120 Sudor y sangre.

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—¡Sin importar cuánto digas que me amas! ¡Sé que no es suficiente!—

Desperté. El pecho agitado, el corazón acelerado, el sudor bajando por mi frente y un dolor que no puedo describir, ya que va más allá de lo físico.

La pesadilla se ha repetido unas millones de veces desde que tengo memoria y dejé de darle importancia, aunque esa única línea siempre hace que me despierte de esta manera tan, tan vulnerable.

Rodé sobre mi espalda y observé el hueco de la cama, estaba intacto y frío. Hace mucho no tenía un encuentro sexual satisfactorio lo cual es bastante irritante. Me senté sobre la cama y retiré la cadena de mis tobillos, obsevando mi habitación, todo estaba en orden, parecía que no me había despertado en la madrugada y agradecí por ello.

Me arregle y me dirigí a mi trabajo. Me gustaba mucho mi labor aunque no fuera la gran cosa, simplemente era un leñador que disfrutaba de el olor de la tierra húmeda del bosque, los grandes pinos a mi al rededor y el sonido amistoso de los insectos, me encantaba perderme por horas aquí. Nadie necesitaba cuentas de mí.

Trabajaba de sol a sol, cortando la madera con la hacha filosa en mis manos, el frío en la montaña era casi imperceptible cuando todo mi esfuerzo me hacía sudar por la espalda. Cuando un gran árbol caía me arrodillaba obsevando el relieve en la corteza, el crujir, la forma de las hojas y el olor; agradecía por ello y por la próxima vida de ese árbol.

Al bajar de la montaña, pasé por el pueblo para conseguir algo de carne seca y café para semana. Regrese en la vieja 4x4 a casa, cené adecuadamente y cuando el sol comenzó a ponerse me dirigí al sótano.

Encendí las luces y cerré bajo llave, coloque los candados. Encendí la radio en el noticiero habitual mientras cerraba las cortinas y sellaba las ventanas para impedir el paso de la luz, necesitaba paz. Observé el reloj en la pared alta del sótano y tomé asiento sobre el suelo, respiré profundo y sacando el aire lentamente por la boca hasta que mi ritmo cardíaco se volvió más lento.

Saqué las herramientas de la caja de metal a un lado, volví a respirar profundamente, el vapor salía de mis labios y se mezclaba con el aire frío del sótano. Una vez más y entonces levanté la mano con un pequeño mazo y la dejé caer fuertemente sobre mis tobillos, apreté los dientes con tanta fuerza que creí que se romperían, pero no fue así, nunca había sido así.

Levanté nuevamente la mano con el pequeño mazo manchado de sangre, solté y la barra de metal finalmente había atravesando mi tobillo, dejé escapar un grito doloroso y apreté los puños dejándome caer sobre el suelo con lágrimas en los ojos.

Paso otro tiempo y decidí continuar, coloqué la segunda barra de metal en mi otro tobillo y golpeé hasta que dejé de gritar y la barra atravesará el hueso limpiamente. Con el tiempo aprendí a resistir cada destello de dolor y no desmayarme en el acto.

El charco de sangre debajo de mi era repugnante, pero ya con los pies inmovilizados no había nada que pudiera hacer. Cerré los ojos durante unos momentos y entonces comenzó.

El dolor no era nuevo, lo sentí por toda la columna , sentía como se separaban cada una de mis vértebras como un acordeón, gruñí por el insoportable dolor y comencé a sudar profusamente. Me encorve y me llevé las manos a la cabeza tirando de mi cabello con fuerza, apreté los dientes cuando los mechones se desprendieron y los arrojé al suelo.

Traté de levantarme como reacción al dolor en las articulaciones pero los tobillos rotos me lo impidieron, comencé a gemir de dolor sobre el suelo rojo mientras los huesos se abrían paso en mi piel, desgarrando y rompiendo a su paso. Mi pecho subía y bajaba con velocidad, la taquicardia se elevó y cerré los párpados con fuerza cuando las puntas de los dedos comenzaron a sangrar, las uñas se abrieron paso por la piel y ya expuestas comencé a desgarrar la piel de mi pecho, debajo floreció en color marrón y negro azabache.

Las encías me supuraban y grité por la sensación de ruptura dental. Odiaba pasar por esto, respiré profundamente cuando el eco del dolor se asentó, aún con los ojos cerrados.

Cuando abrió los ojos, la bestia que estaba ahí con la capa de pelaje húmeda por el esfuerzo olió su propia sangre deseando que se deslizara por su lengua, tiró para poder moverse pero los tobillos rotos le impidieron moverse aullando de dolor. Cuando la forma de Jorge cambiaba se volvía un ser irracional con sed de sangre.

Odiaba las lunas llenas. Era su único recuerdo al despertar.



Hello There.

Hace mucho quería intentar esto.

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