, obviando el tono casi silencioso en el que hablaba ella y las pocas ganas de que Jesús y Álvaro nos oyeran, le tenía que hablar al oído.

Ahí dentro me sobraba gente. Os juro que si hubiéramos estado Javi y yo solos, me enrollaba con él porque el morbo que me dio a mí un ascensor con Javi dentro, no os lo podéis ni imaginar. Encima que se había comportado como si fuera más que un amigo. Los abrazos, las caricias, que me consolara, todo me ayudaba en no pensar en lo que me venía encima: Salva, mi padre y la maldita Semana Santa en la finca. ¿Ganas? Cero. No sé si Javi era un amor o una obsesión. Sólo sé que me gustaba y el haber pasado tantos minutos rozándonos me había puesto a mil. Al principio me puse nerviosa y tuve miedo de hiperventilar pero con él detrás me relajé y cuando me cogió porque sino caía, ahí sí que vi que era mejor tomármelo con calma y disfrutar de él y su mano alrededor de mi cintura que en ningún momento quise apartar ni que él tampoco retiró. ¿Significaba algo? 

Me imaginé sola con él en un ascensor. Mirándonos extrañados por lo que acababa de suceder. En el centro, de pie y con nervios. ¿Quién se hubiese acercado primero? En mi mente se proyectó el momento: él mirándome fijamente los labios y yo sin poder remediar besar los suyos, beso que Javi hubiese alargado empotrándome hacia la pared y haciendo que la pasión sustituyera a la razón. Sin importarnos Carlos y el hecho de poder ser pillados. Mis piernas alrededor de mi cintura, sus labios en mi cuello  y sus manos buscando lo prohibido, haciéndome sentir una mujer. Y que eso no saliera de ahí, que todo volviera a ser como minutos antes pero claramente, no sería posible. 

Tu amor, a un acorde de guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora