Parte 43

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Acabado nuestro break seguimos paseando. En la zona de discos fui a mirar si había los suyos. Uno de ellos estaba entre los más vendidos. Los precios eran razonables. Ella vino a mirarlos. Estaban en las estanterías superiores.

-Anda, si de este casi ni me acordaba – dijo cogiendo el primero que hizo.

-Pero si sigues cantando canciones de él.

-Ya pero por ejemplo, esta – me señaló la número seis – si me dijeras de cantarla, no sabría ni como comenzar.

Levantó la vista y ojeó el ambiente. Había gente esparcida por todos lados. Me tocó el brazo y alcé los ojos mirando en la dirección que ella observaba. La zona de películas.

-¿La ves? – me preguntó.

-¿A quién? ¿A Dolors?

-No, coño, esa de ahí que está de espaldas. Es Núria. Venga, ven.

Caminó a paso ligero hacia ahí. Se colocó detrás de ella y le tapó los ojos. Núria se giró alarmada y se sorprendió cantidad de encontrársela. Se abrazaron y vi como a la pequeña le brillaban los ojos. Me fijé en su muñeca vendada. ¿Sería de la caída de las escaleras?

-¿Vas sola? – le preguntó extrañada.

-No, Shaila ahora viene, está en el baño. Mi padre no ha podido venir porque tenía trabajo en Puigcerdà.

-Él es Javi.

Nos dimos dos besos. En persona Núria parecía más tímida que vía red social. Era alta y delgada. Rubia y con unos ojazos azules apagados por las circunstancias. Muy guapa a pesar de estar viviendo un tormento. Una mujer de unos 37 – 38 años se acercó a nosotros y abrazó a Laura. Me la presentó. Ella era la mencionada Shaila, la novia del padre de Núria. Estuvimos caminando y hablando los cuatro. Bueno, en realidad la charla la mantenían Lau y la mexicana porque Núria y yo casi no comentábamos. La niña observaba distraída a ambos lados y se pasaba dos dedos por el vendaje hasta que Shaila, discretamente, la hizo parar. La mujer llevaba un par de bolsas medianas y Núria, otra. Las mallas negras que vestía la niña le dejaban al descubierto una marca rojiza en la pantorrilla. También me fijé que tenía una cicatriz justo encima de una ceja. Vestía una camiseta a rallas marineras y menorquinas blancas. Ese look era un look Laura, que yo llamo, porque mi bella acompañante era firme candidata a llevarlo. La diadema negra del pelo le daba un encanto aniñado.

-Sí, las profesoras la ayudan un montón – escuché que decía Shaila – la de castellano, como se llamaba...

-Roser – el nombre salió muy flojito de la boca de Núria.

-¿Es la del año pasado? – preguntó Laura - ¿No se llamaba...?

-¿Roser? – interrumpió Núria.

-Ah, vale – cayó Lau – Sí, sí lo es.

-Pues esta es la dulzura personificada y la trata de maravilla. ¿Verdad, mi vida? – Núria asintió.

Las confianzas con las que Laura y Shaila la trataban eran muy familiares. El apelativo cariñoso que usó la psicóloga para llamar a la pequeña era una clara señal del afecto que le había cogido. Y es que, con solamente oírle la voz no más de siete intervenciones, hasta yo le comencé a cogerle cariño porque su timidez era muy tierna. Quedó un poco más avanzada mientras bajábamos las escaleras mecánicas. Yo quedé a su lado.

-Y empieza el cotilleo... - la oí susurrar.

Lau y Shaila hablaban sobre Carlos y el padre de Núria.

Tu amor, a un acorde de guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora