Parte 17

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El martes no tardó en llegar. Después de un lunes de intenso trabajo y de hablar con Yaiza acabando peleados, por fin llegó el día de volver a ver a mi Laurita. Sé que pensareis que hacía cuatro días que la había visto pero me moría por compartir una comida con ella y reírnos juntos de su familia política. A las ocho ya estaba en pie y una hora más tarde en el estudio haciendo unos arreglos que el día anterior no había podido acabar. Trabajaba con Andy en un disco de un artista que intentaba hacerse un hueco en el mercado musical y que era bueno de cojones.

-Me voy que tengo un compromiso. ¿Acabamos mañana? - le dije a Andy.

-Sí, sí, tranquilo. Mañana aparecerá él por aquí - significaba el cantante.

-Mejor. Puede que luego venga.

-Me marcho también - dijo levantándose de la silla - ya vendré por la tarde.

Ambos salimos y cogimos caminos distintos. Mi madre tenía hora al médico pero en realidad no era grave, un simple resfriado pero ella se preocupa por todo de forma exagerada. Media hora antes de quedar con Laura pude volver al estudio. Apareció puntual. La vi por el reflejo de un cristal, apoyada en el marco de la puerta, como un ángel que aparece de la nada para salvar a alguien. Estaba radiante. Con unos vaqueros ajustados oscuros, una camiseta de manga francesa blanca que combinaba con un pañuelo verde flúor en el cuello, una chaqueta que llevaba en la mano y unas Victoria negras. El pelo recogido en una cola alta. Bellísima, espectacular, me quedo corto para definirla, ya lo sabéis. Me giré y me levanté. No sé si llevaba mucho ahí o no. Se acercó a mí y nos abrazamos. Salimos del edificio y andamos hasta el Vips más cercano, que nos quedaba a unos diez minutos caminando a paso lento. Laura seguía llevando una muñequera pero me aseguró que ya no le dolía. Hablamos de cosas triviales mientras pedíamos. Compartimos unos nachos y cada uno comió una hamburguesa. Ella estaba sentada en la parte de banco y yo en la silla. Soy buen caballero y la dejé escoger.

-¿Y bueno, qué tal tus vacaciones de dos días? - le pregunté.

-¿Dos? Tres han sido. Los tres días más largos de mi vida - yo contenía la risa - Entre las hermanas, la madre, el padre, las niñas y la sirvienta me tienen frita.

-¿Cuántas sobrinas te han salido?

-Cinco y todas niñas - lo decía con desesperación pero era divertido escucharla hablar así.

-¿No es lo que has querido siempre?

-Con una o dos me conformaba. Cinco es multitud y todas repelentes como sus madres. Mira, vas a ver que son nombres muy monárquicos o religiosos. Las hermanas se llaman Leticia y Fátima - me reí por lo bajini - las hijas de Leticia se llaman Leonor, que hace cuarto de primaria y hará la comunión el mes que viene, la mediana que se llama Irene, que tiene seis años y la pequeña que se llama María y tiene dos y la madre está embarazada de un niño que se llamará Juan Pablo. Monárquico, ¿eh?

-Sí, sí.

-Peores son las de Fátima. Dos gemelas de ocho años, pelirrojas, que son más artificiales que el bótox que lleva en la cara - la comparación me hizo mucha gracia - que se llaman  Elena y Paloma.

-¿Son del opus? - asintió masticando y cuando terminó me aclaró que sus suegros sobretodo, que los otros no lo seguían mucho - ¿Y te llevas bien con ellas?

-Con Leticia mejor que con Fátima. La niña que me cae mejor es la de dos años. Es una monada, las otras... - movió la cabeza y la entendí perfectamente - Y ya me hablaban de boda y niños.

-Eso es muy fuerte - nos reíamos ambos - Tú, la anti-bodas número uno. No te veo casada.

-No te quejes, que tú también eres de los míos - me cortó.

Tu amor, a un acorde de guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora