Parte 52

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Llegó febrero. Era martes 12 cuando algo ocurrió. Estaba paseando por un parque cercano al local de ensayo. Vi a Charo a lo lejos con dos criaturas de las manos: un niño y una niña que debían rondar los seis o siete años. Por un momento pensé que eran sus sobrinos pero me había dicho que no tenía. ¿Quiénes eran? Al verme le cambió la cara y mandó a los niños a los columpios. Vino hacia mí y me dio un pico. Parecía nerviosa.

-¿Quiénes son? – pregunté referente a los niños.

-Ah... hijos de una prima mía – estaba nerviosa hablando y los observaba de reojo.

Se sentó en el banco conmigo y estuvo mirándolos sin cruzar muchas palabras conmigo.

-¿Te pasa algo?

-No, no. ¿Qué no tienes trabajo hoy?

-Ya he terminado.

El niño se acercó corriendo hacia nosotros.

-Mamá, mamá, Flavia no me deja columpiar.

"¿Mamá?"

-Pues tírate por el tobogán.

Charo me miró temerosa y prometió responderme todas las preguntas que tuviera el día siguiente. Me sonó el teléfono, era mi madre que quería que fuera a cenar con ella y Diego. Me vendría bien. Me marché. Me había cabreado. Que yo sepa los hijos de un primo no te llaman como a sus padres. Al menos, los que yo conozco. Llegué a Alcorcón hacia las siete. Me encontré a Laura saliendo de un supermercado de la zona. Hablar con ella me distrajo del enfado que me había provocado Charo. Aun así la seguí viendo distante.

-¿Mañana es la entrevista en la tele? – le pregunté.

-Pasado.

-Bueno, yo giro por aquí. Te veo el jueves –fui a casa de mi madre sin un triste gesto cariñoso por parte de Laura.

Mi madre notó enseguida que me pasaba alguna. No se lo quise explicar porque con el mal rollo que tenían ella y Charo no era necesario meter más mierda. Durante la cena tuve el móvil en modo vibración en el bolsillo del abrigo para no oírlo. Cuando lo fui a buscar vi diez llamadas perdidas de la profesora y ocho mensajes. No respondí a ninguno.

*****

Quedé con Charo para tomar un café en su pausa del mediodía, el día siguiente. Me dio paso para machacarla a preguntas pero ese no era el que pretendía.

-¿Son tus hijos? – asintió - ¿Por qué me has mentido?

-No lo sé. Pensaba que te cabrearías si te decía que tenía hijos.

-¿Y el padre?

-Vivía en Lisboa pero está viviendo en Madrid desde el mes de septiembre. Me acosté con él en octubre, cuando tú estabas en Holanda.

Se sentía culpable pero no me apetecía seguir aquella relación y no era por los niños sino por su mentira. La dejé en aquel momento, de forma suave pero volví a la soltería. Con sabor amargo y haciéndole pagar el mal humor a Laura, en los minutos previos a la entrevista televisiva del día de San Valentín.

-Oye, ¿Te me relajas, eh? – dijo al verme tan seco – Que yo no tengo la culpa de tus desamores.

-¿Y tú qué? También estás de muy buen humor últimamente – ironicé.

-Voy a dejar a Carlos – me aseguró y lentamente se fue rompiendo en pedazos enfrente de mí, en aquel camerino soso que nos habían asignado para que ensayáramos – Me ha sido infiel, más de una vez y con más de una chica.

"Joder... veo que Álvaro y yo no hicimos buen trabajo..."

-¿Qué les pasa a los hombres conmigo? Todos infieles.

Tu amor, a un acorde de guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora