Parte 56

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Núria

Fue el 17 de julio de 2013 cuando Laura Montes regresó a Sant Feliu. Yo estaba viviendo en un nuevo piso, sin madre, sin familia materna cercana, con un padre que se había encargado de mí al máximo y con su pareja aún más pendiente. Shaila se había convertido en una persona totalmente confidente y sustituta de mi madre. No le decía lo que hablábamos ni a mi padre. Vivía con nosotros desde Navidad. El nuevo piso es mucho más grande que la casa de la Carbonell. Es un segundo piso. Tiene un salón-comedor con balcón. La cocina es amplia y luminosa. Tiene tres habitaciones y dos baños. Quizá no estamos tan en el centro como antes pero tenemos un supermercado enfrente y es un barrio muy tranquilo con todas las necesidades a nuestro alcance.

-Núria – Shaila me llamó desde la cocina – Mañana viene Laura, ¿no?

Estábamos a 16 de julio. Siete de la tarde. Ella llevaba una hora en casa después de salir del trabajo. Mi padre aún no había regresado de Palamós.

-Sí, pero no sé a qué hora.

-¿Dónde se aloja?

-En Sant Pol. Va sola. No tiene novio que yo sepa.

-Que venga a cenar porque almorzar tal vez le va muy justo y yo mañana no vendré a comer porque tengo un cursillo. ¿Irás a casa de la abuela?

Asentí. Gracias a Shaila pude volver a sonreír pero la pena que sentía por la pérdida de mi madre seguía estando presente aunque alejada. Los primeros días después del funeral estuve incomunicada con la sociedad. Iba al colegio sin decir ni pío. No participaba en clase, no hablaba con mis amigos aunque ellos me hablaran, en casa más de lo mismo, con los profesores igual. Oía comentarios desagradables acerca de mi madre. Lo descubrí al cabo de quince días de su muerte. Todos sus trapos sucios salieron a la luz. Ahí fue como cambié a la fase 'enfadada con el mundo'. Seguía sin estar receptiva a muchas palabras pero aparqué el luto. Lo de ir de negro lo hacía contra la voluntad de mi padre. Él era partidario de que me vistiera como siempre y no acorde con las reglas. Además, que esto del luto ya no es tan frecuente y menos a mi edad. Shaila le dijo que me dejara hacer, que ya cambiaría de rol cuando a mí me apeteciera. Y lo cambié, justo cuando ella se mudó con nosotros. Le expliqué todo lo que había estado guardando los dos meses que casi no había abierto la boca. Me aconsejó que perdonara a mi madre porque si no, no viviría en paz. Mi familia materna comenzó a alejarse lentamente. No quisieron cargar con mi educación, ni con mis problemas ni con nada que tuviera relación a la muerte de mi madre excepto los motivos económicos y financieros que habían sido descubiertos. La única a la que continuaba viendo era a mi tía porque por desgracia, era mi profesora de inglés y era inevitable verla por los pasillos de la escuela y en clase. En Navidad, con la familia paterna, tuve que esbozar sonrisas bastante falsas en las fotos. A partir de enero, comencé, agarrada de Shaila, a querer recuperar mi vida pasada: salir con las amigas, tener vida social, salir con Pau... Recuperé mi amistad con David. Fue un gran apoyo para mí. Como vivimos en el mismo pueblo, fue de los primeros que me ayudó a levantar. Los meses iban pasando y el verano llegó. Me esperaba un verano extraño, sin casi pisar Palamós y con la terapia casera de Shaila para que el camino para volver a ser la que era antes, fuera más llevadero. De Dolors, veis que no os hablo. Estaba dormida, como un volcán, y era posible que entrara en erupción en cualquier momento porque se había mudado a Girona. La cercanía de lugares estaba presente y no me fiaba que volviera a atacar.

Mi padre llegó a las ocho. Shaila y yo estábamos cocinando. Había aprendido mucho en esos meses. Me había inculcado una gran afición culinaria. Me había enseñado platos típicos de México y platos de aquí. Me impregnó de cultura mejicana y agradezco tenerla conmigo porque gracias a eso pude sacar un diez en mi exposición oral de castellano del curso. El tema de la cena fueron los días de vacaciones, a medianos de agosto. Como a ambos les coincidían, quisimos hacer un viajecito. Debatíamos donde ir. Quedaba un mes y aún estábamos en aquel punto. Según mi padre, podríamos ir a alguna ciudad centroeuropea, Shaila prefería playa.

Tu amor, a un acorde de guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora