Olivia
Siempre que llegaba aquí estaba ansiosa, ansiosa por ver a mi hermana únicamente, e ignoraba por completo a mi madre y aún más a Adrián.
Sin embargo hoy las cosas eran diferentes, porque luego de tanto tiempo, me soltaba a mí misma y admitía que necesitaba a mi madre.
Habían veces que sentía que la odiaba, habían otras veces que quería acercarme pero no era capaz, a veces sentía su rechazo y cuando no era así yo la rechazaba a ella.
Era como el hijo pródigo volviendo a su hogar.
Pero ahora venía con un feto.
Impulsé mi cabeza hacia atrás bastante estresada, llevaba un buen rato en la puerta pero no sabía si tocar.
Me golpeé en la frente molesta, bien podía irme para un hotel aquí, pero bien sabía que yo no había venido a eso.
Creo que no había estado tan nerviosa antes, ni siquiera en el restaurante cuando estaba esperando a Mateo para proponerle que fuera mi novio.
Mis manos transpiraban y podía sentir los latidos de mi corazón golpear rítmicamente mi corazón.
Casi ni podía ver y sentía que mi cabeza daba vueltas.
Tomé aire cuando sentí mis ojos mojados pero me tragué las lágrimas enseguida.
Di un pequeño salto en mi lugar cuando las puertas se abrieron inesperadamente.
Miré a mi mamá y sentí mi corazón casi salirse por mi boca. Creo que hace mucho no la miraba así, tan detalladamente.
Miraba sus ojos y me sentía frente a un espejo.
Aplasté mis labios entre sí sin saber que hacer, quería correr a sus brazos y decirle que la amaba, que la necesitaba más que nunca.
—¡Liz! —Exclamó mi mamá mirando hacia las escaleras.
Mamá yo..
Ella me miró de arriba a abajo, luego a mis ojos y se entró, como siempre tan indiferente.
El nudo en mi garganta pareció fortalecerse. ¿Por qué habría sido diferente? Soy yo la que la necesito, no ella a mí, ella no siente lo que yo en este momento.
Al final ambas éramos igual de orgullosas.
Lo nuestro siempre había sido mutuo, pero nunca amor; aunque me pregunto si ella algún día me necesitó.
Entré con pasos lentos a la casa y cerré la puerta detrás de mi mientras mis ojos inquietos viajaban por todo lo que estaba a mi alcance de aquella casa en la que crecí, solo que estaba remodelada, dejando pocos recuerdos en mi mente.
Nada en mi vida era permanente.
—¡Olivia!
Giré mi cabeza al oír su voz hermosa y tierna, sonreí al ver a la nena rubia correr hacia mí, a lo que no dudé un segundo en extender mis brazos y recibirla en ellos para encerrarla en un abrazo fuerte.
—Te extrañé.. —Dije cerca de su oído, mientras mi mano viajaba a su suave cabello ondulado para acariciarlo un poco.
—Yo más. Mamá y yo te vimos en las noticias, dicen que sos grosera. —Dijo ella.
Mi corazón se partió más, siempre me importó muy poco eso, siempre lo ignoré. Pero, oírlo justo cuando pensaba en que no quería que mi hijo oyera esas cosas de mí me ponían sensible.
