Parte 150

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Raúl dio un beso a Lau y dos a Carol. Yo me extendí más con la muestra de cariño a mi chica. También di dos besos a la amiga. Nos sentamos con ellas. Mi chica estaba muy pendiente de Christian.

-Si se caga – le dijo a Carol – Lo cambias tú.

La fulminó y puso los ojos en blanco. No tuvimos ese problema. Los críos de tres años vinieron hacia nosotros. Ya se habían cansado de jugar y el rubio pedía por su madre.

-Ese es de Marta – me susurró Laura al ver que estaba perdido – y este – el que tenía en brazos – Raúl, ¿Ya has hecho los deberes?

-No tengo.

-¿Seguro? – asintió convencido – Vale, vale. ¿Vamos a dejar a los niños a Marta? – Carol aceptó.

Laura se levantó y dejó a Christian en el carrito. La casa de Marta quedaba cerca. Les agradeció que hubiera podido tener ese rato de tranquilidad. Nos marchamos a Madrid. Lau restó callada todo el camino, mirando por la ventana y con un aire muy pensativo. Dejamos a Raúl en casa de Salva.

-Tata, hablamos – dijo él. Mi chica susurró un sí lleno de cansancio – Pásate mañana por la discográfica a las nueve.

Nos fuimos a casa. Laura a las once tenía programa y no nos apetecía cenar fuera. No le pregunté qué le ocurría. En el bar la había visto mejor que en aquel momento pero la veía poco comunicativa, así que decidí mantenerme al margen hasta que ella quisiera. No soy mala persona, sólo lo hice porque la conozco y sé que cuando se cruza, es mejor no preguntar, igualmente, tampoco hubiese recibido respuesta.

Al llegar, dejó el bolso y la chaqueta en la mesa de la cocina y se acercó a mí. Me dio un largo beso.

-A la mierda mi padre – musitó. Los besos fueron aumentando de nivel.

El jersey de Laura cayó al suelo, como mi sudadera. Me sorprendió su frase. ¿A la mierda, su padre?

-A la mierda, todo – le respondí yo a lo que ella asintió conforme.

El deseo de no separarnos nos hizo delirar y, sin salir de la cocina, nos entregamos el uno al otro. Con dos frases, en las cuales repetimos palabras, tuvimos bastante para comprender lo que habían dicho nuestras familias de la relación que manteníamos. Recuperarnos del alarde nos resultó un poco difícil. La frente nos relucía de sudor y respirábamos nerviosamente. Lau me explicó lo que había pasado con su padre. Seguía sentada en la encimera, con las piernas colgando y medio vestida. Le faltaba el jersey, los calcetines y los zapatos.

-Con las opiniones de tu hermano y mi madre, nos sobra – le dije agarrándole la cara y dándole un largo beso en los labios. Yo también le expliqué lo de mis tíos, muy por encima – Pero da igual – finalicé.

-Ya – saltó de la encimera y comenzó a cocinar. La ayudé como pude. No se lo curró demasiado. No había tiempo.

Cenamos charlando. Laura había recuperado parte de su normalidad dentro del cabreo que seguía teniendo con su padre. A mí, estar enfadado con mis tíos no me afectó, me la pelaba lo que pensaran que estuviera con Lau, con la vecina del segundo o con una princesa. Para princesa, ya está Laura. Mi particular y única princesa, que estaba dolida con su padre por culpa de un desafortunado comentario que él le había hecho cuya reacción por su parte fue ofenderse. Lo entendí. Entendí que se mosqueara con Eduardo. Él se había llenado la boca diciendo que su querida hija era muy feliz y que él estaba feliz por su relación. Se lo decía a todo el que se le cruzaba y cuatro meses después parecía que todo había sido apariencia y ya lo dicen, las apariencias engañan.

Tu amor, a un acorde de guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora