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Era sábado, tenía que ir a a la agencia hoy. Pero tenía un problema.

Mi mamá salió con mi padrastro, y yo iba a tener que ir en Uber.

Bueno, todo parece ir bien, pero hace unos segundos descubrí que no tenía la cartera.

Tenía dos opciones, o no iba, o le pedía a alguien que me prestara.

Mi mala suerte no se detiene ahí, la única persona que conocía que podría prestarme dinero era Mateo, y parecía que nos habíamos peleado.

No fue como que nos gritamos o así, más bien me da vergüenza pedirle dinero después de haberlo tratado mal hace unos días.

Me dijo que si estaba enojada con él o por qué no le hablaba, y yo le dije que dejara de buscarme como si fuese que tuviera que hacerlo.

En parte yo tenía razón, sin embargo, no debí haberlo dicho así. Es decir, ¿por qué me reclama por algo como eso? ¿acaso estaba obligada a hablarle?

Saqué el teléfono decidida porque yo no me iba a quedar ahí parada en el andén con mi vestido plateado hermoso.

Era un vestido corto con lentejuelas, de cuello redondo y mangas largas, tenía un escote en la espalda bastante elegante.

Con algo de vergüenza toqué su contacto y lo llamé.

Temí porque no respondiera, pero no me duró mucho el miedo, pues en seguida respondió.

—Hola. —Saludó.

—Hola. —Dije nerviosa.

—¿Todo bien, pasa algo? —Preguntó.

Me sentí mal de repente. Él era tan atento conmigo, ¿cómo podía pensar en alejarme de él?

—Necesito ayuda. —Dije directa.

—Claro, ¿qué pasó?

—No tengo dinero. —Dije.

—¿Qué?

—Necesito plata, es decir, necesito ir a la agencia y dejé la cartera adentro y mis papás no están. —Le expliqué.

—Ya. ¿Estás afuera de tu casa? —Preguntó.

Asentí. —Sí. —Respondí al segundo, dándome cuenta de que claramente no podía verme.

—Bueno. —Colgó.

Guardé el celular y suspiré mirando alrededor.

El frío me estaba empezando a molestar, y detestaba mucho estar tanto tiempo parada, al menos sin que alguien me esté mirando.

Vi un auto frenar frente a mi y me moví un poco hacia un lado nerviosa. Mi corazón se aceleró cuando el auto avanzó hacia donde yo estaba.

Iba a caminar hasta otro lugar, cuando la ventana de éste se bajó y pude ver a Mateo adentro.

—Me asusté, imbécil. —Dije resoplando.

Él se rió y me hizo una seña con la cabeza para que entrara.

—¿Qué, me vas a llevar? —Pregunté.

Él asintió con la cabeza y yo asentí antes de subirme.

—¿De quien es? —Pregunté.

—Del viejo de Ignacio, iba a venir en el de mi papá pero supuse que te iba a gustar más éste porque es mas bonito. —Dijo.

Fruncí el ceño y negué con la cabeza.

—Claro que no, Mateo. No soy tan horrible. —Dije y él rió.

—Ya, no lo eres ni un poco. —Dijo.

Abrí mi boca pero me quedé corta. Tendría que haber dicho algún comentario arrogante en el que presumía mi belleza, pero mis mejillas se pusieron rojas al ver como me miraba.

—Sí.. —Fue lo único que pude pronunciar.

Tomé aire mirando al frente. —A decir verdad, pensé que no vendrías..

—¿Por qué? —Cuestionó.

—Pensé que estabas molesto conmigo. —Admití. —Lo siento.

Él alzó ambas cejas.

—Ya sabés, por haber dicho eso el otro día.. —Dije y él sonrió de lado. —¿No te molestó?

—Olivia, no tenés amigos. Es obvio que aún no sabés.. como son los amigos. —Dijo y yo ladeé un poco la cabeza. —Claro que a los amigos le debés hablar siempre..

Sonreí apenada y asentí.

—Gracias, posta. —Dije sintiendo mi corazón oprimido.

No por la tristeza, sino por la conmoción, y es que la felicidad puede oprimir el corazón tanto como el dolor.

—No me agradezcas. —Dijo.

Condujo por un rato, estábamos en completo silencio, uno muy cómodo.

No me quería alejar de Mateo, él era tan agradable.

—Llegamos.. creo. —Dijo y yo asentí al ver el enorme edificio.

—Sí, gracias.. —Dije y él asintió con la cabeza.

Abrí la puerta pero él me detuvo.

—Dijiste que dejaste tu cartera, entonces..

Me quedé perpleja al ver como sacaba algunos billetes de su bolsillo.

—No, ya me hiciste el favor. —Dije obvia.

—Pero capaz te da hambre.. —Dijo mirándome.

Bajé la mirada y maldije internamente al sentirme intimidada.

¿Desde cuando él podía lograr eso?

—No, no me da hambre. —Dije.

Levanté mi mirada cuando sentí que agarró mi mano y puso en la palma la plata.

Rodé los ojos. —Te dije que no me gusta recibir cosas, porque me siento en deuda.

—Conmigo no te debés sentir nunca en deuda. —Dijo.

Estaba a punto de responderle cuando volvió a hablar.

—A menos que te de un beso. —Musitó.

Mi corazón se aceleró y me quedé totalmente seria ante su comentario.

Una sonrisa se formó en su rostro.

—Ese me lo tenés que devolver.









Re picante Mateoo boeee jajajaja.
*emoción*

Mess [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora