Les voy a contar una historia, una historia distinta sobre como conocí a mi más grande amor.
La pobreza no es una historia nueva y ninguna parte del mundo está exenta de ello, algunos lugares más que otros pero siempre hay una pizca de pobreza a dónde quiera que vayas... y no siempre es monetaria, hay pobreza en mente, hay pobreza en los valores que nos forman... somos pobres muchas veces o todo el tiempo.
Mi probreza por otra lado, era la más dura, tal vez, desde ciertos puntos, era la más repugnante, era la que te divida de los demás y que lamentable me daba un valor, la monetaria.
Crecer pobre y sin familia era algo que marcaba tu huella en la sociedad para siempre.
Mis padres habían muerto debido a falta de atención médica, nuevamente, debido a la pobreza, por mala suerte yo sobreviví o por milagro como dijeron las cuidadoras del orfanato. La vida en un orfanato no tiene nada de maravilloso o milagroso, debía observar como algunos padres que tenían la desgracia de poder tener hijos, escoger entre todos nosotros y sentir el rechazo, por tu edad, tal vez tu sonrisa o tu color de piel, tal vez no era lo suficiente bonita para aparentar ser su hija, nunca estaré del todo segura del porqué.
Llegué al orfanato cuando tenía 6 años recién cumplidos y cuando tenía 14 años sabía que sería de esas posibles adolescentes que nunca saldría de este lugar... y con eso, las molestas por los demás chicos del lugar no se hicieron esperar.
Todos éramos objetos de burla, incluso para las propias cuidadoras ¿Dónde estaba toda esa humanidad en esta gente? ¿Quien las había puesto aquí? Si no podían hacer uso de la paciencia.
Tirones de pelo, golpes en las piernas, maldades, como mojar tu cama a la hora de dormir, quitarte la comida etc... la vida en el orfanato no era feliz... hasta que llegó él.
Lo habían llevado ahí porqué el antiguo orfanato al que pertenecía había cerrado por sospechosas técnicas en él, tenía 16 años cuando llegó, su rostro mostraba que sabía defenderse y que además no era de los favoritos, tanto como él como yo, éramos de esos chicos que simplemente se quedarían aquí hasta cumplir la mayoría de edad y ser despojado, echado a la calle para poder asumir el mundo, el terrible mundo.
Era bastante solitario, comía solo y su habitación era la última del pasillo, así que un buen día decidí acercarme a él.
—Hola.— Sonreí estirando mi mano hacía él, me miró y desvío la mirada, ignorandome totalmente.— Mi nombre es Ana ¿Cuál es el tuyo?— Presioné.
—¿Eso importa?— Respondió sin mirarme.
—Si, si quieres que seamos amigos.— Sonreí.
—¿Por qué querría ser amigo de una niña débil como tú?— Se levantó de su asiento, era más alto que yo y tenía razón, era débil, delgada y frágil...
—Bueno, tal vez no pueda cuidarte pero, puedo ser una buena compañía.— Expliqué aún con emoción en mi voz.
Él bufó y se fué. No es que quisiera tener amigos, no los había conseguido en estos años aquí, pero necesitaba un chico para que dejarán de molestarme, lamentablemente este chico no era una opción.
Durante las siguientes semanas, él y yo no hablamos, cada uno era igual de solitario que el otro, la diferencia era que a él no lo molestaban.
Recuerdo esa tarde, una tarde que cambiaría todo, una tarde que simplemente estará grabada en mi memoria hasta que mi corazón deje de latir.
Mario, Ricardo y Julián eras esos chiquillos malolientes que moelstavan a todos, solo porque eran más grandes, calculo que unos quince años.
Ricardo era el líder, movía a los otros dos a su antojo, era bastante sarcástico, Julián era pesado, hacía comentarios dolorosos sobre el pasado de todos nosotros, argumentaba que ninguno de nosotros fué deseado y más de una vez nos había hecho llorar a cada uno, Mario era el mandadero de ambos, lo obligaban a hacer el trabajo sucio y meterse en problemas, muchas veces para salvar el pellejo de ambos.
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One Shot's los que guste y mande.
FanfictionSon historias cortas, variadas de cualquier categoría. Ninguna tiene continuación u orden en específico. A darnos vuelo.