Parte 175

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Llegué a Alcorcón al mediodía. No me encontré a Carlos en ningún sitio. Subí en compañía de una enfermera. Mi hermano estaba solo, mirando la tele. Le di un beso en la mejilla y me senté en una silla.

-Antes ha venido Álvaro - me dijo.

-Ya lo sé.

-¿Tú qué tal?

-Estoy. Tengo a Javi cruzado por la prensa, me ha llegado lo de Andy, estamos buscando sustitutos y no sé cómo decirle a Raúl esto.

-¿Sigues enfadada conmigo?

-No se me ha pasado pero ahora estoy más enfadada con Andy.

Le expliqué como había ido la reunión y lo que el cabrón de Andy dijo. No se alegró nada. Salva me invitó a tumbarme a su lado. Me pasó el brazo que no tenía inmovilizado por detrás del cuello, acariciándome el pelo y me apoyé en su hombro. Ojalá esa imagen hubiese detenido el tiempo. No me acordé de los millones de problemas que tenía al salir de esa habitación de hospital. Alguien entró sin permiso. Era Ángela.

-Cuanto amor... - murmuró entre dientes.

-¿Qué haces aquí? - le preguntó Salva.

-¿No puedo venir a verte? Que sepas que lo del accidente yo no me lo creo.

-No te lo creas - contesté yo. Me levanté con cuidado. No era capaz de pasar mucho rato con Ángela en la misma habitación.

-¿Tengo que ir a buscar a Raúl o no? - preguntó.

-No - negó rotundamente mi hermano - Ya irá Laura.

-¿Te llevarás el niño? ¿Tú estás tonta?

-Yo se lo permito. Raúl se queda con sus tíos todo el finde.

-Si no estaréis. ¿Adónde vais?

-Vayamos donde vayamos, tú no tienes que encargarte de nada - le espeté - Tete, hablamos. ¿Quieres que te lleve a Raúl después?

-No quiero que me vea así - nos dimos un beso y me marché sin despedirme de Ángela.

Almorcé con Javi en casa. Él había preparado la comida. Tampoco fue mucha la dificultad. Hirvió pasta fresca y le tiró salsa de tomate de bote por encima. Algo es algo. Después de comer, estuvimos por casa, con tareas domésticas. Yo puse lavadoras y planché ropa. Javi, por su parte, quitó el polvo y fregó la cocina y el salón. Nos partimos las labores. Raúl llegaba a las cinco. Antes, pero, tuvimos tiempo de descansar. Yo andaba histérica perdida. Las manos me temblaban. Mi chico observó mis nervios y me ofreció un abrazo. Siempre en el momento justo, hecho que me encanta de él. De camino a buscar a Raúl, me dejó conducir. Me salté un semáforo en rojo. Culpa de mi despiste. Javi me avisó pero no me recriminó nada. En la explanada había un montón de padres. Alguno me saludó.

-¿Va en este bus? - me preguntó mi amor.

-No, este es el de tercero. Es este - llegó el segundo.

Raúl bajó de los últimos. Llevaba una gorra en la cabeza y una caja de zapatos en la mano, muy extraño todo... Fue a buscar la maleta y miró el panorama intentando divisar a Salva. Al vernos a nosotros, se nos tiró encima.

-¿Y el papa?

-Ah... - me quedé con la palabra en la boca - Difícil de explicar...

Miré a Javi buscando compasión. La encontré y con una suavidad extrema y una mentirijilla de por medio, mi chico fue el encargado de argumentar a Raúl la ausencia de su padre. No me lo esperaba de él. El niño asintió y no se derrumbó. Aceptó el viaje a Canarias y pasar el fin de semana con nosotros. Lo vi un poco decaído pero no me monté paranoias. Mi sobrino nos enseñó lo que había hecho en colonias. Era una figurita de barro. Nos mostró sus heridas de guerra. Llevaba las rodillas peladas y sin curar demasiado bien, las manos igual, un rasguño en la cara y picaduras de mosquitos en todos lados. En teoría la enfermera de la casa soy yo pero ese día fue Javi. Mientras yo vaciaba la maleta y ponía toda la ropa sucia de tierra, barro, hierbas, comida, para lavar, él, en el baño se desarrollaba como enfermero.

Tu amor, a un acorde de guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora