58 Bálsamo.

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Sus párpados se abrieron lentamente tratando de acostumbrar la vista a la luz intensa de la mañana que entraba por la ventana de junto, parpadeó un par de veces, estiró los brazos y enderezó la espalda escuchando el sonido de los huesos acomodándose, debía cambiar de colchón, se recordó.

Talló sus ojos liberandose de esa lagaña por las largas horas de sueño, aspiró profundamente, menta, las platas del borde de la ventana, un regalo de ella.

Se colocó cuidadosamente su saco, el mejor que él tenía; hoy es sábado y había una rutina que le encantaba seguir al pie de la letra; pulió sus zapatos negros hasta que pudo ver su dentadura en ellos, limpió sus solapas con un cepillo de cerdas suaves, tomó la flor azul de la mesa y envuelta en un pañuelo blanco de lino la introdujo en el bolsillo de su saco.

Se miró al espejo por última vez y le gustó lo que vió, se veía perfectamente elegante para este sábado, tal vez su cabello era más delgado y más blanco que la última vez que se preocupo por eso, sus arrugas en el rostro estaban más pronunciadas por años de sonrisas e incluso malos ratos, se sentía cansado, bastante pero no esté día.

Tomó su reloj, lentes y salió de casa ajustando su corbatín.

El bus fué lo suficientemente rápido para llegar exactamente al medio día a la puerta del asilo.

En su mano derecha llevaba flores amarillas, rosas y azules, y la izquierda alisaba su saco con arrugas inexistentes, sus nervios hacían retumbar su corazón e incluso muchas veces creyó que le daría un paro cardíaco por la emoción que sentía, pero no fué así, solo provocaba que su sonrisa fuera más radiante.

—¿Cómo está ella?— Pregunto a Ema, su enfermera personal.

—Ha tenido días difíciles.— Su sonrisa vaciló un poco.— Será mejor si te ve, adelante.— Animó Ema empujándo ligeramente su codo.

Entró y ahí estaba ella, miraba la ventana, su cabello ya no era negro carbón como lo recordaba, ahora era plata de raíz a puntas, podía ver las arrugas que adornaban sus enormes ojos, pero aún así su corazón no dejó de latir como un adolescente enamorado.

Ella era su bálsamo, no sentía los pies cansados, sus articulaciones no dolían, se sentía joven de nuevo.

—Hola.— Dijo con cuidado a sus espaldas.

—¡Hola!— Caminó hacía él con una gracia agradable u abrazo fuertemente.— Te extrañado mucho.— Aspiró el color a suavizante de su camisa y sonrió, lo había convencido de usarlo alguna vez cuando eran más jóvenes y ahora no podía dejarlo pasar nunca.

—Y yo a ti, mi dulce amor.— Rodeó la miró y besó su frente.— Te he traído flores.— Extendió el ramo frente a sus ojos y ella lo tomó.

—¡Me encantan!— Sonrió feliz de verla contenta, ansiaba con ganas los sábados por esto.

—Me alegra demasido que así sea, ¿Te importa si las pongo aquí? — Señaló un pequeño florero a lado de su cama.

—Házlo. ¿Cómo está Buck?— El perro que tenían.

— Él murió, cariño...— La miró y tomó sus manos.

—Oh...— Frunció el ceño.— Cierto, a veces me gustaría que estuviera aún.— Sonrió con tristeza.

—Fué un gran perro.— Sonrió y se sentó con ella en la cama alisando su cabello y besando sus mejillas dulcemente.

Siempre preguntaba por Buck y siempre olvidaba que estaba muerto, la edad se dijo mientras ella le contaba lo que había hecho en semana, comió pastel el miércoles por qué la anciana del cuarto paralelo había cumplido 90 años, ella no podía creerlo, sonreía y explicaba todo lo que habían hecho, él sonría ampliamente, amaba el sonido de su voz, su tono, su risa aunque algo distinto por el paso del tiempo siempre fué encantadora. Él contó que había empezado un nuevo libro, uno inspirado en ella y se sintió halagado que aún podía hacerla sonrojar.

One Shot's los que guste y mande.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora