Parte 147

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Si años atrás me hubiesen permitido imaginar cómo sería la Nochevieja de 2013, seguramente hubiese elegido ese plan. Montañas, cama, romanticismo y Laura. Mi Laura, mi niña, la quimera inalcanzable que desde hacía más de cuatro meses tenía entre manos. La noche se nos presentaba en un rincón del Pirineo aragonés, en una habitación con vistas al exterior de un hotel rural, sin expectativas de salir a comernos el mundo, no ese día. Sólo queríamos comernos a nosotros. Comernos juntos a besos, amor y a dulcificar la Nochevieja. Laura no sabía dónde la llevaría. Se dejó controlar, raro en ella. No la escuché protestar, ni perder la paciencia. Sólo se relajó y se tomó el viaje en calma. ¿Qué necesidad teníamos de quedarnos en la capital con amigos y con la posibilidad de ser pillados? Ninguna. Preferimos la tranquilidad que nos ofreció la naturaleza. Su expresión de agrado al ver el lugar me dio pie a hacerla disfrutar. Una cenita romántica y a la habitación de cabeza. El vestido de Lau se deslizó sensualmente por su cuerpo. De lo que yo no era consciente era del conjunto de ropa interior. Picante, atrevida como pocas veces la había visto.

-Yo también quería sorprenderte – me susurró desabrochándome la camisa.

Seguíamos de pie, besándonos, explorando, con intención de acabar el año millones de veces mejor de cómo lo habíamos empezado. Ella en una fiesta de ricos y yo en Madeira. Aquel instante era nuestro, anhelado y ni Carlos ni Charo podían compararse a lo que nuestros cuerpos sentían. La adrenalina, el deseo, el placer, ocupaban cada poro de la piel. Ambos queríamos soltar todos esos sentimientos acumulados durante seis años pero no podíamos con palabras. Los gestos, por suerte, hablaban por ellas. La mano de Laura agarrando la mía y conduciéndola a su terreno peligroso fue el momento de pasar a la acción y caer en la cama deshaciéndonos de las pocas prendas que nos cubrían.

Y ahí estábamos, cinco minutos antes de medianoche, riendo, tumbados boca arriba. Lentamente, le iba acariciando el brazo con dos dedos. No nos dimos cuenta que entramos en 2014 hasta que no oímos los móviles sonar intensamente. Como las uvas no nos gustan, no nos importó no comerlas. Un beso apasionado para dar la bienvenida al año (casi diez minutos después de la última campanada) y un polvo 'tranquilito'. Disfrutamos, nos divertimos, era lo que deseábamos y nadie nos lo podía quitar.

Laura apoyó su cabeza en mi hombro y la abracé con fuerza. Ese momento parecía un sueño pero era real. Muy real. Mi chica suspiró. Nos dimos un corto beso con un 'te quiero' mezclado.

-A ver que nos depara este año... - musitó.

-Cosas buenas – le contesté.

-O no – replicó.

-No seas pesimista – le di un golpecito en la nariz y se rió - ¿Ves? Así estás más mona.

Respondimos a los mensajes de WhatsApp de todo el mundo desde la cama, tumbados. La foto de rigor de Twitter se basó en nuestras manos, no era adecuado ver las pintas que llevábamos, porque de ropa íbamos muy ligeros. "Vais bien??". Sólo lo podía preguntar mi madre. "Perfecto". Fui breve y escueto. De esta manera he aprendido a evitar que se enrolle.

*

La noche se avecinó tranquila. Laura dormía plácidamente. La observaba en la oscuridad de la habitación. Pensé en ella, hice balance del año, sobretodo de los últimos meses, los más productivos y bonitos de mi vida. Nunca había tenido una relación tan especial y espectacular como la que desde el 15 de agosto de 2013 me acompañaba. Los besos, las palabras, las sonrisas, eran impecables. Cada vez que nos mirábamos, que discutíamos, que reíamos, todo se acumulaba en mi mente como si fuera la última vez que lo viese y lo tuviera que olvidar. No quiero olvidar los momentos buenos y malos que paso con Laura. Son todos únicos y se van guardando en mi cerebro como un disco duro con capacidad infinita.

Tu amor, a un acorde de guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora