Parte 118

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Pasamos las siguientes dos semanas trabajando duro con la promoción. Estuvimos en Valladolid, Zamora y Burgos y de concierto acústico ambos fines de semana. Me mudé definitivamente con Laura. Estuvimos un par de noches con Raúl y el nuevo miembro de la familia: Manolito. Manolito es un conejo pequeñito que Salva le había comprado al niño. Raúl no lo dejaba ni a sol ni a sombra. Lo llevaba con él. Laura le cogió cariño enseguida y le comenzó a llamar 'bola de pelo', siempre en el sentido positivo de la palabra. A mí me costó más y fui partidario de las frases de mi suegro. Eran del estilo que cuando el conejo muriera, iría al arroz o que algún día lo harían a la parrilla. Pero me pareció muy mono aunque bromeara con ello. Laura y yo nos habituamos a la vida en pareja de maravilla. Mateo me lo había dicho, hasta el sexo mejora. Tuvimos un par de roces pero fueron por tonterías y los solucionamos rápido. Uno lo provoqué yo adrede para cabrearla. Me divierte ver cómo se enfada conmigo y se pone cabezota. El remedio para que me perdone es sencillo: un beso inesperado. Después se comienza a reír en medio del beso y se le pasa. En esas dos semanas Laura cambió de look. De la melena larga, a una media melenita que le llegaba hasta el final del cuello, con la raya a un lado y lisa. Estaba preciosa y le sentaba muy bien.

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Laura cayó enferma la noche del lunes 9 de diciembre. Llevaba tres días arrastrando un resfriado y estuvo con fiebre. Se removía en la cama. Me dio una patada y me desvelé. Estaba sudando. Me levanté y mojé una toalla con agua fría para pasársela por la cara. Lo notó y se despertó. Eran las cinco de la madrugada.

-Duérmete que estoy bien – me susurró.

-Laurita cariño, estás hirviendo, no estás bien y no paras de moverte. Duerme tú, va – le pedí dulcemente – Y no te preocupes por mí.

En la oscuridad de la habitación, volvió a cerrar los ojos. Me quedé dormido al cabo de una hora de cuidarla y observar sus movimientos.

Me desperté a las siete y media. Que Javi me hubiese estado cuidando, me había hecho mejorar considerablemente. Se había dormido. Decidí no molestarlo. El tren hacia Sevilla salía a las once, así que todavía podía dormir. Lo tapé correctamente y le di un beso en la mejilla. Me duché, preparé el desayuno y esperé a que se despertara. A las nueve menos cuarto apareció en la cocina restregándose los ojos y bostezando.

Me desperté y eché en falta la presencia de Laura a mi lado. Estaba tan acostumbrado a despertar con ella abrazada a mí, que no notar su calor, se me hizo raro. Estaba en la cocina, mirando las noticias y esperando a que me levantara para desayunar. Aparecí por detrás de ella y le puse mis manos en su nuca. Tiró la cabeza para atrás para cruzarse una mirada conmigo. Le di un tierno beso en los labios. Estaba pálida pero más recuperada que el día anterior.

-¿Cómo estás? – le pregunté sentándome enfrente a desayunar.

-Mejor – me sonrió y me agradeció lo que había hecho por ella.

-Suspende la promo si ves que no puedes.

-Puedo de sobras – me contestó con ojitos de corderito degollado – Sevilla, Málaga y Cádiz no son nada contra un resfriado y unas décimas de fiebre. Además tengo el aliado perfecto: Frenadol – el tono digno de anuncio de televisión me sacó una sonrisa.

Se tomó un sobre. La mueca de desagrado en su cara me provocó la risa.

-Qué asco, por dios – se quejó – Nunca me ha gustado.

-Es lo que hay – le respondí.

Nos vestimos. Se abrigó aunque íbamos al sur. En el tren me dormí. Me apoyé en su hombro notando como me pasaba suavemente las yemas de los dedos por el pelo. Una sensación de lo más relajante. Laura leía la revista ¡Qué me dices! y miraba por la ventana. Me desperté a medio camino.

Tu amor, a un acorde de guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora