Parte 163

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¿Anita? Os estaréis preguntando. Sí, Anita. Os explico: mi DNI dice que mi nombre es Ana Laura. Nadie me llama así. Javi, cuando lo supo, se petó el culo y me enojé bromeando. Le dije que si se le ocurría llamarme de esta manera, yo le llamaría Javier. Calló de golpe. El jardinero y los vaqueros siempre me han llamado Anita. Como una de las señoras que trabajan se llama Laura, me apodaron así. El origen de mi nombre viene dado por el día en que nací. Yo nací por santa Ana. Mi madre quería que me llamase Ana, mi padre, María, y mi abuela, Laura. Mi hermano se posicionó a favor de mi ita y como era Santa Ana y mi viejo había escogido el nombre de mi tete, pues nombre compuesto para la niña.

Nadie estaba afectado. En esa casa parecía que no había sucedido nada. Mi tío estaba en el trabajo, mi tía sentada en el porche leyendo un libro y mi primo y Gonzalo en las cuadras. La vida seguía igual. Ese pasotismo me puso histérica y me tuve que controlar las ganas de pegar un rapapolvo. Salva lo notó y al acabar la ronda por la casa para saludar a todos los trabajadores, paseamos por el jardín.

-¿Para esto hemos venido? – le dije – ¿Para encontrarnos que todo está igual y nadie muestra ni un triste signo?

-Bueno, los vaqueros y los que curran están tocados.

-Salva, hablo de la familia – me estaba desesperando – Ellos ya sabía que mostrarían compasión pero de la tía Cynthia no me esperaba tanta frialdad. No se puede tener menos corazón.

-Ya, ya – me agarró de las muñecas para que no gesticulara tanto – Estamos aquí, que eso es lo que la abuela hubiese querido. Punto. Iremos al funeral, haremos lo de la herencia y no molestaremos. Mejor calla lo que piensas si no quieres tener problemas.

-¿Qué voy a tener yo con estos? – mi chulería fue demasiada.

-Muchos, tata, muchos puedes tener. Sabes que tienen contactos y pueden decir en público que tienes una relación con Javi y hasta con Gonzalo. Así que mejor estate calladita, que también estás muy mona – miré a ambos lados.

-Mira quien viene...

-Tú tranquila, que yo me encargo porque te juro que si durante el almuerzo se ponen gallitos, saldré yo a defenderte a ti o a quien sea. No quiero que tengas que enfadarte, no te lo mereces. Prefiero ser yo quien hable.

-Sí porque yo siempre la cago.

-Mentira. Eres una diosa comunicándote pero con ellos me gustaría ser yo, que sé cosas que tú no sabes.

-¿Qué? – me sorprendí. No me pudo contar más, Gonzalo apareció ante nosotros con su media sonrisa burlona.

Quería darme dos besos pero lo aparté de un empujón cuando se atrevió a ponerme las manos encima.

-No me toques – lo advertí.

-¿Y tu novio? – preguntó – Hoy venís solos.

-¿Y tu dignidad? – le devolví la jugada. Mi hermano me apretó el brazo para que no la liara – No tengo ganas de pelear así que lo que tengas que decir, dilo rápido.

-No, nada, que me alegro de que hayáis venido. No te veía capaz – me miró con cara de asco.

Lo fulminé tremendamente y se marchó. Salva se sintió orgulloso de mí. Me dejó sola paseando. Quería ir a ver los animales y yo no tenía ganas. Estuve caminando por el prado un buen rato. Sola, pensando en mi abuela, en mi mundo, mi trabajo, todo lo que me rodeaba. Respirar el aire de Bolivia fue gratificante pero a la vez sentí una gran pena por la muerte de la ita. ¿Qué haría yo sin sus sabios consejos? La respuesta era obvia, seguir adelante como pudiese. Me lo había propuesto, no suspendería ni un triste acto a partir de ese mismo viernes. Había suspendido los de esa semana por ese motivo. Me senté bajo un árbol y suspiré fuertemente. En aquel rincón había compartido largas jornadas con mi abuela y estar ahí sin ella era difícil. Una silueta se me acercó. Era el jardinero, Luís, que siempre me había tratado como a una hija y me llevaba a ver los rosales de chiquita.

Tu amor, a un acorde de guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora